Opinión

978607318717Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[



Quizá, como es lo más probable, Cristo no es Dios, quizá ni mi cuerpo sea obra de Dios sino de otros cuerpos, pero sí mi espíritu, y la intuición de ese espíritu me sobra y me basta para continuar, concluía yo.

Ignacio Solares

Provenimos de un paraíso en el que alguna vez nos sentimos en una unidad simbiótica con la naturaleza, y lo que llamamos pecado original no es otra cosa que el haber desarrollado la conciencia individual fuera de esa simbiosis. Pero, apenas salimos de ella y pudimos decir tú y yo, empezó a matar Caín a Abel. Desde entonces nuestra especie no ha hecho otra cosa que matarse mutuamente y eso se ha agravado muchísimo. Hemos llegado a un punto donde no sabemos cómo va a seguir esto. En el siglo pasado se mataron mutuamente cien millones de personas y ninguna moral sufrió efecto.

Willigis Jäger

"El juramento" (México, 2019, Alfaguara, 89 pp.) es la más reciente novela de Ignacio Solares (Ciudad Juárez, 1945), un autor imprescindible en la narrativa mexicana de entre siglos y cuyo aquilatamiento ha ido de menos y más, sobre todo, en su caso, con el beneficio de la perspectiva histórica y del gusto de generaciones de lectores muy recientes (a veces dan, a veces quitan). Breve en su totalidad, breve en sus partes (23 capítulos), mi primera asociación es la de aquella figura de “el universo en una cáscara de nuez” o esa bella imagen de un niño en un temprano juego de los cadáveres exquisitos que cuando encontró “alberca” escribió: “gotita de agua en medio del universo”.   

   Casi a la entrada del texto el narrador y protagonista nos dice que de acuerdo a Willigis Jäger Dios se manifiesta en cada una de las olas del océano, “La ola es el mar”. Esta idea contrasta, por ejemplo, con la postura estructuralista del siglo pasado que veía las partes de acuerdo a su forma y su función y buscaba los elementos del sistema y la jerarquía que lo caracterizaba. La recursividad encontraba en niveles diversos estructuras parecidas, nunca iguales. En cambio, el pensamiento de filiación oriental plantea la replicación del todo en sus partes, para bien o para mal. De esta manera funciona el epígrafe de Malraux: “Todo hombre se parece a su dolor” y podríamos decir el dolor de un dedo, es el dolor del hombre y el dolor del universo entero; el dolor individual por la pobreza o la miseria moral es el dolor por la injusticia social o por la finitud de la existencia.

   Perdonará el lector que me he enganchado temprano en una de las ramas de este libro chiquito pero picoso. Regreso a un punto de partida. El texto es breve y virtuoso, ligero en la lectura, mas no se agota en una travesía lineal del lector. Uno se puede quedar con la historia del personaje, el cual pasa por una prueba, es tendido en el dolor y sale adelante. Después viene la valoración de dicha prueba, una vez que se ha degustado como intriga o como parte de la fábula. ¿Qué significa para el personaje la experiencia amorosa con Alma? ¿Qué lugar ha ocupado Dios en ese proceso, dado que, además, quiere seguir la formación sacerdotal? ¿No ha sido simplemente por la convencionalidad? Y hay un tercer nivel que no todo texto tiene, que es alto y profundo: se refiere al papel del hombre frente a la divinidad. ¿Quién hace posible a quién? A partir de los románticos, ya con un buen cuestionamiento entre los ilustrados, todo parecía indicar que la divinidad existía gracias al favor de la verbalidad y la práctica humanas. En lo que va del siglo XXI, en ese vacío que dejó el marxismo, emergen con nitidez Dios y la religión que nunca se fueron, mucho menos el sentir y vivir místico. Así que "El juramento" resiste las lecturas: anécdótica, temática o simbólica y mítica: el Dios-hombre, el hombre-Dios.

   A ras de tierra, un joven de 18 años, en Chihuahua, pretende hacerse sacerdote. Sale de la preparatoria de un colegio jesuita, pero tiene dudas sobre la naturaleza de Cristo. Él no cree en un dios personalizado o de origen humano (así haya sido una estrategia), para él Dios es impersonal. Su consejero espiritual se muestra prudente con respecto a sus dudas. Eso sí, debe despejarlas.

   "Pero cuando llegábamos a acampar…, esas noches fueron en las que más cerca me sentí de Dios. En las tinieblas heladas, bajo las estrellas (que ahí parecen a la altura dela mano) entre las moles de los cerros y de los barrancones, no podía menos que revivirse la fe que hay en mí, y por más que a veces dudara de mi vocación sacerdotal, y también dudara de la existencia de un Dios personal…” 

   Una visita a la Sierra Tarahumara le expande el horizonte de su conciencia, el problema es que todavía no puede encontrar las respuestas a sus profundos cuestionamientos.

