Opinión

Veremundo Carrillo Trujillo 001Alejandro García / ]Efemérides y saldos[

Poetas,

no pierdan ni nos pierdan

los mágicos vocablos.

Veremundo Carrillo Trujillo

                       Ahora sé que su lectura me fue grata porque eran las palabras de un hombre que nos ofrendaba su verdad; una verdad que detestaba las máscaras, que quería un lenguaje que dijese que la piel del hombre es el venero de la poesía. La poesía no sirve para ocultar, sino para revelar. Allí, en esas páginas, la congoja estalla como ritmo y el ritmo fosforece de perplejidades. De qué o contra qué. No necesitaba saberlo, Adivinaba, sí, una confesión; oía, sí, una voz bizarra; sentía, sí, a un poeta herido por el venablo del dolor y anclado en un amor confuso: Amor a Cristo y amor al Amor.

Juan Antonio Caldera Rodríguez

I

He paseado con el más reciente libro de Veremundo Carrillo Trujillo, el poeta; me he dejado tentar por sus versos desde una cómoda posición, en mi sillón de descanso y de trabajo. He debatido entre el sueño y la vigilia con él. "Vida aquí nacida" (México, 2023, Texere, 76 pp.) es un poemario armado en plena lucidez del orfebre de la palabra en torno a un núcleo: la vida. Núcleo gramatical y núcleo existencial.

     El libro es breve y sus piezas no son de larga respiración. “Bucólica I”, por ejemplo, de los ejemplos más largos, se deja probar en cada uno de los apartados, correspondientes a cada uno de los cinco sentidos. No tiene esa propiedad mi lectura. Me refiero a la idea inicial, a que la brevedad del verso es inversamente proporcional a mi tentación de detenerme y alargar la enunciación.

     Me detengo en su léxico, en sus imágenes, despliego lo que creo es el mensaje, después lo inserto en mi propia experiencia de lector y de vida. Así es la poesía, seductora, la buena poesía, demandante. Son hologramas de la producción total de Carrillo Trujillo y el libro también es holograma, prueba y sustancia suficiente para tener una idea del mundo poético del niño de Achimec de Arriba, de Montezuma, de Humanidades, de Europa, de San Mateo, de este estar sentado a la mitad del foro.

Gula para el verano y el otoño:

miel de estrellita, papa cimarrona,

jaltomate y madroño,

el quiebraplatos hecho pan campestre,

la jícama, el coyaute

(breve cebolla y masa de camote),

el aguamiel y la sandía silvestre;

miel de maguey, de tuna y de mezquite;

sal de pepita,

de acualaiste y de esquite;

el jocoyol, un trébol diminuto,

ácido calosfrío,

socio del xoconostle del estío;

y todo en rededor

es agobiante gozo de sabor

De lector a lector variará la incompetencia de vocabulario. En mi caso les comparto que me dejé llevar por la musicalidad del poema y proyecté una primera respuesta de degustación. Después busqué significados y referencias con: miel de estrellita, papa cimarrona, jaltomate, madroño, quiebraplatos, coyaute, acualaiste, jocoyol,

     A diferencia de una poesía anacrónica que se somete al pasado, la poesía de Veremundo Carrillo trae al mundo actual, al mundo de mi lectura, un vocabulario y una realidad desconocida para muchos. Al leer el poema les damos significado a esas palabras, este puede ser errático o aproximado, pero el lector corre el riesgo, ya después podrá ir sobre un referente o una entrada de diccionario; pero a la vez las re-significamos.

     Valoro un léxico intermedio, que a mí me lleva a una realidad, pero que pienso será tentación para un lector de otra generación más joven o de otra región: gula, aguamiel, sandía silvestre, miel de maguey, de tuna y de mezquite, sal de pepita, de esquite, xoconostle del estío.

     El poema en cuestión da un momento para cada uno de nuestros sentidos: gusto, tacto, olfato, vista, oído. La cita corresponde sólo al sentido del gusto.

