Opinión

lavidaAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

La dama Kikyo, esposa según la ley de Norishige-Tsukuma Oribe-no-sho, era hija de Masataka. Yakunshiji Danjo, el que “murió de enfermedad” tras el asalto al castillo del monte Ojika.

Junichiro Tanizaki

Lo que se ha conservado de ella es todavía mucho y el lector de nuestra lengua debe bucear en las densas aguas de esta ficción con el ánimo preparado para vivir una experiencia extraordinaria: la de una fábula extraña y seductora que documenta como pocas esa región profunda donde los deseos sexuales y las pulsiones de destrucción y de muerte se confunden, en contubernio inseparable.

Mario Vargas Llosa

La editorial Siruela se ha dedicado a publicar buena parte de la obra de Junichiro Tanizaki (1896-1965). En fecha reciente Alfaguara dio a la luz Cuentos de amor para conmemorar medio siglo de su muerte. Parece obvio que el reto de entrar a los desafíos de interpretar la cultura japonesa proporciona ahora mejores armas que hace 40 años, cuando era tarea de algunos iniciados. Está por verse el impacto de la cultura de masas en nuestros niños y juventudes de fines y principios de los siglos pasado y presente que creo rebasan con mucho nuestra relación tegumental con las caricaturas de los años 60 y 70, estableciendo un nexo más profundo de cultura a cultura. La ganancia para quienes hemos estado un poco lejos de toda esa riqueza cultural es que también nosotros nos hemos beneficiado de la literatura de Akutagawa, Kawabata, Sōseki, Ōe, Abe, Mishima, Ogawa, Murakami y hemos podido ser tocados por los universos que construyeron y los hemos interpretado en la medida de nuestras posibilidades.

   Recupero de mi biblioteca La vida enmascarada del señor de Musashi y Enredadera de Yoshino (Barcelona, 1989, Edhasa, 317 pp.) de Junichiro Tanizaki. La primera es la historia de Terakatzu, la segunda es un viaje del joven Tsumura, acompañado por el joven narrador, interesado en escribir una novela histórica. Los dos nos proporcionan un relato en que se van desentrañando diversas anécdotas y van surgiendo detalles que hacen más importante una o alguna otra.

   Teraketsu de niño se llamó Hoshimaru y fue enviado como rehén al castillo de Ojika. Bien tratado e instruido en las artes de la nobleza, no era un igual entre los dueños de su voluntad. Ocurrió que el castillo fue asediado por tropas enemigas y él tuvo que esconderse, pues le estaba prohibido combatir, por su edad, y tampoco podía estar en los asuntos de la guerra. Sin embargo, un grupo de mujeres se compadeció de él y pudo asistir a la ceremonia de acicalamiento de las cabezas de los caídos en combate. Eran lavadas, peinadas, perfumadas y maquilladas antes de ser etiquetadas. Cuando eran calvos, les perforaban una oreja y les amarraban con un listón la tarjeta con sus datos. A Hoshimaru la escena de limpieza y peinado, con un toque en la frente de la chica, le producen un efecto maravilloso, asociado al acto mismo y a los gestos de la chica que limpia esos rostros sin cuerpo. Hay casos de “cabezas femeninas”, aquellas que se encuentran sin nariz, porque sus victimarios no han podido cargar con la cabeza entera y se llevan como trofeo el centro de la faz.

   La joven introdujo delicadamente las púas del peine en aquella cabellera de azabache con reflejos de agua, y tras retocarle el peinado del moño, se quedó contemplando con la sonrisa de siempre el lugar justo de la desaparecida nariz, el centro de la cara. No hay que extenderse en ponderaciones de cómo esa expresión encantó a Hoshimaru también ahora, pues el grado de moción ahora era sin precedentes. Si, con todo, intentamos describirlo, diríamos que el semblante de la joven esa noche, con la cabeza de un hombre malherida y destrozada ante sí, resplandecía con la alegría y el resplandor de la vida, y era como la belleza encarnada de la perfección delante de la imperfección. 

   Después de escapar al control de sus captores, cobijados por las mujeres, Hoshimaru entiende que es cosa de días para que caiga el castillo. Su mente le dice que debe haber un general del otro lado. Así que evade los controles internos y de pronto, casi niño como es, está frente a un hombre dormido. Fuera de toda lógica, la que da la sorpresa o lo inesperado, usa su espada, pero no puede arrancarle la cabeza, sólo se lleva la nariz, pues los enemigos lo rodean y apenas puede escurrirse. Días después, los enemigos se retiran. Se dice que su general ha enfermado. Luego se cuenta que días después ha muerto en su ciudad de origen.