   Luis es un muchacho enérgico, sabe defenderse y sabe recibir golpes, pero no tiene prisa en el camino convencional al alcance de su edad. No le importa tanto el sexo, ni el dinero, ni formar una familia. Quiere unirse a la iglesia, pero no está totalmente convencido. Ante las presiones de su mejor amigo para que pruebe mujer, decide una experiencia sin testigos y va con una prostituta pasiva, aburrida, ajena a su necesidad. Termina en una primera borrachera. Días después cae en el hospital por una apendicitis y lo atiende la enfermera Alma, la cual le dará un cambio cualitativo a su sendero.

   Cierro los ojos y aún siento el primer beso que nos dimos en la boca, una noche al despedirnos. Yo nunca había besado a nadie en la boca y fue una experiencia única que nunca olvidaré.

   Luis se aleja de su hogar, encuentra en Alma una protección y una solidaridad, también un espacio de experiencia en donde, en contraste con su encuentro con la naturaleza en la sierra, la vida se ha haciendo y avanzando. Eso le permite llegar al momento de la pregunta y del llamado a que Dios le otorgue una señal. Ésta llega, cuando se siente acompañado e integra a su vida no sólo lo que vive, sino lo que vendrá y, también muy importante, lo que ha pasado. Ahora Luis derriba el mundo de prejuicios y normas que lo ha maniatado, el mundo de dogmas que impide llegar al hueso de la religión, la selva de reglas que impide amar a la mujer, a la pareja. Podrá decidir lo mejor en libertad.

   En un segundo nivel, el lector entra a la lucha de los discursos. O al impacto que tienen en el cuerpo y en el espíritu del hombre. Cuando se habla de políticas públicas del lenguaje como esenciales para el cambio de conducta relacionado con la opresión y la violencia, se olvida a menudo que lo que se debe cambiar es la forma como el  lenguaje está determinando el actuar de los seres humanos. Un lenguaje que viene ordenado desde los escritorios está condenado al fracaso, si no se corresponde con el cambio de significados y realidades aludidas. Por eso cuando se habla en automático o al calor de los hechos suele salir la verdadera significación de las palabras y las ideologías y visiones de mundo.

   Se dice que Platón negó a la poesía. Más bien sería decir que negó la recitación de la poesía. Cuando el verso dejó de decir algo, de descubrir algo en el hombre y se convirtió en cantinela o ruido, dejó de tener valor. Eso mismo ha sucedido con prácticamente todas las actividades humanas, divididas entre el servicio a un sector de poderosos y a una aspiración a la mejora de la especie. También sucede con la religión. Se convivió con un hombre separado de la religión que en sus momentos privados iba a misa y rodeaba su entorno de símbolos cristianos: Peor aún, el mensaje dejó de tener vida y relación con la experiencia. Por más que se hace una explicación de la palabra, lo cierto que el ritual de la misa está llena de expresiones que no dicen absolutamente nada al mundo del practicante. De nuevo el ruido y la fe anclada al dogma o al misterioso sendero de las fuertes subjetividades.

   En la duda se asienta la posible refuncionalización de la religión de acuerdo a cierta mirada de occidente o a la posibilidad de integrarla a la vida, a la experiencia, al ver en la parte, la inmensa vitalidad del todo. Luis no tiene experiencia, padece a un padre distante y violento, a una madre envidiosa y limitada. En cambio Alma lo cura, le lava el cuerpo, le tolera las erecciones, pálida promesa de lo que después vendrá, lo hospeda y le enseña aprendiendo ella misma. En apariencia, ese crecimiento de Luis lo llevará a despejar la gran duda: un Dios personal, el cual termina manifestándosele y otorgándole una prueba. De nuevo lo alcanza la paradoja: ha aprendido a amar el cuerpo de Alma, pero el sacerdocio le exige la abstinencia sexual. No importa, primero es avanzar en el camino de la certeza encarnada, de la incorporación del discurso, de la doctrina a la vida, como liberación, como paso para la libertad de decidir si va o no por el sacerdocio. El padecimiento existencial de Malraux exige que el dolor vaya entero, que abarque todo, Luis ha recorrido ese camino y puede también ver su dolor.

   Y el tercer nivel es esa lucha entre hombre y Dios. El valeroso Luis que ha peleado con sus amigos por defender su espacio y su libertad y que ha pagado caro su arrojo de enfrentarse a uno más fuerte, ha realizado una labor digna de la épica, del papel de héroe. Sin embargo, la herida de Luis está en el alma, en la duda de lo que le han enseñado, en las correspondencias entre palabra, hechos, interpretaciones. El papel de Dios está en duda, el hombre pone en duda la existencia todopoderosa de Dios. Eso lo convierte en dominador y en elemento que lo hace posible o imposible. Pero Luis cree, por ejemplo, en el papel de Cristo como fundador de la iglesia, cree en Dios, no pone en duda su existencia, sino su lugar, su alcance y sus realizaciones.

"El juramento" nos permite una construcción feliz de pareja desde los márgenes del dictado social, la confrontación del hombre con su dolor por no corresponder a lo dicho e impuesto, el noble papel de la conciencia como instrumento de resolución de problemas de acuerdo a una realidad que no niega ninguna de las partes, porque cada una de ellas es ola que es océano y, quizás, Dios.

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