Opinión

NIcolás MaduroPorfirio Muñoz Ledo

Los andamiajes institucionales y los precarios equilibrios mundiales han evitado una conflagración de grandes dimensiones que necesariamente terminaría en una guerra nuclear. En cambio las secuelas de enfrentamientos internacionales, ocurridos desde entonces, han estado casi todos manchados de petróleo. Los más graves han conducido a guerras civiles y derrocamiento de gobiernos. En la crisis de Venezuela se mezclan todos estos factores que hacen en extremo compleja una solución pacífica, en el caso de intentarla.

La posición de los Estados Unidos no se ha modificado, aunque hayan debido adaptar la misma canción a situaciones distintas. Desde un principio Trump ha amenazado con una posible invasión militar, aunque la diplomacia norteamericana lo niegue a fin de no incurrir en supuestos previstos por la Carta de las Naciones Unidas. El único avance sustantivo ha sido extraer el problema de la jurisdicción de la OEA, cuyo Secretario General ha echado sistemáticamente leña al fuego y cuyo Consejo General ha cerrado filas hacia una derecha intransitable. Lo mismo que impulsamos a comienzos de los años ochentas en el caso de Nicaragua, cuando la tenacidad de los países del Tercer Mundo derrotó a la estrategia norteamericana y logró por distintas vías la pacificación de Centroamérica.

Mucho nos ayudaría ahora imaginar un proceso semejante al de Contadora, donde se incluyera a países de la región y a otros con intereses en ella. Desgraciadamente las posiciones de los actores principales parecen incompatibles y contienen por ahora contradicciones insalvables. Sostener que es indispensable una salida democrática, es proponer elecciones libres bajo condiciones de origen foráneo que resultan inaceptables para el gobierno de Maduro. Por añadidura, países latinoamericanos y europeos han decidido apoyar al señor Guaidó que carece de legitimidad alguna para gobernar Venezuela y sólo cubre el expediente que en otros tiempos se confiaba a los coroneles.  

El callejón sin salida que afrontamos es que Maduro no aceptará ningún diálogo que ponga en duda su mandato al frente del Ejecutivo. La consecuencia de esta actitud es también el subido color ideológico que ha dominado la escena enmarcada por un avance de las derechas en Latinoamérica. Maduro se encuentra en una situación semejante a la de Sadam Husein, que era acusado sin pruebas de poseer armamento nuclear. El Presidente venezolano no podría -en la situación actual- aceptar su deposición por la vía de elecciones amañadas y de la intervención abierta en su territorio a través de la disfrazada “ayuda humanitaria”. Estados Unidos está poniendo una pistola en la sien del régimen venezolano a la voz de “te vas o te saco”.

Lo peor del acertijo es que la intervención política en Venezuela comenzó hace rato, por lo que la elección “democrática” que algunos países solicitan esta falseada de origen. Además, la ayuda externa que se está proporcionando para palear el hambre y desabasto - provocados por el cerco económico- podrían ser impugnadas ante cualquier tribunal electoral. Sin duda es el diálogo el camino de cualquier solución política. Pero ¿cómo? Y ¿para qué? Difícil aceptar que el gobierno de Venezuela parlamente en condiciones de igualdad con un gobierno ilegitimo nombrado desde el exterior. No obstante, en la medida que este último crezca con el apoyo externo se alejará la fórmula de negociaciones pacificas genuinas.       

Venezuela dio ya un paso diplomático para involucrar a la ONU, al solicitar el embargo de armas. Lo que en su tiempo pidió Gadafi para evitar la expansión de la Guerra Civil en su país, que por cierto no ha terminado. Los cadáveres del líder libio e iraquí deben habitar en la imaginación de Maduro, porque ese es el futuro que le han decretado. 

e-max.it: your social media marketing partner
Guadalupe