Opinión

Pascal QuignardAlejandro García/]Efemérides y saldos[

Tuvieron una desavenencia, quería el señor de Jaume que ella también se hiciera un dibujo en el bajo vientre y que fuera a juego con el que él mismo llevaba. Ella se negó y le dijo que no podría soportar que llegase un moro con agujas y se las clavase en la piel, tras haber mostrado las partes íntimas a ese hombre y pasado por la humillación de que le rasurara el vientre.

Pascal Quignard

Cualquiera de los libros de Pascal Quignard sorprende. Los pensamientos que aparecen sorprenden y el lenguaje con el que los expresa también; las historias, aun siendo como son muchas veces recreaciones de leyendas o hechos históricos, nos asombran tremendamente.

Ascensión Cuesta

Cierto, los textos de Pascal Quignard asombran, tocan zonas del lector donde lo claro se oscurece. No nada más suelen escapar de las clasificaciones de género, sino que cuando parecen entrar en las clasificaciones se escurren, porque a veces el que se descuadra es el decodificador. Hay algo en el texto que sea cuento, relato o novela, nos llama a permitirnos un reacomodo, un respiro. No es que hayamos terminado sin poder aspirar y expirar, es que hay acontecimientos o hechos que se reacomodan al final y adquieren un peso diferente, que nos permite entender que la travesía ha sido más ruda de lo que pensábamos.

     “La frontera” (1992, Chandeigne. Madrid, 2016, 4ª edición, Funambulista, 114 pp.) es una novela corta donde el primer linde es la separación de Portugal de la dominación hispánica en 1640. El levantamiento llevó a la corona al duque de Braganza, Juan IV de Portugal. Quignard torna el evento en nicho, lo aísla de la pelea de varias décadas que siguió en pos de su definitiva separación de los españoles. Fija otro punto de separación: la importancia de Francisco de Mascarenhas para hacer realidad el triunfo del duque. Y también la relevancia del señor de Jaume, el peculiar francés que bajo la tutela de aquel, contribuyo a la gloria de la corona lusitana. Podríamos decir que formaban un pequeño grupo que transitó a mejores condiciones de vida y de ejercicio del poder.

     También era aliado el señor de Alcobaça, quien tenía una niña llamada Luisa, que, a pesar de la diferencia de edades, creció en juegos con el señor de Jaume, lo cual no fue obstáculo para que éste participara en la conjura que llevó a la obtención del reinado. Alcobaça igual participó en los hechos. En realidad el francés era un hombre de acción, aficionado a los toros como sus correligionarios. Se cuenta que una tarde feliz había hincado a sus pies a dos cornúpetas ante la presencia real y de Luisa.

     A propósito de toros, Luisa vivió una experiencia con un amigo de la infancia, Alfonso, que fue pisado por un toro en el vientre y en los genitales. El barbero le extrajo de un testículo la glándula y suturó en vivo.

     Dentro de la formación de Luisa era importante la música. Para su educación vino a enseñarle clavicémbalo el lorenés Grezette. Aficionado a la pesca y al vino y bajo su influjo solía azotar a sus alumnos. Los señores Alcobaça y Jaume reían cuando la castigada era Luisa. No fue tan tolerante el francés cuando los pretendientes empezaron a llegar tras la chica. En un momento la pretendió formalmente, pero tras la petición, el padre no tuvo la misma sonrisa  que ante los azotes.

     Despechado el señor de Jaume, una noche de copas se encontró con Grezette y se dedicó a componer con él una canción hiriente que se refiriera a su pretendida sin mencionarla. La letra pegó y circuló entre la gente. Luisa reconoció una clave compartida con su profesor y lo despidió. El señor de Jaume se mantuvo a salvo. Si por las mañanas era famoso por su fuerza, sometía a los toros con las manos, las noches eran a menudo violentas, solía castigar físicamente a las mujeres con las que vivía la fiesta y cargaba dardos envenenados que disparaba contra esclavos y judíos. 

     El afortunado en el amor de la chica fue el hijo del señor de Oeiras, un hombre gallardo y jovial, de 23 años y buenas maneras. En una visita al castillo en construcción de uno de los Mascarenhas pudieron apreciar lo fastuoso del edificio y de su jardín que se abría sin límites a un bosque. Allí pudo el soberano descansar y soñar un poco. Lucía se sintió un poco indispuesta a la hora de la cena y salió al jardín. El rey pidió que le llevaran su espada, olvidada en su sillón de reposo y el encargado fue el señor de Jaume. Pudo contemplar la belleza de Lucía, sin que ella notara su presencia. A la molestia física, Lucía agregó una cierta perturbación ante el misterio de lo que estaba frente al jardín.

     Cobró consciencia de que la niñita que había conocido se había hecho mujer, de que sus nalgas eran muy hermosas y robustas y de que las deseaba.

