Opinión

DSC09944Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Iba escribiendo el siguiente  texto: “Hasta ahora todos los hombres me han hecho más débil. Mi marido decía de mí: ‘Michèlle es fuerte’. En realidad él quiere que sea fuerte para lo que a él no le interesa: para los niños, la casa, los impuestos. Pero en aquello que para mí es trabajo me destruye. Dice: ‘Mi mujer es una soñadora’. Si soñar significa querer ser lo que una es, entonces quiero ser una soñadora”.

Peter Handke

Como portavoces de la crítica de la patria equivocada documentada en la literatura austriaca contemporánea, estos autores de los que no pocos están en oposición fundamental con su entorno social, son apátridas y exiliados ´potenciales. Así lo reflejan la postura de Thomas Bernhard, considerada por algunos paranoide, lo mismo que los temores y estados sobre los que informa Peter Handke en sus anotaciones.  Evidentemente todavía no es fácil sentirse en casa en Austria, especialmente cuando a uno se le recuerda con más frecuencia de la que quisiera, como no es raro en los últimos años, por resucitados y espectros del pasado, de la existencia de una patria pútrida.

W. G. Sebald

Peter Handke publicó en 1976 "La mujer zurda". La edición española es de 1979 (Madrid, Alianza, 121 pp.). En aquellos años eran importantes autores de lengua alemana tanto Heinrich Böll (Nobel 1972) como Günter Grass (los libros de éste estaban en el catálogo de Joaquín Mortiz y los de aquél en Seix Barral). Las orientaciones ideológicas de izquierda cargaban los dados hacia el autor de Danzig, ciudad de varios países y de nadie, hoy en Polonia y recelaban del catolicismo del autor de "Opiniones de un payaso". De los novelistas alemanes del sur, acaso apenas se recuperaban autores monumentales como Musil, Broch y Von Doderer.

   W. G. Sebald, duro crítico de la práctica y la suerte de la literatura en lengua alemana después de la Segunda Guerra Mundial encuentra en Bernhard y Handke las voces más originales y críticas ante este estado de cosas, en este caso en la literatura austriaca. Berhnhard murió en 1989, apenas a los 58 años de edad, y su obra no es fácil de asimilar ni es atenta a las convenciones ni a las buenas formas. En alguna otra colaboración he escrito sobre la severa opinión que le merecía Canetti.

   En cambio Handke  parecía a Sebald un escritor seductor que, sin conceder mucho, dejaba acercarse al lector y le daba la oportunidad de moverse con libertad de acuerdo a sus intereses y comunidad de evidencias. A partir de 1986 con la publicación de "La repetición", Sebald señala un cambio de rumbo, como si el cortejo hubiera terminado y ahora los lectores tuvieran que ir un poco más allá en las exigencias del texto a nivel de forma y contenido. Desgraciadamente Sebald sufre un accidente automovilístico en diciembre de 2001 y fallece. Deja una brillantísima serie de juicios sobre la obra de Handke con una carga profética importante.

   Los cuestionamientos al otorgamiento del Nobel 2019 no van tanto a la calidad de la obra, sino al compromiso que el escritor mantuvo en las guerras recientes de los Balcanes. Su opinión ha sido clara y de exposición de ideas. Leí a Handke cuando aún existía Yugoslavia. Se decía entonces que a la muerte de Tito todo sería dividido. No se esperaba el baño de sangre por fronteras, religiones y raza, la reaparición de liderazgos fratricidas. La literatura de Handke se pregunta por el destino del hombre, por la perturbación de la paz natural y por la interrupción del libre fluir. Venía de un mundo en quiebra que no se había expresado, sobre eso escribió y se preguntó después de nuevo cada respuesta.

   "La mujer zurda" es una novela breve. Marianne tiene 30 años. Está casada con Bruno, jefe de ventas de una empresa de porcelanas. Tiene un hijo de ocho años, Stefan. El marido viaja constantemente. Después de varias semanas, regresa a casa. Viven bien, con una alta calidad de vida material, en un conjunto habitacional que se encuentra al lado de una montaña. Al lado de una máquina de coser eléctrica, ella contempla a su hijo mientras hace sus deberes escolares. Ha terminado y lee su utopía:

   <<Cómo me imagino una vida mejor’: Me gustaría que no hiciera frío ni calor. Que sople siempre un viento tibio; de vez en cuando una tormenta en la que la gente tiene que acurrucarse. Los coches desaparecen. Las casas serían rojas. Los arbustos serían oro. La gente lo sabría todo y no necesitaría aprender nada más. Se viviría en islas. En las calles los coches están abiertos y se puede entrar cuando se está cansado. Ya no se está cansado. Los coches no son de nadie. Por las noches la gente no se va nunca a la cama. La gente se duerme allí mismo donde está. No llueve nunca. De todos los amigos hay siempre cuatro, y la gente que uno no conoce desaparece. Todo lo que uno no conoce desaparece>>.

