Opinión

fotojoscarruselCecilia Lavalle

Cimacnoticias

Cómo se sentiría dejar de tener miedo cuando nuestras hijas, nietas, hermanas, sobrinas van al trabajo o a la escuela; cuando salen tarde, o toman transporte público, o caminan varias calles para llegar a casa.

No sé. Pero sí sé que las mujeres jóvenes también se lo preguntan. Se preguntan: ¿Cómo sería vivir sin miedo?

Sin miedo a caminar por la calle mientras se escucha música.

Sin miedo a subirse a un taxi o cualquier otro servicio. Sin tener que tomarle foto a la placa y enviar su ubicación en tiempo real.

Sin miedo a elegir la ropa con la que desean vestirse. Sin tener que preguntarse: ¿es muy corta?, ¿muy ceñida?; y terminar poniéndose encima un saco ancho o una sudadera grande, o un atuendo que oculte su cuerpo.

Cómo se sentiría vivir sin miedo a que -sólo por ser mujer- sea en su cuerpo el territorio donde se disputa el control y el poder (porque en esencia eso es la violencia).

No saben. Nuestras jóvenes no lo saben. Nosotras, las viejas, tampoco. Porque en México las mujeres tenemos miedo. Por nosotras, por las nuestras, por las todas. Y muchos hombres también tienen miedo por las mujeres que aman.

Y antes de caer en la tentación de pensar que los hombres también tienen miedo en este país que se nos consume entre la violencia, habría que precisar que a las mujeres nos amenazan todas las violencias. Pensar, por ejemplo, si un hombre tiene miedo al quedarse sólo en el autobús si la conductora es mujer; si un hombre tiene miedo de caminar junto a un grupo de mujeres que platican en la calle; si antes de salir elige ropa que oculte la forma de su cuerpo; si le toma foto a la placa del taxi en el que transita; si tiene miedo de beber con un grupo de compañeras en la universidad, porque le pueden poner algo a su bebida para violarlo y subir fotos a redes.

No, la inmensa mayoría de los hombres no saben de ese miedo. Y muchos no quieren saber. Y otros esgrimen argumentos que terminan en el privilegio que representa ser hombre, o en el confinamiento –a manera de burka social- al que debemos someternos las mujeres “por nuestro bien”.

Nuestro bien pasa por erradicar los privilegios masculinos, la idea legitimada de que el hombre manda, que es la primera y última voz, o la única que cuenta; que nosotras, las mujeres, somos objetos de servicio y consumo. El machismo, pues, subyace en cada acto de violencia contra las mujeres. Así que nuestro bien pasa por dejar de considerar actos aislados y mirar todo el panorama.

La violencia contra las mujeres, dice bien Rebecca Solnit, es una pendiente resbaladiza. Desde el mansplaning hasta el feminicidio.

Nuestro bien pasa, asimismo, porque la vida e integridad de cada mujer, ¡importe! No sólo a nosotras, sino a toda la sociedad. Que cada golpe, acoso, hostigamiento, desaparición, violación, feminicidio sea una prioridad. No sólo para las familias, sino para todo el aparato gubernamental.

Nuestro bien pasa, igualmente, por reivindicar nuestro derecho al cuerpo, a la calle, al gozo, a la diversión, a la vida libre de violencias. Pasa porque ese derecho sea exigido, también, por todos los hombres capaces de cuestionar su machismo. Y pasa, también, por pensar, imaginar, soñar, cómo se sentiría vivir sin miedo. Porque si lo imaginamos, podemos seguir construyendo ese México posible.

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