Opinión

Henry James3Alejandro García / ]Efemérides y saldos[

               Pero de todos modos me atravesó el pensamiento de que ahora, quizá solo, imperturbado, en esa hora libre y segura, me hallaba más cerca que nunca de la fuente de mis esperanzas. Levanté mi bujía para que la luz jugara sobre los diferentes objetos, como si pudiera revelarme algo. Del otro cuarto, como antes, no partía sonido alguno. Si Miss Tina dormía, su sueño era profundo. ¿Lo haría adrede ―generosa criatura― para dejarme el campo libre?

Henry James

                El juego de luces y sombras, el manejo de la ambigüedad y de lo no dicho, y la incorporación de ese punto de vista subjetivo y equívoco que fue una de las mayores aportaciones suyas a la narrativa moderna. Se publicó por entregas en la revista estadounidense “Atlantic Monthly” entre marzo y mayo de 1888; y en ese mismo año apareció en formato de libro, junto con los relatos “Louisca Pallant” y “La advertencia moderna”. El texto fue minuciosamente revisado en la edición de obras escogidas “The Novels and Tales of Henry James” (…) “Los documentos de Aspern” se reeditó en el volumen 12 de 1908, acompañado de “El mentiroso” (1888) y “Otra vuelta de tuerca” (1898), tres novelas cortas aparentemente dispares que, sin embargo, comparten cierta afinidad psicológica y moral: en los tres casos se trata de una narración contada por un protagonista impulsado por una idea fija, cuyo punto de vista forma parte esencial del entramado de la historia que relata.

Teresa Gómez Reus

Se adueña del discurso, me dice Filiberto García en una charla. Habla y no deja hablar. Esconde lo que es, lo poquito que es. Peina sus canas. Es cierto, poner por delante las palabras, fijar la agenda. Es una treta política y suele caer a politiquera, por decirle de alguna manera. Pero para que haya intriga se necesita el complemento, la fuerza del otro lado. En la vida, en las situaciones diarias, suele escogerse al chivo expiatorio, o al descubridor del entuerto, el que devela el otro lado de la moneda. Y se va a lo siguiente, el que salga magullado que se cure, el que se lleva se aguanta. En la literatura, la situación es distinta, se construye, se redondea la situación. Henry James fue un maestro en la instauración del discurso, fuera cierto o falso, lo guiara la justicia o la más vana cola de venganza.

     Maestro también de la brevedad, en los alientos largos se cuece aparte, James dejó varias novelas cortas que sobreviven en un mar de historias largas, antes y después. Como “El corazón de las tinieblas”, “Bartleby, el escribiente” o “Benito Cereno”, “El jugador”; ciclo que se cierra hacia la tercera década del siglo XX albergando a“El retrato del artista adolescente”, “El gran Gatsby”, La novela del ajedrez y “Veinticuatro horas en la vida de una mujer”; el estadounidense/inglés deja, y abrevio: “El mentiroso”, “Otra vuelta de tuerca” y “Los papeles de Aspern”.

     En “Los papeles de Aspern” (Buenos Aires, 1996, Losada, 169 pp.) hace uso de la mujer adyuvante que apareció en la literatura inglesa con “Cumbres borrascosas” (1847). Tan sólo es un telón de fondo o un marco ubicador que proporciona información al personaje que busca algo y que se contrasta con las mujeres que aparecen con acción en la historia (Mrs Prest es silenciosa y ausente en los grandes acontecimientos que aquí se narran, pero está allí, como apoyo, como mediana alcahueta, algunos renglones de la voluntad humana no los puede controlar ni siquiera predecir, más propia de la literatura española).

    En sentido estricto eso de grandes acontecimientos es un exceso mío. Desde su entrada el personaje esconde su identidad, su nombre, pero es claro por lo que va, unos documentos (¿cartas, poemas, algún papelillo desconocido?, ¿algún retrato?, algún recuerdo?) del escritor Geoffrey Aspern. James se apodera del discurso porque nos dice la necesidad del personaje: apoderarse de un escrito que ha de dar información extra y, en lo posible, extraordinaria sobre un escritor. Así que ese personaje sin nombre es una especie de antiguo paparazzi, o un detective sin crimen a la vista, o un investigador de fuentes biográficas del patrimonio literario, o una hiena en busca de carroña de las relaciones humanas. Por tal motivo acata el consejo de Mrs Prest de rentar una parte de la casona que habitan.

