Opinión

Horace McCoy 001Alejandro García / ]Efemérides y saldos[

Aunque te voy a decir lo que haría si tuviera agallas: saltaría por una ventana y me tiraría delante de un tranvía, o algo por el estilo […] ¿Por qué se pasan el tiempo esos científicos tan poderosos jodiendo para encontrar cómo prolongar la vida, en vez de buscar maneras agradables de terminar con ella? En este mundo tiene que haber un montón de gente como yo, gente que se quiere morir pero no tiene el valor…

Horace McCoy

El clima de sus obras, a veces los espacios físicos y los estratos sociales que protagonizan su literatura, de intensa angustia del ritmo narrativo y la penosa interpretación de los significados del mundo, sitúan las novelas de McCoy en una zona de la literatura negra que escapa de las convenciones del género.

Juan Carlos Martini

Me encuentro en la librería El Alquimista de Zacatecas un lote de libros de editorial Navona a muy buen precio. En él sobresale “¿Acaso no matan a los caballos?” (Barcelona, 2018, 155 pp., traducción de Enrique de Hériz) de Horace McCoy (Nashville, 1897―Beverly Hills. 1955). Hay una edición mexicana de 1988, de la Universidad Autónoma de Puebla, cuando la editorial fue dirigida por el escritor zacatecano Juan Gerardo Sampedro. Se encuentra en la serie Literatura del crimen, coordinada por Paco Ignacio Taibo II. No se consigna el responsable de la traducción.

     McCoy suele ser un escritor de culto. En 1977, Martini presentaba la novela “Dí adiós al mañana” (1948) en la serie Negra de Bruguera (número 4) y señalaba el escaso conocimiento del autor entre los lectores de habla hispana, a pesar del éxito de la película “Danzad, danzad, malditos” (1969), de Sydney Pollack, basada en el libro que hoy comento.

     “¿Acaso no matan a los caballos?” se publicó en 1935 y ocupa un lugar destacado entre las obras fundadoras de la novela negra. Considérese que “Cosecha roja”, “El halcón maltés” y “El hombre delgado” de Dashiell Hammett son de 1929, 1930 y 1934 respectivamente; que “El cartero siempre llama dos veces”, de James M. Cain es de 1934. La novela no presenta un detective en busca del asesino, pues este está confeso y durante el desarrollo de la historia va recibiendo la sentencia por parte del juez.

     Cierto, aparece un par de polizontes que capturan a un prófugo entre los bailarines, pero es apenas un episodio casi perdido. Y está el hecho de sangre que cancela el maratón de baile, mas el centro de la acción es el baile en sí, la jornada que suena imposible de tandas de una hora cincuenta en la pista y diez minutos de descanso, durante semanas.

     De allí lo acertado de Martini cuando habla del escape de las reglas del género, aunque tal vez habrá que decir que desde entonces McCoy señalaba las múltiples posibilidades de la novela negra, aquellas que le permitieron lograr muy pronto un lugar de primera en la literatura sin adjetivos.

     Hay otras concurrencias interesantes en torno a este libro. Además del despliegue del género negro, la década de los 30 es un punto de madurez de la novela de la generación perdida. En 1932 William Faulkner publicó “Santuario” que fue el punto de arranque de su narrativa y el encuentro con editoriales y amplios públicos lectores que lo llevaron a ser bien visto en Europa. En 1936 pudo publicar ese monumento de complejidad que es “Absalón, Absalón”. Lo mismo puede decirse de los otros miembros de esa generación de Entre Guerras: Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, John Steinbeck. “¿Acaso no matan a los caballos?” coincide con esta mirada crítica y de pesimismo a la sociedad norteamericana dañada por la depresión a partir del 29.

     Por algo se ha dicho que la novela norteamericana tuvo la anticipación y la brillantez que acaso le faltó al existencialismo europeo, sobre todo en la pluma de Jean-Paul Sartre narrador. McCoy además se reúne con escritores que siguieron el desplazamiento de grandes cantidades de hombres y mujeres del Sur y Centro de los Estados Unidos a California, como es el caso de “El camino del tabaco” (1932) de Erskine Caldwell y “Las viñas de la ira” (1938) de Steinbeck. Los personajes de “¿Acaso no matan a los caballos?” han venido, él, de Arkansas y, ella, de Texas. No vienen en busca de tierras, viene en busca del sueño del cine, de Hollywood. Se tendrán que quedar en las goteras de ciertas competencias antes de acceder siquiera a los estudios cinematográficos.

     Horace McCoy describe a los personajes pobres que no llegan a destino, que no logran vivir en este pliegue del sueño americano. Ni siquiera es posible describir el ambiente de miseria en que viven. Viven  en la pista de baile, usan lugares de reposo por minutos antes de seguir bailando en pos del premio de mil dólares que ofrece el empresario.

     Si McCoy habla del estadounidense pobre, volátil, transterrado y errante, Miller publica la vida del estadounidense pobre en París. Miserable, pero dispuesto al sexo y al placer. “Trópico de Cáncer” es la otra ala de las mariposa, el lado externo de la miseria del habitante de Estados Unidos que camina (y folla) en París, no tanto la Francia de la Resistencia, más bien la Galia del estraperlo y la sobrevivencia del posterior Patrick Modiano.

