Opinión

Eduardo S. Rocha
Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Y desde entonces se dedicó a revivir como un nuevo caricaturista. De forma discreta —y cuando se lo permitían— publicó algunas viñetas y las firmó  con un nuevo seudónimo. Con el tiempo consiguió una sección regular para sus caricaturas y trabajó con diligencia hasta que comenzó a transformarse en el lobo, entonces debía enfrentarse a la muerte y a las heridas que provocaba de manera inconsciente.

Eduardo S. Rocha

Llegar a los 7 cuentos que integran Apocryphus (México, 2018, Policromía/ Secretaría de Cultura/ PEDCAZ, 103 pp.) de Eduardo S. Rocha representa una pequeña ruta no exenta de riesgos. Está el título con esas letras que suelen ponerse como pruebas para autómatas en algunos accesos de internet y que, debo confesar, a veces no apruebo (no que no me parezcan bien: no paso el examen). Está un texto introductorio a la manera de gran escenario a propósito de la A o de las alfas capitulares con que inician las historias. Rocha nos dice en su presentación que también terminan con una a. Está una historia gráfica realizada por Eduardo Santiago Rocha Orozco, variante de la historia escrita que conoceremos a continuación. Está un epígrafe entre el título y la primera línea: Kundera, Vian, Plutarco, Dalí, Nietzsche, Joyce, Schopenhauer. También juegan los títulos: “Ecce homo”: ¿la religión cristiana o la filosofía nietzscheana?; “Homo homini lupus”: ¿Plauto o Vian?; “Le petite mort” ¿Plutarco o Bataille?; “Deus ex machine”: ¿Sófocles o el performance del cuerpo?; “Übermensch”: el Superhombre o el niño en la pesadilla; “Cogito ergo sum”: ¿el vagabundeo de Bloom con comezón en las nalgas o la nostalgia de los miembros perdidos?; “Horror vacui”: ¿el error de la inmortalidad o la eternidad del relleno?  Y ahora sí, por fin los textos desnudos, inocentes o culpables, el tú a tú entre lector y texto.

El libro abre con el relato más amplio, una veintena de páginas, continúa con uno de dieciséis, y después se estabiliza entre las siete (tres historias) y las 12 páginas. Aquí nos podemos olvidar de las referencias, de las intertextualides, del movimiento de ciertos relatos o frases a lo largo de la historia. Llegar hasta esta operación de lectura es gratificante y poco a poco se convierte en lo que la obra literaria tiene de punzante: provocar la invasión en la vida del lector y dar paso a la experiencia. Si he dicho que Eduardo S. Rocha construye una serie de barricadas para impedir la invasión fácil de su ciudadela, no lo es menos en la construcción de sus relatos.

“Ecce homo” alterna el acercamiento a un hombre y a una mujer. Hay una investigación. El hombre no sabe por qué es llevado a un cubículo de interrogación policíaca. La mujer tampoco sabe por qué indagan en la relación con ese hombre. Al parecer lo único memorable de algún encuentro entre ellos fue él que le diera un beso, más que robado, impuesto, imprevisto. Como en la realidad que no muestra sus costuras y avasalla, la calidad moral y la densidad del hombre se va perdiendo hasta que decide salir de este mundo y suicidarse. Quizás al contrario del mundo kafkiano que nos recuerda, a los lectores percudidos por la experiencia de algunos libros y marcados por la realidad que hoy se vive, podremos decir: “algo habrá hecho” (como solemos decir cuando la acusación absurda se sostiene sobre mí: “algo habré hecho”), porque habremos de entender que la bondad y la maldad son también construcciones y dardos que dañan al ser humano de manera diferente. Salgamos al frente o al corral de nuestras casas, las amenazas allí están, salgamos a la calle o a la plaza cívica, a los supermercados, nuevos centro de moderna oración o religamiento con Dios, allí estará la mirada punitiva y la ley al alcance del castigo.

Si en primer cuento la alternativas está entre la ley y su transgresión, entre la vida y la muerte, y cómo la madeja se teje para joder lo mismo bajo tierra que sobre ella, en “Homo homini lupus” el brinco está dado por la trasformación de hombre a hombre-lobo. En la vida cotidiana es caricaturista, por la noche sale de cacería, pero no a los grandes centros de personas de sangre limpia o de prestigio social, sino a las orillas, donde se puede, en días suculentos, atragantarse con un par de noctámbulos, y por la mañana salir de su pobre casa, aquí no es retórico, a recoger los indicios de violencia cometidos por la bestia, para que la ciudad perdida no sufre de indagaciones mayores. Pero en la vida real no le va mejor, lo golpean y lo meten en callejones oscuros, su posible transformación en lobo hombre no le da un plus, lo mismo da encontrarlo golpeado como hombre o como ser mítico. Así que ni para donde hacerse, ni cómo presumir que es una súper bestia bendecida por la historia oscura, porque la violencia no tiene medida y se ha perdido el respeto y el límite por cualesquiera de los seres terroríficos.

