Opinión

MartínSolares
Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Los que vivíamos ocultos. Los que estábamos hartos de ser perseguidos. Ofrecimos al Abate Prevost nuestros servicios. Lo citamos por la noche en este muelle. Él nos escuchó, vio las cosas de que éramos capaces y comprendió que sólo nosotros podíamos detener a los que cazan por la noche. Entre ellos Kiefer o Seres de los Colmillos. Desde entonces, dentro de la policía de París hay un grupo que vela por la seguridad de la gente. Un grupo secreto, que está allí para vigilar. Nos llamaban los Árbitros. Ahora somos la Brigada Nocturna. Desde hace siglos, el comisario de París es uno de nosotros.

Martín Solares

Ciudad Luz, 1927, madrugada cercana, sin luna. El detective Pierre Le Noir, integrante de la Brigada Nocturna, es despertado intempestivamente por su camarada Karim, pues el jefe, comisario McGrau ha citado al grupo especial ante el asesinato en plena calle de un individuo que presenta una marca en el cuello de catorce orificios, como incisiones de colmillos o clavos. Sin embargo, el cadáver no presenta muestra de hemorragia o manchas de sangre y tiene un llamativo color verde aceituna. Es extraña tanta prisa, después de algún tiempo condenado a clasificar archivos, con la indiferencia de la jefatura y, por lo tanto, con la confianza en la resolución en otras instancias.

   Ésta es la apertura de la novela Catorce colmillos. Memorias del detective Pierre Le Noir a propósito de los hechos sobrenaturales ocurridos en París en 1927 (México, 2018, Random House, 195 pp.) de Martín Solares (Tampico, Tamaulipas, 1970). El sabio jefe manda a su subordinado a entrevistar a la gente del barrio en que ha tenido lugar el homicidio, sabe que tiene relaciones que le allanarán el camino. No se trata de una cadena de favores, es sólo que encuentra los vehículos adecuados. Casi al salir de la oficina dos: Horace Wiseman, un hombre vestido a la moda, casi al margen del camino y que no ha podido ver el delito. Pero le señala a una verdadera belleza que, desde un lugar privilegiado en una mesa de café, sin duda lo podrá ayudar, una mujer que se mueve con ligereza y sensualidad: tampoco ella podrá decir mucho, pero se aliará con Le Noir y lo recibirá en su departamento. Ella le dará algunas claves: buscar el movimiento de seres nocturnos, de muertos vivientes, de migrantes de otras realidades y otros tiempos que concurren en el París de 1927.

   Así que Le Noir tendrá que ir a la mañana siguiente a la Oficina de Migración de estos seres, sita en el Panteón de Montparnasse, no sin antes pagar peaje, pues se trata de la tumba de Porfirio Díaz, nuestro tirano favorito, quien pide una moneda para poder acceder a las oficinas. Claro, Le Noir tendrá que enlodarse en el Sena para que no lo hagan trizas los personajes que por allí merodean. Y no saldrá indemne porque un ser de más de dos metros y hocico de cerdo salvaje le cerrará el camino de salida. No consigue eliminarlo, por lo tanto deberá continuar con su misión, ir al depósito de cadáveres a tomar una muestra del difunto (una uña) para llevársela a nuestro científico favorito: Luis Pasteur.

   A estas alturas Le Noir se da cuenta de que París hierve de seres de diversas temporalidades y que venganzas y riñas están al alcance de la mano o de finas percepciones, pues el talismán que él carga y que es herencia de su abuela, se calienta y se sobrecalienta y él tiene que vivir varias veces la carga del escalofrío en la nuca. Por lo visto hay numerosos seres que se brincan las reglas de la migración.

   La mejor parte de la novela se encuentra en el desarrollo. El asesinado ya estaba muerto desde hacía un siglo, según reporta Scotland Yard. Eso justifica la intervención de Le Noir y de los seres que con él coinciden. El detective descubre que el fotógrafo y plástico Ran May tiene una plancha (para ropa) con catorce clavos. Tiene que desplazarse a una reunión donde dadaístas y surrealistas están dispuestos a llegar a las manos en aras de la vanguardia. Entre Breton, Tzara, Ernst, Aragon, Picasso, Desnoes, Dalí, bellas y enigmáticas mujeres entre ellas Nadja… y una pareja de la aristocracia francesa que los recibe, debe buscar la plancha homicida.

   La víctima es una ficha centenaria: vende y revende pasaportes para esos seres de otra realidad y lo hace sin clemencia y con afán de lucro y de todas las ventajas para él. Mariska o Ulalume o Tamira, la misma hermosa chica que introduce al policía a la intelectualidad gala, no ha podido ser captada desnuda por la cámara de Ran May. Es su boleto para obtener una extensión de entrevista con el artista y allí puede saber que la plancha robada (hecha en honor de la condesa), fue extraída por un par de gigantones que muy probablemente le dieron muerte al vendedor de documentos falsos.

   ¿Y entonces cuál es el centro de esta novela? La naturaleza del narrador o del memorista: Le Blanc. 

   O´Riley es muerto por segunda vez a manos de sus enemigos. La delincuencia opera a través de los siglos, también el abuso o la selectividad de la fuerza. Atrás de los hechos cotidianos suceden actos inexplicables para el ojo y el cerebro contemporáneos, mas hay seres que pueden transitar entre realidades. Es el caso de Le Noir, a quien su abuela le obsequia un talismán y le advierte que si lo pierde o no lo porta será víctima de la violencia de los muertos vivientes o seres similares.

   Se quitó la discreta joya que llevaba en el cuello y me la colgó a mí:

   —Nunca te deshagas de ella. Es la única manera de que no puedan verte. Pero si un día lo quieres con suficiente convicción, tú podrás velos a ellos.

   Miskara es el mejor distractor de Le Noir. Es muy bella, casi se le escapa cuando él la persigue, busca ponerse al frente de los posibles rivales de Le Noir.

   Es casi hasta el final que McGrau explica su ojo, sus decisiones y su tarea inmediata. Supo de sus virtudes, lo tuvo a resguardo mientras no se dieron casos “sobrenaturales” y ahora que ha pasado la prueba y ha crecido, puede prometerle que será parte fundamental de esa extraña liga de defensa y muy posiblemente su dirigente.

   Pero antes, es el mismo McGrau el que tiene que ir en auxilio de Le Noir, después que es atacado por Petrosian, quien ya había enseñado sus credenciales:

   —En mi país nos llaman Colmillos, o, como yo prefiero, Kiefer, Quijadas. Pero eso apenas da una idea muy pálida de las cosas que podemos hacer.

   La novela de Martín Solares se mueve con agilidad, lleva al lector sin darle muchas preocupaciones, lo divierte, lo ilustra un poco, lo emociona bien con la atracción de Mariska, bien con la de la mujer de Man Ray, sólo después del nudo podrá uno decir con certeza que Le Noir pertenece al mundo sobrenatural que se menciona en el subtítulo.

   Catorce colmillos es una novela arriesgada dentro del contexto mexicano, poco dado a salir a la calle o a subir a la montaña, a asomarse a otras realidades o a recorrer tiempos remotos. Creo que el riesgo se corre bien y con eso ensancha el campo literario o las temáticas de esta novelística nuestra que a veces se conforma con poco, con esto aporta a un peculiar narrador en la narrativa más reciente.

   Solares dibuja su novela, sus escenarios y podemos asistir a las fechorías de esos seres inconquistables que se dedican a marcar la cara del enemigo con una planchita de catorce clavos. Y zas, cúbrete lector.

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Guadalupe