Opinión

descargacvbAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Xavi y sus manos asesinas, Fran y su seguir estando bien porque hay que estar bien aunque estuviera ahí la hermana muerta y el padre que se sentía demasiado viejo para pelear pero demasiado fuerte para jalar a Nagore a su lado y no dejar que la abuela paterna se despidiera de ella. Todos, todos incluidos, parloteaban y se oían a sí mismos mientras nosotras mirábamos confundidas e impávidas, porque eso era lo que había que hacer: ser las casas vacías para albergar la vida o la muerte, pero al fin y al cabo vacías.

Brenda Navarro

La escritura de Navarro apela a la sobriedad y a la brevedad, todo está dicho en minucias y es precisamente esta economía del lenguaje lo que permite que la novela nos reviente en la cara, nos conmueva e incomode. Sí, esta es una novela incómoda como lo dijeron Yuri Herrera y Sara Uribe durante su presentación. Y es que Navarro amplía y arremete sin titubeo alguno con nuestra comprensión de la maternidad y, en ello, amplía y arremete sobre otros temas como la violencia, los desaparecidos, los feminicidios y tantas otras cosas que nos condicionan.

Sylvia Aguilar Zéleny 

“Casas vacías” (México, 2019, Sexto piso, 159 pp.) de Brenda Navarro (1982) fue publicada originalmente por Kaja negra (2018), un proyecto que tiene como centro el periodismo independiente y como punta de lanza internet. Al año siguiente brincó al mercado amplio en la editorial que en este momento conjuga las características de la industria editorial que podemos llamar clásica durante el siglo XX, con una mezcla de títulos de autores pasados por la crítica de varias generaciones (Dostoievski, Lewis, Kipling, Conrad, Fitzgerald), la aportación de los novelistas norteamericanos que amplían el mapa de esta gran narrativa a partir de la segunda mitad del siglo pasado (Gaddis, Barth), grandes autores de otro ámbitos (Von Rezzori, Andrić, Pavić, Petrović, Schereber, Tampinar); jóvenes y no tan jóvenes de aquí y de allá (Tempest, Means, Velázquez, Luiselli,).

   “Casas vacías” es una novela veloz y que golpea pronto. Se construye a base de dos voces narrativas, dos voces femeninas, una de clase media alta, otra de una vendedora de dulces, por entregas. La primera es más reflexiva, allí está buena parte de su vida, sólo que ésta la requiere con dureza y sin clemencia. La segunda es más inmersa en la vida, allí se muestra su reflexión, el lado que le roba el pensamiento. Seres humanos las dos, mujeres las dos, mordidas en su afán de vivir, de construir su vida, rodeadas de los contextos y de los mitos, de los pesos y de las liviandades, de los prejuicios y los juicios.

    El primer golpe es directo. Una mujer lleva a pasear a su hijo a un jardín (parque) y mientras ve su celular, acaso un leve parpadeo, el niño desaparece. En cuestión de segundos su vida da un giro. Ahora tendrá que ir por oficinas para hacer declaraciones, indagar resultados, reiterarse que ha perdido a su hijo, que no lo tiene ya y que probablemente nunca vuelva a recuperarlo. Los acontecimientos la han rebasado. La presencia de la culpa por el descuido viene acompañada de su actitud ante su esencia femenina y la maternidad “Hay quienes nacemos para no ser buenas madres y, a nosotras, Dios debió esterilizanos desde antes de nacer”.). La narradora, de quien nunca sabemos su nombre, ha tenido un hijo pero también ha tenido que adoptar  a Nagore, hija de Amara, hermana de su esposo Fran. Amara ha sido asesinada por su pareja, Xavi, en España. Pondremos la cereza en el pastel: la voz narrativa consultaba un mensaje de  Vladimir, su amante, mientras el niño se divertía.

   El golpe definitivo está en el robo del infante. ¿Qué lector podrá sustraerse a esta tragedia? Confieso que en esa necesidad de quien decodifica de buscar aliados y piedras o escudos para la aventura y para la labor en contra o a favor de los personajes, me viene al lugar de los hechos “Tenemos que hablar de Kevin” (2003) de Lionel Shriver. La diferencia es evidente, desde el tamaño de la obra, de largo aliento la de la norteamericana, de breves trazos la de la mexicana. Tiene algo en común, la contención, el llanto en sus pensamientos, el vacío de la queja, como si en ese tramo hubiera muerte, mucha muerte. En un caso tardaremos en saber lo que ha sucedido, el asesinato de los compañeros de escuela de Kevin, primero, y del padre y la hermana, después, aunque el orden sea invertido en los hechos. Navarro corre el riesgo de decirnos lo que ha sucedido y entonces ¿qué vendrá después de lo peor? Por fortuna la segunda voz rompe este arranque que el lector ha tomado de su cuenta. ¿Qué trama quien organiza el relato?

