Opinión

Ian McEwanAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

¿Cómo puede un novelista alcanzar la expiación, con su poder absoluto de decidir desenlaces, ella es también Dios? No hay nadie, ningún ser ni forma superior a la que pueda apelar, con la que pueda reconciliarse o que pueda perdonarla. No hay nada aparte de ella misma. Ha fijado en su imaginación los límites y los términos. No hay expiación para Dios, ni para los novelistas, aunque sean ateos. Esta tarea ha sido siempre imposible, y en esto ha residido el quid de la cuestión. Lo tentativa lo era todo.

Ian McEwan

Las sangrientas ilustraciones de los horrores de la guerra despiertan asentimiento y piedad, pero tal es la naturaleza romántica del lector de esta novela que son los amantes los que nos fuerzan a pasar una página tras otra; suya es la consumación que deseamos devotamente.

John Updike

En su quincuagésimo aniversario, editorial Anagrama ha lanzado su colección “Compactos 50”. Se trata de medio centenar de títulos que busca recuperar una muestra representativa de autores y obras que han sido publicados por ese sello a lo largo de este medio siglo. Al contrario de Siruela, que ha reciclado sus títulos de “Los libros del tiempo”, poniendo a los primeros volúmenes con números recientes, más allá de la centena, Anagrama ha generado colecciones alternas, como el caso de “Otra vuelta de tuerca”, donde se pueden conseguir novelas tan importantes como “El rey de la dos Sicilias” de Andrzej Kuśniewicz y “Las cosas que llevaban los hombres que lucharon” de Tim O’Brien (los ejemplos variarán según el gusto y las necesidades del lector).

    A medio camino entre la icónica presentación de “Panorama de narrativas” y el libro de bolsillo, el número 37 corresponde a “Expiación” (Barcelona, 2019, 439 pp.) de Ian McEwan. La trama se construye sobre una serie de acontecimientos un día de 1935, en Inglaterra. Briony, de trece años, la hermana menor, espera la llegada del primogénito  León. Ya está en la casona Cecilia, la segunda, después de terminar sus estudios en Cambridge. La madre está recluida en su habitación a causa de su frecuente migraña. Su padre está en la ciudad atendiendo los asuntos de su trabajo. Esa noche, la pequeña pretende representar su obra “Las tribulaciones de Arabella”. La llegada de los primos Lola y dos gemelos le permite contar con los actores que harán posible la representación. Esto se frustra debido a la poca calidad de actuación de los tres recién llegados.

    León llega acompañado por un rico heredero de un fabricante de chocolates. En el camino se encuentra con Robbie, el hijo de la sirvienta, el cual ha sido formado gracias al cabeza de familia de los Tallis. Ha terminado la carrera de Letras y ahora se dispone a iniciar Medicina. Desde una de las ventanas de la casa, Briony ve cómo su hermana, en ropa interior, se sumerge en una fuente y busca algo. Robbie también entra al agua. La chica no alcanza a ver a plenitud que van en busca de un valioso jarrón que se ha partido en dos y cae al fondo de la fuente.

    La representación se frustra. Briony pasea por la casa con su sensibilidad a tope. Robbie no está cómodo con la invitación a la cena, el trato entre él y Cecilia ha sido distante a pesar de que estuvieron en la misma ciudad durante los estudios. Piensa si debe ir o no. Escribe una carta a máquina a manera de disculpa. Al final, entre el juego y la asunción de una realidad innombrable, escribe que siempre ha querido acariciar su coño. Después escribe una carta a mano sólo con la disculpa y se dispone a meterla a un sobre. Sale a caminar, rumbo al lugar de destino. Se encuentra a Briony, le pide que entregue la carta antes de llegar él. Al momento se da cuenta de que ha puesto la carta escrita a máquina.

    En mis sueños te beso el coño, tu dulce coño húmedo. En mis pensamientos te hago el amor sin parar todo el día

    Briony se encuentra con Lola, siempre un poco alterada, sin que se den razones para ello, tal vez la condición de separación de sus padres y la estancia de mamá en otro país con un amante. El caso es que Briony lee la carta y le atrae la palabra. No la conoce del todo, pero significa algo transgresor, digno de Robbie y de sus actos. Robbie explica a Cecilia el asunto de las cartas. Se convierte en una declaración y en la efervescencia de una pasión que no había encontrado cauce. Cuando en su deambular Briony pasa por la biblioteca y se encuentra a Cecilia y a Robbie uno sobre el otro, se completan los cinchos con los que puede condenar la maldita presencia del hijo de la criada.

    Después de la cena, los gemelos han desaparecido. La madre los acompaña y el padre duda entre venir o no a la casa. Tendrá que llegar dado lo complicado de la situación. Briony sale, como casi todos, en busca de los niños. En cierta parte encuentra a Lola, que ha sido violentada por un hombre que se pierde en la noche. Para Briony es Robbie. Lola no acusa. Cuando Robbie regresa con los niños se da la reiteración de la falta. El joven es llevado por la policía.

