NOEMI PORTELA PROL
Un balón desgastado, los pies descalzos y la ilusión plasmada en su cara. En el lugar más recóndito de África, en las zonas más desfavorecidas o rurales de Latinoamérica, siempre hay un grupo de niños dándole patadas a un balón. Unos quieren ser como sus ídolos Messi o Cristiano Ronaldo otros sueñan con convertirse en veterinarios, profesores o políticos, pero todos comparten algo: su pasión por el futbol. Un deporte que sin embargo muestra sus dos caras, buena y mala, por igual. Y es que al mismo tiempo que algunos tratan de lucrarse con el negocio de los niños futbolistas con la promesa de hacerlos triunfar en un equipo europeo, numerosos proyectos y organizaciones usan el futbol para divertir y educar en valores a niños en riesgo de exclusión, volviendo así al verdadero significado del futbol. El único que debería de tener.
Cuando en 2010 un terremoto sacudió Haití, los niños seguían llenando los campos de futbol para jugar entre ellos. “El futbol es la única vía de escape en el infierno de Haití”, decía por aquel entonces Yves Jean-Bart, presidente de la Federación Haitiana. En distintos puntos del continente africano tampoco es raro ver a niños y jóvenes jugar al futbol. Un trozo de tela atado con una cuerda y unas botellas de plástico aplastadas sirven la mayoría de las veces de pelota y zapatillas improvisadas. En Brasil, al mismo tiempo que se disputaba el mundial el pasado verano, no muy lejos de allí discurría una competición paralela entre ocho favelas de Río de Janeiro.
Ajenos a todo el negocio que rodea al futbol, estos menores en peligro de exclusión ven en él una vía de escape ante los problemas y la violencia a los que se enfrentan a diario. Partiendo de esta premisa, diversas organizaciones han creado numerosos proyectos en distintos lugares del mundo para usar el deporte como hilo conductor hacia un mejor futuro para estos niños. Es el caso de Just a lifestyle, una organización sin ánimo de lucro con proyectos en Tanzania, Kenia e India que pretende cambiar la sociedad y mejorar la vida de las personas en situaciones más desfavorecidas a través del deporte.
En las zonas rurales de Honduras la iniciativa futbol para la vida está destinada principalmente a niños no escolarizados de colonias marginales. A los menores se les exige ir a la escuela para poder entrar en el equipo con el objetivo de minimizar así la falta de escolarización de la zona. La fórmula es simple, mientras están aprendiendo en la escuela o en el terreno de juego no están en la calle expuestos a diversos peligros y con la posibilidad de cometer alguna infracción.
En España existen varias organizaciones que usan el futbol como forma de inclusión. Es el caso del proyecto ‘Educar a través del futbol’ creado por Jorge Morillo que busca la inserción de jóvenes de asentamientos chabolistas o barrios marginales de Sevilla. También la Fundación socio deportiva del Real Madrid sigue un plan similar con menores que viven en el asentamiento de ‘El Gallinero’, situado en la capital española. Un proyecto que además del deporte, da especial atención a la educación e higiene de los niños. En el otro extremo están casos como el de Diakité Alassane, un maliense al que un cazatalentos francés le prometió una carrera futbolística a cambio de una gran suma de dinero que obligó a sus padres a endeudarse. Una vez en el país galo, Alassane fue abandonado a su suerte y decidió viajar a Madrid donde consiguió trabajo en la cocina de un colegio. A pesar de la experiencia no ha dejado el futbol y juega en el C.D. Canillas donde también entrena a los más pequeños e intenta protegerles para que no les pase lo mismo que a él.
Los niños que forman parte de este tipo de proyectos no tienen una vida fácil, son menores en riesgo de pobreza o productos de negocios que rozan la ilegalidad. Pero el momento en el que pisan un terreno de juego, se olvidan por un momento de su realidad y disfrutan como los niños que son. Es la magia del futbol.
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias
Twitter: @NoemiPortela