Opinión

Sara Andrade
Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

La orilla de una cuerda podría estar en la orilla de tus pestañas y la otra en el epicentro de un agujero negro. ¿No te recuerda a algo? Una vibración desconocida que tiene injerencia en todo el universo, cuyas características son la omnipresencia y ¿por qué no?, la omnipotencia. Dios está en las cuerdas.

Sara Andrade

En los lejanos confines de un cosmos infinito hay una galaxia que se parece a la Vía Láctea, con un sistema solar que es un duplicado exacto del nuestro, con un planeta que es idéntico a la Tierra, con un hogar que es indistinguible del suyo, habitado por alguien que es su vivo retrato, que precisamente ahora está leyendo este mismo libro e imaginándole a usted, en una galaxia lejana, acabando de leer esta frase. Y no hay sólo una copia como ésta. En un universo infinito hay infinitas copias. En algunas, su doble está leyendo esta frase, a la par que usted. En otras, se la ha saltado, o siente que necesita tomar algo y ha dejado el libro. Y en otras… bien, no tiene un carácter muy agradable y es alguien al que usted no le gustaría en un callejón oscuro.

Brian Greene

Hay libros que aparecen de vez en cuando y marcan un antes y un después. Tal vez no sea la gran cesura, o tal vez sí (recuérdese que en eso del tamaño del sapo es la pedrada y a veces se ocultan estos folklóricos protagonistas), pero marcan y se presentan con gran madurez e innovaciones indudables. Es el caso de Orquídea de supermercado (México, 2018, Téxere/ Secretaría de Cultura/ PEDCAZ, 192 pp.) opera prima de Sara Andrade. Reconozco que tuve que dar varias vueltas en torno a los textos, ponerme los ojos de mosca para poder ejercer una visión poliédrica, aunque su justificación sea de otra índole mucho más fundamentada. Le quiero, amigo lector, contar mi primer encuentro con el texto “Dios está en la cuerdas”. Yo, lector mañoso, pensé se trata de un relato sobre el boxeo, qué interesante, la divinidad contra las cuerdas (ya le había cambiado la proposición) en un cuadrilátero, en una pelea de boxeo donde es muy probable que pierda el combate. Me adelanté con mi mundo de prejuicios y resulté rebotado. No se trata de eso.

El libro consta de cuatro relatos extensos (46, 38, 42 y 46 páginas respectivamente): el arriba mencionado, “La muerte de las flores”, “Somos ese ruido de fondo” y “Orquídea de supermercado” que da título al volumen. Las principales presencias y voces narrativas son mujeres.

En la primera, una joven busca una explicación a la ausencia de su hermano. Se ha colgado, pero ella lo ha visto después de muerto. El suicida mantenía una relación amorosa con otro joven, el cual es hijo de la jefa de una secta religiosa. Hasta ella va la atribulada hermana en busca de una respuesta.

En la segunda, una joven que mantiene una ríspida relación con la madre, la cual siempre le cuestiona su capacidad de pensar y le sugiere que no lo haga, mientras la hace sentir culpable por su estado actual de desvalimiento, va a trabajar a una pastelería donde establece una relación de complicidad con uno de los empleados. No tiene ella mucho amor ni por las flores, elemento esencial en la fabricación de los panes, ni por el mundo que de alguna manera está impedida por el condicionamiento maternal a valorar. Dentro del edificio hay una luz en el cuarto piso que no tiene razón de ser, pues les han dicho que el lugar está deshabitado, pero a veces está prendida y a veces no. Una compañera universitaria se acerca al empleado y mantiene una relación fluida y juguetona. La reacción de la muchacha es severa.

Siente una mano que le pasa el cabello detrás de la oreja y la toma del cuello con suavidad. Abre los ojos sorprendida. Un segundo después, Ramiro enciende la solitaria bombilla del otro lado de la habitación con una sonrisa triunfal en la cara. El foco se bambolea ligeramente. Cristina se quita la fría mano del cuello gritando y corre hacia la puerta.

En la tercera, una mujer escribe y cocina. También cuida a su hijo, a quien periódicamente le cambia el nombre. Ahora es Guillermo de Orange, el gran rebelde de los hoy Países Bajos. El niño es un gran constructor, juega con bloques y es alentado por su padre, pero la preocupada por los grandes destinos es la madre. Al mismo tiempo ella recuerda la historia del Chico Cuervo y la Chica cubierta de sol, un cómic que encontró allá cuando tenía 11 años, cursaba el quinto de primaria en una escuela de monjas y huía de los maltratos de los niños a una zona de paz y camaradería. La vida de un solitario en aquella institución, diestro con la pluma BIC, que se enamora de una bella mujer, pero que tiene la competencia de un malvado brujo. Y cómo pudieron dar con cada uno de los vértices del triángulo, así como ellas mismas signaron su destino para años próximos en donde la ficción ya no era igual, pero en donde algunas de las inseguridades se disolvieron o transmigraron en sus actos postreros.