   Es un deseo escrito. Marianne se queda embobaba detrás del gran ventanal, su hijo se lo hace notar. Después él mismo se distrae. Van a recibir a Bruno al aeropuerto. Es invierno, en casa tienen un árbol de navidad. Después la pareja va a un buen restaurante. Ella se viste para la ocasión, él va como viene del viaje, pide prestada una corbata en la recepción. Tras la cena, él pide una habitación para pasar la noche, Stefan sabe dónde están y tiene a mano el número de teléfono por si algo se requiriera. Muy temprano, al día siguiente, ella le dice que deben partir. Al salir del lugar le dice que será mejor que ella vuelva sola a casa, que deben separarse. Bruno acepta. Vivirá con Franziska, la maestra.

   En la narrativa de Handke no están las causas a la vista. La experiencia del lector se va enfrentando a cuestiones inexplicables: ¿cómo una mujer que tiene la vida resuelta decide separarse? Tendrá que darse cuenta el intérprete de que opera por prejuicios y por ideas preconcebidas: cómo debe ser una mujer, la solución de las necesidades materiales como lo fundamental o como el mínimo deseable que se convierte en tabla de salvación, “ya lo quisieran otras”.

   Para Marianne es esencial estar sola, repensar su situación y su esencia, tal vez el saber dónde quedó su utopía o su Arcadia, la cual ya se ha expresado en su hijo. ¡O por qué no, cómo cambió su proyecto? La compañía decide por ella, la repliega o de plano la somete. Su hijo tiene un compañero gordo, ambos juegan y hacen travesuras, es su aliado. Ella está sola de por sí, bien porque él no esté, bien porque ella deba depender de él. Su hijo intenta la convivencia, tiene un amigo y aspira a que en su modelo ideal sean cuatro, dos y dos o dos contra dos. Marianne no quiere ir al círculo de mujeres que coordina Franziska, primero debe examinarse, dejarse oír, desarmarse tal vez.

   <<Pensad lo que queráis. Cuanto más creáis poder decir sobre mí, tanto más libre de vosotros voy a estar. De vez en cuando me parece como si lo que uno sabe de nuevo sobre la gente, en el mismo momento deja de ser válido. Si en el futuro alguien me explica cómo soy —aun en el caso de que quiera halagarme o darme fuerzas—, no voy a consentir tal insolencia>>.

   En la novela hay una serie de aproximaciones a los personajes que presentan, más que imágenes completas, fracciones o vistas desde arriba o desde abajo o utilizando un marco o un lente. De pronto uno piensa en un cuadro cubista de pequeños mosaicos, pero aquí hay una movilidad que es fundamental, como si se tratara de imágenes que el ojo tiene que procesar y volver a su totalidad o totalidades diversas. La mujer ve la montaña desde su ventanal, es la más amplia de las imágenes y la cúspide es un reto. Un hombre se asoma por arriba y por debajo de una puerta, los niños se ocultan en las maletas de viaje, el padre es visto desde los andenes, enmarcado por los cristales del vagón del ferrocarril. Marianne desarma y se desarma, descompone y recompone, ve los límites y los fija según su proceso en construcción.

   Apareció de repente la cabeza de un hombre que había dado un salto en otra cabina; luego, otra vez. Después, el rostro del hombre, riéndose con sorna, apareció a sus pies, porque el tabique tampoco llegaba hasta el suelo

   La crisis que vive Marianne y que no tiene como causa el maltrato o la pobreza, la violencia individual o social, obedece a cuestiones que vienen desde la formación o deformación, como la niña que es entrenada para ser madre, sentir como madre, sacrificarse como madre, sin preguntársele si quiere serlo o hasta dónde quiere serlo. La soledad es un alto costo, pero ella tiene que tomar distancia incluso de la carga de prejuicios e ideas preconcebidas de sus compañeras de ruta.

   Quizás una alianza no esperada se da con hombres mayores como el editor o su propio padre, quienes vienen en su ayuda, el primero a ofrecerle trabajo de traductora (el cual de manera cercana practicó en sus años de soltera) y el otro, llamado por Franziska, a ofrecerle el cobijo de su trayectoria, más que una respuesta a lo que vive. Eso sí le trae de regalo a Stefan una brújula y unos dados, orientación y azar. Su trabajo de traductora le dará preguntas y respuestas, primero para su cabal cumplimiento, después para el problema que vive.

   Bruno transita de la calma, la aceptación callada de la separación a la puja por recuperarla de las garras de un actor. Llega a hacer uso de cierta violencia, tanto con ella como en el adversario. Marianne trabaja, traduce obras y vida, vive de cerca el juego de los niños y emprende una excursión a la colina.

   En una reunión en casa junta todos los que pueden estar. Juegan su rol. Bailan, pelean, se reconcilian. El cambio en ella se ha operado. La soledad, la convivencia con los niños, le ha permitido ese ir y venir del que ha salido “ella”. Podrá decidir a partir de entonces bajo nuevas reglas.

   —No te has traicionado. ¡Y ya nadie te va a humillar!

   Marianne ha decidido examinar su condición de mujer y someterla a cuestionamientos. Ha renunciado a ser la mujer objeto que se viste para que su hombre la luzca, mientras él regresa de su viaje y viste con informalidad: no tiene para quién lucir.

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Guadalupe