     “¿Acaso no matan a los caballos?” es una novela breve y singular, donde se van entremezclando dos planos: el de una sentencia que se va dosificando en escasas líneas y la de una historia de dos personajes que coinciden camino a la búsqueda de un lugar entre los extras o actores secundarios en los estudios cinematográficos.

          …que por el delito de asesinato en primer grado…

          La manera en que conocí a Gloria tuvo su gracia. Ella también intentaba metrse en el mundo del cine, pero eso lo supe hasta más adelante. Yo bajaba caminando por Melrose un día desde los estudios Paramounr cuando oí que alguien llamaba a gritos:

Están en California, en Hollywood. No es fácil entrar a ese mundo, de modo que tienen que contratarse en un maratón de baile, donde (se entiende) les proporcionan comida, alojamiento y la promesa de mil dólares si resultan triunfadores. Hay además pequeños incentivos, dentro del alargamiento de la prueba: por ejemplo, ante el tedio y la pérdida de facultades, los organizadores introducen carreras e invitan a patrocinadores que les entreguen zapatillas deportivas o prendas benévolas para competencia, nada que sea muy costoso.

          Mírenlos, damas y caballeros, después de doscientas cuarenta y dos horas de movimiento constante siguen frescos como flores

     El verdadero problema es que el baile se constituye en el todo de la novela. Es un mundo que se juzga adyuvante para conseguir un objetivo final (ser famoso actor), pero que termina por ser la bestia que se traga a los participantes. No hay más vida que el baile, que la competencia, que esa entrada a la nada, porque no hay algo que se adquiera. En el mundo cotidiano, de afuera, de luz no artificial, se juntan cosas que señalan el nivel de tu pobreza o de bonanza, aquí no, aquí solo son las facultades las que se van perdiendo.

     La pista de baile, y por extensión la novela de McCoy, se convierte en un universo apabullante donde transcurre la vida: la opinión de la protagonista de que una de las participantes no debe tener a su hijo y la reacción del marido, violenta, para que no se meta en esos asuntos; el encubrimiento de un preso en fuga en el grupo, hasta que un par de sabuesos va por él, el amor que se puede hacer con alguna de las mujeres de otra pareja, entre restos de escenario y vestuario. Es la nueva vida, porque aunque el soporte es mínimo el hombre tiende a crear regularidades e hitos materiales.

     El baile es una paralelización del acto del amor, es un escenario lúdico del hombre y la mujer. En esta novela pierde tales características. Incluso su cadencia o su gracia van trasmutando en pasos lentos, en decaimientos, en sostenerse el uno en la otras o viceversa y cada que el organizador ve que el espectáculo peligra pone a correr a los bailarines y los castiga si uno de ellos abandona o se cae. Si la mujer desfallece, el hombre tendrá que dar el doble de vueltas en tanto ella no se integre. Es el mismo precio ante el retiro del hombre.

     Curiosamente ¿Acaso no matan a los caballos? cobra especial interés ante el mundo de competencia que desde el baile propone. No tenemos que ir a la trata de blancas, de tan actual práctica y torcimiento de las mejores causas humanas, tampoco al papel del trabajo llevado de la obligación a la carrera y de allí al sacrificio. Tampoco tendríamos que reconocer la propuesta de McCoy en un cuento como “La Lotería” o las competencias terribles en “Los juegos del hambre” o la pérdida de todo control en “El experimento”.

     Creo que la novela se escapa a cualquier delimitación y lo mismo vemos aquí el escepticismo de Camus en “El extranjero” (1942), la indiferencia ante la muerte de la madre y ante la muerte infringida a uno de la especie, que la pregunta fundamental que formula en “El mito de Sísifo” (1942) en torno al suicidio.

     El sentenciado recuerda que en su infancia vio llegar a su abuelo con un arma y disparar contra un caballo, porque se había lastimado la pierna y nunca más podría correr. La mujer de “¿Acaso no matan a los caballos?” ha bailado, ha corrido. Es imposible el triunfo porque acontecimientos vergonzosos han obligado a la suspensión y a la división del premio entre los sobrevivientes. Les tocará algo así como 50 dólares después de meses de competencia. ¿Qué se ha lastimado ella? Desde luego que más allá del baile, más allá de un pasado violento y doloroso en Texas, más allá de una competencia que arroja plenamente con nada en las manos a la nada, la herida es letal, colmo la pierna del mejor caballo de carrera. Desde luego, los jueces nunca entenderán que lo que él hace es una especie de extensión del suicidio.

          El fiscal no tenía razón cuando dijo al jurado que ella había sufrido grandes dolores al morir, sin amigos, sin otra compañía que la de su brutal asesino… Yo era su mejor amigo. Era su único amigo.

     Novela maestra, breve, cruda, en gran manera solo esbozada, obliga al lector a desplegar su mundo, sus fantasías y a enterarse de que él mismo está encerrado en la pista de baile o en su sucedáneo, a punto de correr, de desfallecer, de ser borrado del espectáculo y de ser aventado a la calle donde encontrará el tiro que le impida ser un caballo inútil.

    

e-max.it: your social media marketing partner
Guadalupe