     Desde el verso entendemos el valor de esos instrumentos de contacto con el mundo: cinco, siempre en uso y siempre en asedio. Los modelos de racionalización han, lamentablemente, atentado contra la naturalidad. Se tienden esquemas o recetas para sentir el mundo, para negar el pasado o para olvidarlo.

     En esta primera sección el libro nos regresa a la naturaleza, un mundo donde el paraíso está a la mano, de inocencia plena, ajeno a la mercancía y a la competencia, un mundo donde el ser humano está libre de la utilización de la voluntad por otro, del secuestro de los sentidos y del pensamiento. Por eso el sentir se convierte en peligroso, por eso el pensar preocupa a los que adueñan del mundo.

     Hay una resignificación más gracias al contacto con la naturaleza, la posibilidad de entrar en contacto con los productos de la propia resignificación: allí están las grandes preguntas del ser y del destino del hombre y de sus relaciones con el mundo material y espiritual. En pocas palabras está la posibilidad de encontrar una dimensión de contacto con lo sagrado o, si se prefiere, de lo intangible, de lo inexplicable. En cuestiones de resignificación el amor es una entrañable bestia de mil cabezas y otras tantas significaciones. ¿Y qué decir de la infancia o del terruño, las significaciones y re-significaciones que van cambiando a lo largo de la vida? Es posible incluso que un sabor nos lleve el rechazo y que con el paso del tiempo se convierta en cómplice y adyuvante de alguna prueba que lo torne agradable, resignificado. ¿Cuántas veces hemos regresado a una prueba de sabor para revalorarla e integrarla a lo que en “ese” momento somos?

     El poeta es el individuo adiestrado o privilegiado con el don del manejo del lenguaje, que es el vehículo de los sentidos y del pensamiento, la realización. Con el trabajo verbal, el poeta intenta descifrar esos enigmas ajenos o propios de la naturaleza humana, pero también busca que no se pierda esa capacidad de resignificación, esa naturalidad del hombre que nos hace diferentes, todavía.

     El poeta tiene pues la carga de poner al alcance del lector un grupo de palabras que éste incorpora, significa y resignifica. De allí la paradoja de privilegio y subordinación. Privilegio de nombrar, subordinación a quien lo decodifica y hace vivir ese universo lingüístico. 

II

Después de ese repaso por los sentidos, por los cimientos, "Vida aquí nacida" los pone a funcionar, los expone en la vida social, en el entorno del poeta y del lector: las circunstancias, los seres queridos, admirados, los que se disponen a iniciar la brega, las instituciones.

     Dos retos para la sensibilidad y la razón del hombre de hoy son la comprensión de los jóvenes y de los poetas. A los niños hay que dejarlos que crezcan en libertad, que se nutran del mundo y de la naturaleza. Pero el destino del hombre parece cebarse en la juventud. Si la sociedad imperial y burguesa vio en los de menor edad la futura carne de cañón o de mina o fábrica, en el bando de los caídos, o el sustento de la ganancia y la diferencia, y la sociedad revolucionaria intentó en la doctrina y la obediencia la igualdad saldada en la burocracia enaltecida, el presente nos enfrenta a la falta de alternativas que ofrecemos a los jóvenes y la condena a sus prácticas, la descalificación y la condena a su ruptura. Es la sanción de un mundo violento que generó carne de caldera, de matadero, de sin salida. Cuerpos hermosos y sin oportunidad de más vida que una hielera o un duro piso de asfalto en donde se desangran.

Se sabe de muchachos que disparan

armas extrañas que no compran ni dominan.

y se sabe que humillan y horrorizan,

que se inyectan  la muerte y la vomitan.

He visto a los muchachos que fabrican música,

los que ríen y cantan, que hacen versos y bromean.

A los que viajan lejos, a los laboratorios y a las aulas

donde cultivan experiencia y ciencia.

Unos y otros son nuestros muchachos

Cuidémoslos. Amémoslos. Los de lejos, ¡vuelvan!