    La segunda parte es la retirada del ejército británico hacia Dunquerque. Robbie ha salido de la cárcel y ha sido llamado a filas. Se reencuentra con Cecilia y tienen que someter su pasión a las condiciones de la guerra. Ella como enfermera, él como soldado. Durante el repliegue es herido, pero no quiere que sus compañeros lo sepan, es mejor su amor. Y entre los recuerdos que vienen a fortalecer su versión está el de una vez que Briony se dejó caer a la misma fuente de la primera parte y él tuvo que buscarla. Al sacarla, ella le confesó que lo quería. Tenía menos de diez años.

    ─¿Sabes por qué quería que me salvaras?

    ─No.

    ─¿No es evidente?

    ─No, no lo es.

   ─Porque te quiero.

    La mirada de la niña sensible se ve desde aquí cargada por el resentimiento y los celos a Cecilia. La trama adquiere un apéndice de fundamental interés.

    Al llegar al lugar desde donde embarcarán a Inglaterra, Robbie mantiene su fortaleza, se niega a reconocer que necesita atención, piensa que pronto podrá estar en la cercanía de Cecilia. A pesar de la cárcel, la pasión ha triunfado. Se deja tutelar por uno de los compañeros. Lo despertará a las siete, cerca ya de abordar las naves.

    La tercera parte es la voz de Briony, la cual ha terminado por hacer labores de enfermera en Londres. Se ha acercado al drama humano y ha olido la carne en descomposición, ha sentido las lágrimas de hombres duros y se ha manchado la cara de sangre y vómito. Es parte de su expiación. Una editorial le ha rechazado una de sus obras. Está dispuesta a reconocer que se equivocó, que mintió, que nunca estuvo segura de que fuera Robbie el violador. Una cosa más: Lola va a casarse con el heredero del fabricante de chocolates, aquel que la noche de los hechos apareció y nunca estuvo a la vista de los acusadores.

    Después Briony va a visitar a Cecilia. Allí encuentra a Robbie, quien se ha salvado de la mortandad en Dunquerque. Volverá a la guerra, pero ya será otra cosa. Discuten, hablan de la posibilidad de enmendar o no la vida a partir de cambiar el testimonio. Por lo menos le queda como encomienda.

    ─Fue Paul Marshall.

    […]

    ─Es un cretino glotón ─dijo Robbie─. Pero no consigo imaginarlo con Lola Quincey, ni siquiera durante los cinco minutos que duró…

    […]

    ─Vengo de su boda.

    Hasta la tercera parte tenemos una trama donde un personaje hace una acusación y cambia la vida de los otros personajes, destruyendo la posible felicidad de dos. A uno lo envía a la cárcel, a otra la manda a la confusión, primero, y al fracaso. La guerra sólo prolonga el final feliz, si es que esto es posible después de los hechos.

    Después de la ceremonia matrimonial, Briony cruza miradas con Lola. Nada más. Ni simpatía ni rechazo. Nada las acerca, nada las aleja. Lola es parte de la trama, nada más. Su vida se resuelve gracias a la otra trama que salva al primero violador y después marido. Lola no ha podido actuar en la obra de teatro, no tiene posibilidades dramáticas, pero su vida se resuelve y en 1999 puede sentirse gustosa de sobrevivir al marido. En cambio Briony, la inventora de tramas, tendrá que ir a desenrollar los nudos de la madeja.

    Sin embargo, “Londres, 1999” es el desenlace real de la trama, con un ingrediente que la transforma. Ella es la escritora, que después de más 60 años regresa a la casa y presencia la representación de su frustrada obra de teatro en 1935. Allí sabemos que la autora es una especie de Dios, que puede decidir a plenitud sin que los lectores sepan los móviles o tengan posibilidad de rebelión. Las tres primeras partes hemos vivido la obra como una trama que se desarrolla frente a nosotros y en la cual la esperanza se eleva a través del amor entre Cecilia y Robbie. Con el último capítulo o agregado, lo que nos queda es la certeza de que la autora pudo haber inventado todo o construir la versión que mejor le conviniera, desde su posición de creadora y buscadora de un mensaje o de una realidad ficticia que se nos presenta como real. El problema es que ni Dios ni el creador se pueden recargar en alguien o descargar su responsabilidad.

    Ante esto no queda sino el dilema de la trama de la vida o la vida de la trama. La pérdida de rumbo de un Robbie o la perversión de Brony al plantearnos los motivos de una chica para mentir o los motivos de una autora para darnos tal o cual versión, la cual atraviesa al lector. Caramba, siempre serás perversa, Briony.

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Guadalupe