Opinión

Sergio GalindoAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Caricia sin fuerza los dos se tocaron: aprender a conocerse por el tacto.

─¿Es cursi, verdad?

─¿Qué?

─Perdurar lo efímero.

─Nada es cursi, Luis. Nada. Te quiero…

─Margarita; estamos en Jalapa…

─Vivimos en Jalapa, Luis… vivimos… ¡sí!... ¡Vivimos!

Sergio Galindo

El de Xalapa es un “¡Carnaval en cuaresma!” ─a diferencia del de Veracruz que “corresponde a la fecha exacta”─, para la significación de la novela el sentido de transgresión permea todo el discurso narrativo. Si, como ya dije, el carnaval es un tiempo de excepción, extraordinario, salido del curso de lo ordinario, el carnaval tal como sucedía en Xalapa, y se asume en la novela, es doblemente transgresor, pues el tiempo profano del carnaval se monta sobre el tiempo sacro de la cuaresma (lo que propicia, según palabras de Margarita en carta a su madre: “tener después del Miércoles de Ceniza tres días de orgía”)...

José Luis Martínez Morales

Integrante de una imprescindible generación literaria que, por cuestiones de dominio del campo literario o por mera geopolítica cultural, se aglutinó en torno a un solo escritor: Carlos Fuentes, Sergio Galindo (1926-1993) se mantiene en el mercado con obra publicada en el Fondo de Cultura Económica y en el catálogo de la Universidad Veracruzana, empresa que él contribuyó a formar en los años 50. La muerte de Fuentes en 2012 ha permitido reacomodos que ayudan a apreciar de mejor manera a escritores como Dolores Castro, Amparo Dávila, Inés Arredondo, Luisa Josefina Hernández, Rosario Castellanos, Sergio Fernández, Jorge Ibargüengoitia y el ya mencionado Galindo. Hablo de una generación por los años de nacimiento, en la década de los 20, y no tanto por haberse asumido como grupo. Todos estos han tenido un ascenso en la valoración de los círculos culturales y especializados, así como en ciertos acercamientos a públicos mayores, bien en sus diversos lugares de nacimiento, bien en el terreno de la literatura nacional o bien en ambos.

     “La comparsa” (México, 2009, Universidad Veracruzana, 145 pp.) apareció originalmente en 1964 en la memorable serie del volador de Editorial Joaquín Mortiz. Se reeditó allí mismo en 1973. Hace cosa de once años vio la luz pública la edición que ahora comento, la cual se puede conseguir en rústica y en pasta dura. Es un libro muy agradable a la vista, con una viñeta muy sobria al centro y un marco amarillo canario bastante atractivo. En el interior viene ilustrado por Emilio Aguirre Mata y abre con un prólogo de José Luis Martínez Morales, especialista en vida y obra del autor. Forma parte de una actualización de la obra de Galindo dentro del catálogo de la editorial universitaria, lo cual es realmente encomiable como parte de un principio conservador del patrimonio literario.

     La novela se mueve en torno a dos temas que han variado su importancia sin llegar a perderla de manera definitiva. El primero es la ciudad. La década de los 60 es aquella donde el espacio narrativo pasa del medio rural al urbano. El Buenos Aires de Cortázar y Sabato, el México de Fuentes, La Lima de Vargas Llosa, el Santiago de Donoso, La Habana de Cabrera Infante. Hay también miradas menos totales, más cercanas al alcance del ojo común y corriente: el México de Pacheco y Del Paso, el Guanajuato de Fuentes e Ibargüengoitia, la Xalapa de Galindo. La gran urbe o la pequeña aparece como un caldo de cultivo de las contradicciones sociales y de las acciones y pasiones de sus habitantes. El universo está en la ciudad, en cada calle, cuadra, barrio, sector. La ciudad se muestra en su envés y revés, en su fluir cotidiano y en sus días de extravío, en su superficie y en su estructura profunda.

     Xalapa (según el prologuista) o Jalapa (según el autor) es la ciudad capital de un estado que tiene tensiones con el puerto de Veracruz. Es el caso del carnaval. La tradición le da mano a los jarochos para que lo celebren, como corresponde, una semana antes del Miércoles de Ceniza. En cambio, se quejan de que el desarrollo de un evento similar en Xalapa, más que restarle asistentes, le disminuye el presupuesto. En contraste a los capitalinos les afecta en el aforo, pues el asistir a la fiesta a la orilla del mar es muy atractiva. De allí que ellos tengan que meter el festejo dentro de la cuaresma, del domingo al martes posteriores a la puesta de la Ceniza.

     El día anterior al domingo de carnaval de Xalapa de 1959, la ciudad amanece con la noticia del accidente automovilístico, en el puente de Sedeño, del arquitecto Julio Falcón y cuatro prostitutas. Los cinco pierden la vida. Durante la jornada, alterada en su normalidad por la noticia de la muerte múltiple, van desfilando los diversos personajes, sin que alguno llegue a tener la calidad de protagonista. Son figuras de un tablero de ajedrez que se llama Jalapa. Se trata de una serie de mosaicos que configuran un escenario único que se tomará el espacio público durante el domingo. Los otros dos días de festejo quedan fuera de la narración.

     La acción se abre con una escena entre Bárbara y Bartolomé, matrimonio joven. La criada se lleva a los dos hijos a comprar alguna golosina mientras ellos hacen el amor. La actividad íntima se esconde y la empleada contribuye a que el sexo se quede en casa y los niños se mantengan ajenos. La pareja habla con cierta malicia de lo que han hecho, como si tuvieran una clara dimensión del acto transgresivo. Es sólo una ráfaga, una especie de indicio de lo que podrá hacerse al día siguiente, válvula de escape de las obligaciones sociales. Bartolomé ya está bebido y eso contribuye a que su desenvolvimiento sea inusual.