   Tiempo después, en paz, sin motivo de venganza, las dos familias se unen a través del matrimonio de Kikyo y Norishige, ella hija de Yakushiji, él de los dueños del castillo de Ojika. Kikyo recordaba una escena de su padre muerto y su nariz, pero las versiones le habían ido cambiando el sentido de las cosas. Ya casados, Teraketzu, todo un guerrero y no más Hoshimaru, puede ver que Norishige recibe dos ataques: uno le deja el labio leporino, otro le mutila la nariz. A Teraketzu le gusta Kikyo, la imagina en una ceremonia de excitantes lavados de cabezas y gestos indecisos entre la fruición y el éxtasis. Se convierte en su cómplice y en el que habrá de llevar a cabo la venganza sobre Norishige a través de su nariz: venganza de Kikyo por la afrenta a su padre, venganza de Teraketzu por su sometimiento. Se convierten en amantes y sólo se separan cuando el heredero debe asumir sus obligaciones.

   El final es abierto, porque mientras la leyenda dice que una vez liberado Teraketzu tuvo que volver a derrotar a Norshige, quien había pedido todo optimismo y negaba a dar la cara a sus súbditos, cosa que logra con presteza, arrancándole la vida a él y a sus seres queridos, otras fuentes hablan de la vida Norshige y Kikyo en el anonimato.

  Hay varios focos de interpretación que llaman al lector: la visión del sojuzgado quien tiene una situación de privilegio y la aprovecha en silencio, cambia el rumbo de los acontecimientos y lleva a cabo un plan en donde sus placeres tienen una culminación relevante. Siempre escapa a ser encuadrado por un relato, sólo los lectores tenemos la certeza de lo que sucedió, aunque no de todas sus implicaciones.

   El otro asunto es el Norishige: vencedor, puente para la paz, se convierte en objeto de la venganza de su esposa, quien es capaz de ocultar su saber para vengarse en el cuerpo del que debería ser su amado.

   Y está esa fortaleza de las mujeres, que después de la tarea cotidiana de defensa del castillo, se dedican a acicalar a los muertos. La jovencita que ronda los quince años se extasía al peinar esas cabezas que contuvieron vidas de seres bellísimos imposibles de amar. Al final, les da un golpecito, como si fuera el gracias a esa fortuna extra de tenerlos.

   Su sonrisa, por muy inocente y juvenil que fuera en ella, y precisamente cuanto más era así, tanto más aparecía rebosante de irónica malicia; y esto proporcionaba a la mente de Hoshimaru la rueca para hilar interminables fantasías.

   Enredadera de Yoshino es un viaje, en el que uno de los personajes busca su pasado y otro el conocimiento de lugares que tiene localizados en papel. La historia o leyenda de “El rey celeste” es buscada allá por los años 12 del siglo XX y escrita en la década de los 30. El paisaje es un obstáculo, también la distancia de los acontecimientos familiares. Tsumura va tras los rastros de su madre, pero hay grandes vacíos de información y la consanguinidad no es el único conducto. Uno de los poblados, pequeño número de casas, se dedica a fabricar papel por medios tradicionales. No es fácil hacerlo, hay palabras de recuerdo que golpean a Tsumura: “teníamos los dedos reventados por grietas y sabañones” es parte del costo para obtener un papel de blancura impecable. Pero la vida no es fácil para la madre de Tsumura quien es enviada muy niña a Osaka a un barrio alegre. Es difícil reconstruir entre la vivencia, lo dicho y lo que se revela a cuenta gotas.

   Por otra parte, el territorio es parte de una historia de lucha entre el Septentrión y el Meridión japonés. Se habla de un robo de los guerreros del sur, los tres tesoros de los hombres del Norte. Recuperaron la espada sagrada y el espejo, pero tuvieron que llegar al exterminio para dar con la joya sagrada. Éste parece uno de esos episodios, en que los países van avanzando de región en región en busca del poder absoluto. El carácter de una región montañosa intrincada hace interesante y específico este relato, también su visión desde la derrota. La visión urbana actual olvida a menudo que las zonas de altura y de vegetaciones cerradas sirvieron de lugares de resistencia. Es el caso de los cátaros en Francia.

   El viaje no sólo los va llevando a encontrar su correspondencia en lo que buscan. El escritor se siente insatisfecho porque no podrá escribir el relato histórico que había pensado. Ahora sabemos que lo lograría dos décadas después de esa incursión al paraíso y que a principios de siglo contaría con un buen número de lectores en nuestro idioma, además de los que le rinden culto en su país y en el resto del mundo. La sorpresa está en lo que obtiene Tsumura. Las palabras antes citadas lo remitían a su madre y a su pasado, pero la imagen de la chica en el poblado que visitan, con las manos sumergidas en el agua para tratar lo que será papel, le iluminan con que hay un cierto parecido con su madre. Y entonces entra en romance y se decide a ir por ella.

   El peso de la imagen de las cabezas en las manos de la dama, como el papel en las manos de la joven pueblerina, nos lleva a interpretaciones diametralmente opuestas: el rugido del deseo que desatan en Hoshimaru-Teraketzu y la pasión en Tsumura, que no aparece sospechosa, pero que ya a los amantes del banalismo conducirá al Edipo.

  Las dos historias son sabias en su conducción, van tocando al lector en sus fibras conocidas y desconocidas. De pronto el rubor de la muerte se convierte en toque eléctrico sobre el sexo o sobre algún centro de poder, de pronto las manos en el agua nos dicen que hay una carne por humedecer y tornar viva.

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Guadalupe