   La segunda voz viene a reestructurar la aventura del relato. Es una mujer que se ha robado un niño, pero por lo menos el lector ingenuo que es quien esto escribe, lo deja pasar: uno se llamaba Daniel, el otro se llama Leonel. La narradora cuenta cómo su pareja, Rafael, le da un golpe cuando se entera que ha traído un pequeño a casa. Rafael la golpea con frecuencia, va y viene de la vivienda, ha amenazado con irse a los Estados Unidos, la ha dejado endrogada y después ha vuelto con el rabo entre las patas, también ha permitido que uno de sus amigos le robe a ella sus ahorros. Días después del secuestro, la enteran de que Leonel es autista. Ella siempre quiso tener hijas, dos de preferencia. Rafael se negaba a satisfacerla inventaba tretas, se ponía fuera de su alcance (“Ahí me di cuenta de que nadie tenía lo que quería, por eso me quedé con Rafael, ¿para qué buscar más? El mayor <<pero>> que yo le ponía a Rafael era que cogíamos y cogíamos y él nomás no se venía dentro de mí”). En esta tradición de voces rudas, mi memoria fue en busca de “Benita” de Benita Galeana (1940 y 1974) y “Del oficio” (1970), una novela, injustamente en el olvido, de Antonia Mora.

   Vienen a continuación las cadenas. Los limitantes que aparecen cuando el proyecto de ser independientes o salir de la casa, “realizar la vida” tiene su momento. A la condición de Daniel, que no aparece al principio del relato, y que altera su ejercicio maternal, habrá que agregar el que tenga que ser madre obligada de la sobrina (política, decimos luego en México). Los tres van a España a las exequias de Amara, pero aquello está enrarecido por el feminicidio de Xavi. La narradora contempla el contraste entre las abuelas de Nagore, la dureza patriarcal del abuelo, la fiel disposición de Fran a cumplir el papel de padre sustituto sin consultar de fondo a su mujer. Ella Parece tener todo: está embrazada, tiene un buen nivel económico, un amante, un hombre que la trata bien y no la estorba fuera de esas prescripciones de fondo que no están en un contrato matrimonial, como eso de ganar una hija. Ella se enfrentará a su voz, a su más profundo yo, en torno a ser mujer, madre y no madre, esposa, Amante, sólo que hay cosas que aparecen como inadmisibles en su condición de mujer, ¿por qué dudar de la maternidad, si las niñas son educadas para ser encantadoras y sacrificadas madres? Su dudar la pone contra la pared del orden, pero agreguemos que la desaparición de Daniel, le ha jodido la vida.

   Las cadenas de la otra mujer son también férreas. Hay una historia terrible. Su hermano sale enojado de la casa y no vuelve nunca más. La mujer se entera de que en su trabajo en una constructora mientras hacían labor en una zanja profunda, un trompó repleto de cemento se vacío sin control. No lo rescataron ni a él ni a su acompañante. Tampoco admitieron que el accidente había sucedido. No hubo quien, con poder suficiente, aclarara, al menos, las cosas. Así que esta mujer golpeada, negada, quien tiene una buena mano para elaborar dulces con chocolate, y que tiene cierto magnetismo para que la contraten de lugares pudientes en donde puede ver a niños rubios, de apariencia feliz, cuidados por sus familiares y reconocerlos en un jardín, tomarlos y considerarlos sus hijos, ya que no ha podido tener los suyos. No sólo Rafael le tunde, también lo hacen la madre y la suegra, como si fuera un impresentable chivo expiatorio de la furia de esas mujeres. Su madre tendrá papel fundamental en el desenlace de la aventura.

   Esas dos mujeres piensan, recuperan su vida, se hacen preguntas, todas la preguntas posibles. Claro que las esenciales las marcan los acontecimientos que ellas mismas realizan: el robo y la presencia, la ausencia y el delito, la culpa y la culpa. En algún lugar he dicho que Cervantes, siguiendo yo a Blasco, llama al desocupado lector para poder llegarle al hueso a su Quijote, acaso la mayor virtud de “Casas vacías” radica en su poder de implantar el vacío. La mujer que pierde al hijo, también pierde al amante, distancia al esposo, se aleja de los dictados, del otro y de lo otro. La mujer que roba al niño no puede llenar su falta de maternidad, no puede manejar el autismo de Leonel, Rafael siempre le ha negado la complementariedad, la madre y la suegra la niegan. Branda Navarro se apoya en Wislawa Szymborska: “Y si despertara miedo en la gente,/ o sólo asco/ o sólo compasión?// ¿Y si hubiera nacido/ no en la tribu debida/ y se cerraran ante mí los caminos?/ El destino, hasta ahora,/ ha sido benévolo conmigo.///

   Ante ese vacío, como la desocupación del Quijote, no queda sino emprender la aventura en los huesos, en la desnudez y replantear el sentido de la vida y nuestros papeles, no sólo como mujeres, como hombres evolucionados y en evolución.

   Usted también está en una cárcel, le dije. ¡Tú también!, gritó Nagore defendiendo a su abuela. Yo también asentí […] La madre de Fran apenas y era una sombra lerda que se arrastraba por el piso y yo, años después lo supe, era su reflejo.

   Se ha hecho de la maternidad un mito, plantilla que favorece al orden y desfavorece a la mujer. Dudar de la maternidad no es delito, dudar del amor sin condiciones a los hijos, tampoco es moralmente censurable. Dejemos hablar al pensamiento. Un escritor Jonathan Coe escribió en “La lluvia antes de caer” (2007) una estupenda reflexión sobre la maternidad no deseada y el desamor a los hijos. Hay que vaciar de prejuicios el cuerpo y los mundos mentales de hombres, mujeres y diversidades sexuales.

   Será la única manera de no inventar una felicidad sobre la sangre y la humillación de las víctimas y de los dubitativos. Nos vaciamos y nos resignamos a la muerte (o el estado de coma) en la nada o recomenzamos sobre reglas o acuerdos de igualdad, juego y goce recíproco.

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Guadalupe