     De Jaume tuvo que abrir su juego ante Oeiras. Admitió la relación y buscó acercarse de nueva cuenta a los dos. Un día invitó al joven a la cacería. Consiguieron algunas presas, pero un viejo jabalí cargó contra el joven, destrozó su abrigo, lo derribó del caballo y lo lanzó a la orilla de un río. Apenas pudo Oeiras aferrarse a unas hierbas. De Jaume vino sobre el animal, lo ultimó. Después cortó el vínculo entre su adversario y la tierra y dejó que la corriente hiciera su trabajo. Cuando llegó el resto del grupo pudo ver las muestras de desesperación del hombre por no poder salvar al amigo. Cuando por fin lo pudo sacar, había muerto. Pudo contar a Lucía su vano intento y el encargo que el moribundo le había hecho. Había puesto la historia a su modo y a su servicio.

     Lucía guardó luto y reverencia a su esposo. De Jaume fue el narrador de la última escena. La fue copando. Ella primero perdió el sueño, después lo fue recuperando, pero en el sueño aparecía el otro sueño, las imágenes del marido, los escenarios de lo pasado, de lo vivido, de lo que no fue posible, de lo que despierta el cuerpo adormecido por el dolor. Finalmente huno uno en que todo indicaba que era el fin del ciclo, la despedida del amante.

     De Jaume inició la verdadera escalada por el cuerpo de Lucía. Y lo alcanzó. Ella tuvo lo que ya conocía, pero también lo que no pudo tener y lo que no sabía. De Jaume tenía un tatuaje en el pene, una figura que crecía y necesitaba del uso de la boca y la lengua de la pareja. Después también le pidió que ella se hiciera un tatuaje que complementara la representación dentro del acto.

     Todo parecía ir bien, sólo que, vencedor, De Jaume se excedió en la confianza. Una vez, bebiendo y conviviendo con el cuerpo amado, confesó primero las que consideraba sus hazañas, pasó después a la verdadera historia de la cacería. Ella estuvo de su lado, había cruzado la frontera. Lo acarició aún después de saber todos los detalles. La noche terminó en tranquilidad. Aceptó realizarse el tatuaje. Él pidió prontamente el acto. Ella se dijo lastimada por la operación. Cuando aceptó, pidió que sacara su instrumento. Él lo hizo. Lucía se acercó a lamerlo. Presta sacó un cuchillo y cortó el pene y la bolsa escrotal. Ésta terminó en la boca de De Jaume, ella se guardó el pene con todo y tatuaje.

     Él no oye nada. Ella lo acaricia. Acerca sus labios a su sexo. Con los dedos coge las bolsas de los testículos. Saca un pequeño cuchillo. De un golpe corta los escrotos. Él grita. Por fin, ella lo emascula; la sangre sale a borbotones; le mete en la boca al señor de Jaume los dos testículos que le ha cortado, se guarda el pene y el dibujo tatuado en su piel. El señor de Jaume se desmaya gritando.

     Ya para entonces el señor de Alcobaça se había suicidado después de un desaire Real. Lucía se encajó el cuchillo en el pecho y terminó con su vida, no sin contar la versión auténtica a quien quisiera y pudiera oírla, De Jaume sobrevivió a la emasculación, con el favor real y la protección de Mascarenhas, su protector inmediato, mas terminó por arrojarse por la escalera de la casa de Lucía.

     El rey premió a Mascarenhas con el marquesado de Frontera y le pidió que la historia, ahora por nosotros conocida, no se contara más. El dueño del castillo de Frontera que quiso evadir el límite entre la naturaleza y lo hecho por el hombre, mandó que su fortaleza fuera decorada con azulejos que representaban fragmentos de historias, entre ellas la de un tatuaje sobre un pubis.

     El arte ha tomado el lugar de la palabra. Ha sido la manera de darle la vuelta a la prohibición real.

     Obviamente la frontera está presente de diversas maneras en esta obra de Quignard. Además de la que aparece entre España y Portugal, están las fronteras entre el día y la noche de esos individuos que han logrado el poder y actúan de acuerdo al escenario en que se encuentran. De Jaume es un personaje dividido, a veces siniestro, el brazo ejecutor de los poderosos, el abusivo con los marginados y el tozudo buscador de una pareja con la que puede practicar sus dos caras, con el peso dominante hacia las labores sobre el cuerpo y cierta violencia.

     La frontera entre castillo y bosque es también la estancia en la seguridad y el ejercicio del poder, mientras a un paso está el misterio de la naturaleza o la aparición del sueño, a veces como reposo para el soberano o como prefacio a la desgracia que vivirá Lucía.

     Hay también una frontera entre la versión que construye de Jaume a propósito de la cacería  y la muerte del joven Oeitas. El trato con De Jaume, la repetición constante, la confianza que hace sentir poderoso al victimario, permite que la historia b aparezca. También el francés ha pasado la frontera de sus reservas, cree que Lucía está a su merced. Ella se lo hace creer. Sólo es la pausa para organizar el contraataque y pegarle donde más le duele. No lo asesina, lo torna inútil.

     Y hay una serie de fronteras entre los diversos continentes de la historia que se cuenta: la anécdota, los diversos acontecimientos que van de aquí para allá; la leyenda, bien de una mujer que venga a su amado y así misma, bien la de un hombre valiente al servicio del poder que fue dañado por una mujer resentida; la historia de un hecho dentro de la independencia de un país. Y al fondo está la frontera del hombre en su interior, entre el racional y el instintivo, entre el placer compartido y la obtención de él a partir del abuso del otro.

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Guadalupe