     No llevaba más que pantaleta de nailon y bata de seda. Sintió en su cuerpo, en sus senos y abajo en el vientre un cosquilleo inocente, ajeno.

     ─¿Qué tienes?

     ─Nada.

     Bartolomé respiró. No era él. No había disputa. Dijo:

     ─Eres puerca. Que nadie se ríe así por nada.

     ─Fueron las cosquillas

     La segunda escena, en cambio, da la nota de la muerte del arquitecto, cuando el padre de Alicia, la llama desde Nueva York para que ella lo felicite por cumplir 25 años de casado con la madre de ella. Alicia está casada con Leandro y esperan esa noche la visita de Tino y su esposa Adriana, recién llegada a Xalapa. La hija le cuenta que ha muerto Falcón. Él le pide que envíe una corona. Ella piensa que alguna de las muertas pudo haber tratado a su padre. Decide darle tres días libres y pagados a la señora Isunza.

     Clementina Pereda, solterona, piensa en ir a reconocer el lugar del accidente. Sube a un camión suburbano y al llegar al puente se da cuenta de que muchos xalapeños han tenido la misma idea. Allí se encuentra con Borrito Garza, nativo de la ciudad, que viene al carnaval de cacería, después regresará a la Ciudad de México a tener sus “amores de manita” sin provocar problemas a sus familiares.

     Dentro de ese mosaico de personajes: están el padre (don Pedro) y la madre del cura Efrén (el extraño hombre de negro); profesores de la universidad, alumnos, visitantes del espacio urbano (Felipe e Isidro), estudiantes foráneas (Margarita) parejas en la lucha por mantenerse unidas. Está también Zenaída, la belleza local, que ya tiene loco al presidente municipal, Genaro.

     Todos están con un ojo en el accidente de Sedeño, todos están con otro ojo en su participación en el carnaval, donde podrán perderse entre la multitud y divertirse sin el peso de los dictados de siempre.

     El otro tema es el carnaval. Asunto que tuvo algunas décadas mucho impacto en la teoría y la crítica literarias. Abordado por Mijail Bajtin, se explica sobre todo en la Edad Media y en Renacimiento, como manifestaciones de la cultura popular que se desarrollan en la plaza pública y donde desaparecen las jerarquías y las puniciones, el lenguaje cotidianamente grosero se refiere ahora a la fiesta y las partes consideradas sucias y de salida de desecho se convierten en partes de vida y de satisfacción corporal y espiritual. José Luis Martínez incorpora las observaciones que sobre el tema desarrolla Umberto Eco, tomando en consideración el carnaval moderno, el que se desarrolla en puertos como Río de Janeiro, Mazatlán y Veracruz.

     Xalapa pues es la ciudad en que un accidente acelera el pulso de la ciudad en un momento en que están a punto de explotar las convenciones y dar paso a la pasión, al baile, a la transgresión, al ritual satisfactorio del cuerpo, vía el trago, vía la caricia, vía el vocabulario ofensivo y renovador. Algunos de los xalapeños no sólo van al puente a buscar indicios de lo que allí pasó, también asisten al prostíbulo donde se vela a las profesinales de la carne caídas en el cumplimiento de su deber.

     El sábado hay pequeñas muestras de ese parte irreverente del ser humano. No sólo el hecho de que un hombre se haya metido con cuatro mujeres al mismo tiempo o en una sola jornada, sino que una pareja hable del sexo con cierto regusto, o que el padre del sacerdote sea un hombre glotón, de malas maneras y expresiones, o que los hombres y mujeres se dediquen a la cacería del otro, ya sea en el bar, durante el paseo por De Sedeño, en los andares por la calle. Siempre triunfa la acotación normalizadora: qué presumido, vienen los niños, que la familia no lo sepa, y en el caso del padre del cura, la reprensión de la esposa y el malestar estomacal que lo castiga por la noche.

     Está también la búsqueda natural que se cataliza con el accidente. Tanto Margarita como Luis terminan en la misma cama. Al día siguiente, ya en carnaval, pero no en la plaza, Armando y Alma desenmascaran su amor. Las dos parejas se comprometen y fijan fecha de matrimonio. La vida normal correrá independientemente de lo que suceda en las fauces del carnaval.

     Pero el domingo es día de carnaval, de máscaras, de anonimatos, de personajes que escurridizos, como Clementina y Borrito en la normalidad, se ven acompañados por lo inasible de personajes como Batuta y Carlín (más energías propiciadoras que entes reales en la historia). El centro de carnaval es el no saber quién es. Es el caso de la mujer disfrazada de bruja, a quien una de una de sus sobrinas imagina le parece es Clementina y sólo los lectores podemos saber que se trata de la señora Isunza, quien se lleva el premio mayor, dos visitantes a Xalapa (Isidro y Felipe) que dormirán con ella.

     Todo mundo era en ese momento amigo, como también podía volverse sin más ni más enemigo. Confeti, serpentinas botellas y vasos que caen al suelo. Los encapuchados corrían de mesa en mesa: insultaban reían bailaban hacían que alguien cayera. Ya no es posible distinguir qué se canta o qué se baila.

   La novela no es explícita en escenas de transgresión. Más bien nos da el ambiente en que rompe la normalidad y todo se aglutina en el centro de la ciudad, donde es casi imposible caminar. Las máscaras protegen a los que quieren escabullir su personalidad, mantienen a los que están al alcance de lo que se pusieron la máscara junto con ellos. El ambiente de libertad se impone, y esto durará dos días más. Después, ya sin el accidente de Sedeño, retornará la calma, la vida, Xalapa volverá a ser la capital. De buenos Aires dijo Borges: “No nos une el amor sino el espanto/ será por eso que lo quiero tanto”. 

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Guadalupe