     Había ido a buscar el palacio al día siguiente de mi llegada a Venecia ―me la había descrito anticipadamente el amigo de Londres a quien debía los datos concretos respecto de su posesión de los papeles―, poniéndole sitio con las visitas mientras estudiaba mi plan de campaña.

El personaje viaja a Venecia en su plan de cacería. Allí viven las señoritas Bordereau, Juliana y Tina, pertenecientes a generaciones muy diferentes. La mayor mantuvo, se dice, una tórrida relación juvenil con Aspern y el poeta signó algunas de sus experiencias en documentos que dejó al cuidado de la dama. Los años han transcurrido y la pobreza, el silencio y el aislamiento rodean a las mujeres. Juliana, la mayor, no es ingenua, sabe de las intenciones de esos cazadores. Y en medio de sus achaques sobrevive en el silencio y en la negación.

     La negociación es dura, la renta es alta, casi prohibitiva, pero es un cebo atractivo, ¿por qué tan alto precio? ¿Es directamente proporcional a la calidad del probable botín? La casona es inmensa, aísla a los que allí viven. Poco se ven, si uno busca, las otras se esconden o se camuflan. En todo caso a veces se tiene contacto con la menos vieja, la otra de preferencia aparece para cotizar más alto el hospedaje.

     ―¿Son demasiado caras nuestras habitaciones? Si es así, por el mismo dinero puede usted ocupar algunas más ―respondió Juliana―. Podríamos hacer un arreglo, “combinare”, como dicen aquí.

¿Existen los textos? Nunca lo sabremos. A la manera de ciertas editoriales que pagan adelantos y en lugar de cancelar ante un incumplimiento en la entrega (piénsese en Capote), aumentan el anticipo y la exclusividad, las mujeres mantienen la tentación o la zanahoria en ese conejo que es el huésped.

     El nudo del relato es la enfermedad de la anciana y la posibilidad de entrar a los aposentos por parte del sabueso. Pero en realidad, la posesión del discurso ha cambiado. Por momentos parece que Tina puede ayudar a la búsqueda del personaje o por lo menos hacerle propicia la búsqueda. La acción se desenlaza, ahora es la enferma la que dicta los acontecimientos, el misterio no gira en torno a los delinquios amorosos escritos de Aspern, sino en la necesidad esbozada e inculcada en la otra necesidad: la joven está sola, se quedará sin compañía después de la muerte de la anciana, por lo demás inminente. El dinero de la renta es una dote, perdón, es un salvavidas para los duros tiempos que esperan. Desde la enfermedad, el delirio y la agonía las necesidades han entrado en colisión, no había tal dominio del muy tuno del narrador, el cazador es cazado y de preferencia podría salir casado.

     ―¿Por qué no saca usted a pasear a esta muchacha y le hace conocer la ciudad?

     ―Oh, querida ti, ¿qué quieres hacer conmigo? ―exclamó la “muchacha” con un lastimoso trémolo en la voz―. Si conozco toda Venecia.

     ―Y bien, entonces ve con él y explícasela…

Como en aquel mentiroso texto de Kipling “El Cuento más hermoso del mundo”, James nos esconde los documentos o les da un destino que siempre estará oculto a los ojos del lector. Las necesidades no se satisfacen, los discursos se dispersan y el lector tendrá que padecer esas insignias de la ambigüedad y la irresolución.

     El proceso ha sido más revitalizante que las causas y las finalidades, así este mundo efectista y premiador de la verdad sustentada en la posesión del discurso se va al diablo, se difumina, nos muestra que la verdad es sólo nuestra y no de los pergeñadores de historias, en el caso de los escritores y constructores de vías de culto en el caso de los demagogos y arribistas.

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