En el cuarto relato también hay un triángulo. Un hombre y una mujer se encuentran en un supermercado después de 10 años de no verse. Al salir ella lo invita a tomar una copa a su departamento que para él resulta una especie de vecindad. Ella se dedica al trabajo editorial. Recuerdan los años compartidos con Fedra, la primaria, la secundaria, la preparatoria y la separación de intereses en la universidad. La narradora alguna vez tomó el ejemplar de Fedra, propiedad de Astrid, la madre de la amiga. Buscando soledad en un colegio como el del relato anterior, encontró a Fedra y Octavio tomando café o té en tazas de porcelana, sentados en los jardines a donde no llegaba la algarabía de los alumnos. Allí se da una relación que al entrar a carreras diversas los lleva a separarse y a tratar de dos a dos, lo que desemboca en una relación entre ella y Octavio y entre Octavio y la narradora. Al reencontrarse, todos separados, con diez años de gracia o de desgracia, Octavio le confiesa que era la única que ejercía cierto control sobre Fedra, como una madre. El mito se había cumplido entre ellos. En una de esas visitas, él le lleva de regalo una orquídea. Ahora se pueden comprar en el supermercado.

¿Si se dan cuenta de que en los supermercados ustedes no son sino un producto más? 

Hasta aquí los aciertos del libro son muchos: hay la emergencia de una voz madura en nuestra narrativa, tal vez con el señorío de la narrativa victoriana, a la manera de las Brontë, a quien Sara es tan afecta. Andrade se dedica a narrar, más que a experimentar con la forma, va sobre el contenido, sobre la construcción de la historia y de los personajes y es muy aguda en los escenarios, porque es donde carga la diferencia específica. Imposible dejar de pensar en esa voz cargada de significaciones y de saberes que fue la Yourcenar. Claro, estamos frente a la obra primera de una chica que estará, creo, tan distante de los 30 como de los 20. 

Me gusta mucho el que nos dé diversas facetas de la problemática de la mujer y en general de los jóvenes. Que nos diga que ha sucedido en esos sectores en estos años recientes y que lo haga sin la tradicional pesadez de los jóvenes que hablan y actúan como adultos o que sólo se comportan como gratuitos zombis. Aquí están las niñas del Sagrado Corazón y los futuros guerreros del capitalismo criollo, están los emos, están los jóvenes de secundaria perdidos a los ojos de las muchachas que ven a los grandotes de preparatoria y están los universitarios que de pronto pierden piso, salen a ganarse la vida y se encuentran con que lo que habían labrado en amistades, se les escurre de entre los dedos.

La gran aportación del libro de Andrade, que hace que yo diga que estamos frente a un libro excepcional (a pesar de algunos gazapos y descuidos que deben tener de cabeza a la editora) es algo que deja allí como sin mucha importancia, pero que le da densidad y polisemia al libro. Se trata de la alusión a las cuerdas. El gran sueño de Einstein fue poder unir lo grande y lo pequeño en una sola explicación que se veía de manera clara en las partículas pequeñas. Tal vez se logró pronto con lo del big bang, pero faltaba esa fase intermedia que está cerca de la línea cotidiana: ¿dónde está mi hermano muerto y colgado? Yo lo vi sentado en un sofá en la sala de mi casa. ¿Quién habita en ese cuarto piso cuando la luz se enciende? ¿De qué manera soy una cuerda, madre protectora que vigila el futuro y el buen vivir de mi Guillermo de Orange? ¿Cómo soy Fedra sin descendencia, cómo Fedra vino a mí, muy cercana a la vida literaria, lo más parecido a los mundos paralelos, a los mundos imaginarios?

Tengo entendido que una teoría de las cuerdas habla de 10 dimensiones, más allá de linealidad, superficie, volumen, más allá de espacio y tiempo. Lo que se está planteando en los relatos de Sara Andrade es una nueva manera de leer la realidad y sus productos. La fantasía deja de ser ese ente extraño tan descalificado por los racionalistas superficiales. Estaríamos ante algo así como una nueva representación de la realidad donde Jorge Luis Borges pasaría a ser autor realista-costumbrista. Es broma, no me lo crea lector, pero es la posibilidad de aceptar desde la ciencia la incorporación de numerosos elementos que estuvieron fuera de los registros válidos. De tal manera que sentir el fluido del misterio entre el deseo de volver a tener a su hermano y su imagen en el sofá nos convierte en seres más sensibles y completos.

Piénsese la aportación de otra manera: cuando rememoramos, cuando la mujer escribe y cocina, cuida al hijo y de pronto se viene a su mente y a su pluma esa infancia en que el muchacho de ojos tristes y cutis plagado de espinillas es vencido por el brujo, estamos frente al imperio del pasado frente al presente. Es más, el pasado se convierte en futuro, porque los lectores ignoramos lo que viene a continuación que ya sucedió hace más de 10 años. Pero esa recuperación de la experiencia es el cerco que le permitirá asistir en pequeñas dosis a su hijo. En el caso de Fedra, la historia repetida, la madre que quiere al hijo, el triángulo que se impone, porque el destino está más allá de las voluntades humanas, propicia que los personajes sepan lo que quedó de ellos, acaso tengan que cumplir un cíclico castigo como ir y llevar un piedra o ser horadado por los picos de los buitres o, no sé, tal vez en el pasado hayan tenido ya la redención y la ventura.

Hablaba al principio de los ojos poliédricos, porque los relatos de este libro llaman a la sorpresa y a la indagación, llaman a la epifanía y, por supuesto, llaman a un placer que multiplica si salimos átomo en fuga, Guillermo Tell tras la manzana o suspiro de hoyo negro de la lectura.

  

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