Y qué decir del poeta, del que a veces arrogante se escuda en el oficio y en cierto prestigio gremial para escapar de ese necesario camino de la resignificación. Escudados en la revolución o en la obligación de cambio, en el proyecto más que en el pasado o en la realidad, quisieron convertirse en guías, cuando su papel es si acaso ese noble ejercicio del recuerdo, de la memoria, de la causa de todos, de la redención de todos, no de la comodidad propia.

Poetas,

permítannos pensar

no nos roben el don de la palabra

A partir de los poemas de Veremundo Carrillo no hay una gramática de la vida, no hay una prescrición de observancia obligatoria (las formas son parte del lado lúdico de la construcción del poema), hay una búsqueda de la complicidad, de un encuentro con el lado sensible y bondadoso del hombre. La vida renace con cada recuerdo de lo que he sido, de lo que soy, con mis altas y bajas, lo mismo el padre que el hermano, el hijo o el ahijado, el condiscípulo o el maestro.

     Renazco como lector cuando el madroño me lleva no al Achimec de Arriba de Carrillo Trujillo, sino al Coecillo de aromas de capulines, fresca la garbanza, zarcihuiles, pingüicas, moras; garambullos, renazco cuando lo mismo rememoro la apoteósica despedida fúnebre de Victor Hugo que la descomunal salida de la historia de Louis Ferdinand Celine por haber sido simpatizante de los nazis o la descalificación del poeta Veremundo Carrillo Trujillo porque escribía poesía católica. Renazco con el recuerdo de mi madre, resignifico, de mi compañera de ruta, de mis dudas, de mis modelos de vida. Renazco cuando cada día despierto y digo:

Por ti abandono mi oficio.

Por ti abandono mi gusto.

Por ti abandono mi patria.

Por ti abandono mi honor.

Pero a ti no te abandono.

III

Resignificar. Lo mismo el recuerdo de la infancia que la noticia que me acaban de dar antes de subir a este foro. Lo mismo la primera muestra de amor, que la de rechazo. Papita cimarrona. ¿Será que no es tubérculo, que no se da bajo la tierra? Será Veremundo Carrillo  Trujillo una papita cimarrona, enraizada, pero en el aire, con la ira de Caín arraigado a Achimec de Arriba, con la causa de Abel por las catedrales del mundo, sedentario y nómada, local y cosmopolita. Sin duda.

     Siempre me ha sorprendido esa extraña, y tan atendida, resignificacion que atenderé, quizá erróneamente a hablantes y pensadores del galaico portugués, ese tipo de melancolía no por el pasado, sino por el futuro, esa tristeza por lo que acaso estoy seguro, sucederá mañana, ah, las trampas del hombre y sus bestias demoledoras.

     Sólo me queda, después de agradecer la publicación de este libro (el cuidado de Judit Navarro en  la edición y el tiro al mero blanco de la fotografía de la portada de la autoría de Alejandro Ortega Neri), con respecto a la resignificación, recordar aquella historia de Elisabeth Kübler Ross donde un niño con cáncer, en fase terminal, se resistía a morir porque él quería más a sus padres que a Dios, y entonces moriría en pecado y se condenaría.

     Al leer la primera bucólica de vida aquí renacida no deja de palparse esa sensación en que la divinidad es rebasada por la voz que la hace posible para el lector. En Bucólica I son los sentidos del hombre y la naturaleza un universo, la divinidad ha sido anulada, está ausente; pero desde luego, uno sabe que está allí, conteniendo el todo, la duda persiste: ¿Es posible la divinidad o es sólo gracias a que el poeta la hace posible?

     No es una muestra de la prepotencia que critica Veremundo en los poetas, es una construcción de la palabra donde conviven los contrarios (en otro espacio comentaré “Invernal”, notable poema, verdadero holograma de la obra de Carrillo Trujillo) y la realidad es compleja y se impone sobre cualquier imagen preconcebida. Díganme si no tengo razón al repetir esta esta pequeña imagen majestuosa:

Luna cernida, sol desmenuzado,

sacro tamo imantado

o el Cordero de Dios escarmentado

Y un serpenteante calosfrío invernal

recorre la columna vertebral.

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