“Le petite mort” es un relato muy intenso y mi opinión uno de los más logrados. Lo hace porque reproduce en buena medida el proceso ascendente e intensificante de la relación sexual.

Sobre la pared se dibuja la imagen del hombre apoyado e insatisfecho, internándose aún, en el ensayo de un sacrificio con sus puñaladas múltiples, en donde el victimario ataca hasta quedar sin aliento y la víctima es blanco del arma que penetra la humedad corporal de la herida hasta llegar a la muerte en el último suspiro

Cierto, hay un chirrido producido por la energía eléctrica, casi como sustituto del clásico lugar común de la luz de neón que dice HOTEL en películas de rancia tradición. Aquí, además de la diversidad de intereses entre los copulantes, se acaricia la muerte, se busca, se trabaja, ese límite donde la experiencia es única en el orgasmo. Ese ruido también señala el exterior, la vida que corre al paso de los hombres, al rodar de sus autos, al roncar de sus gargantas en busca de descanso. Acá no, acá se está en la operación de la mantis, donde el roce de los cuerpos, el ir y venir, el espumar y resbalar, produce el brinco, la iluminación y da paso a la materialidad del cuerpo, a la bajeza de la satisfacción.

Devorados por el silencio, el ruido y la luz caen, y la mujer toca su sexo como quien limpia sus labios después de la comida.

“Deus ex machine”, en cambio, me parece un texto que se resuelve de manera convencional, como lo que espera un lector habitual. Creo que el problema está en la salida. Hay un guión de diálogo o la presencia de una voz, parece ser la del artista. En todo el relato, ha habido un narrador que lleva el texto y va dando los dos puntos de acción: el artista y su creación en posición de dominio invertido. Sólo hay otra llamada de este tipo, de una voz anónima. Y el final es sólo una línea, definitiva, tajante, como si esperara que el lector le pusiera el pastel a la cereza. En los otros cuentos, Rocha no da concesiones, a menudo nos torea, nos engaña, porque tuerce el destino probable, aquí simplemente nos deja a nuestra suerte, lo cual, es obvio, es falso, en un escritor tan temperamental y organizado.  

En los tres relatos que cierran el libro, “Übermensch”, “Cogito ergo sum” y “Horror vacui” sigue predominando la atmósfera oscura, los personajes en el límite y en la orilla, la imposibilidad de cerrar pactos o circuitos, pues están inmensamente solos. En el primer caso es el sueño y la caída, sólo para concluir que también la conclusión del proceso es parte de un sueño y por lo tanto la manera de salir no es despertar. El Súper hombre pertenece al primer sueño, pero el segundo no le garantiza la resolución del primero. En el segundo hay la pérdida de un dedo, pero también hay la llegada a la casa de los padres, donde su habitación es más bien un montón de telebrejos. El único que se acerca a él y dice conocerlo, le provoca desconfianza. No sólo ha perdido el dedo, también se ha perdido y el pensar no le da el ser, al contrario, puede pensar y estar afuera de su casa como una simple cámara y ver que hay una fiesta a la que no quiere entrar, en la que posiblemente ya está participando. Y el último cuento es el aferrarse de alguien al libro de cuentas y de números. ¿Qué es lo que da la intensidad, la experiencia, la vida plena? No es ese libro, pero va en pos de él, se ha convertido no en el ala del Clavileño, sino en el pescuezo de ese buitre que día a día come la entraña del repartidor del fuego a los humanos.

Así que si uno cruza las barricadas o los acertijos de este libro, podrá encontrarse con una serie de historias que no da concesiones. Me parece que la aportación esencial del libro de Eduardo S. Rocha está en que sus personajes están siempre en el margen (“<A> es por Anónimos, por todos los destinados al olvido”), pasen a la realidad o la fantasía, al sueño, a la mutación, volverán a estar en el margen, como si la rueda del destino anulara la fuerza centrípeta y diera juego sólo a la centrífuga. No hay posibilidad de acercarse al centro, tampoco tiene porque ser esto malo, pero estaremos de acuerdo en que el hombre podrá andar por donde se le dé la gana, y resulta sospechoso que a algunos les o nos toque nada más en cierto lado. ¿Desesperanzador? Sin duda, si la búsqueda es la movilidad, si no, es la terca visita a la vida, sea al nivel que sea, donde la marginalidad impera.

e-max.it: your social media marketing partner
Guadalupe