Opinión

Miguel Donoso Gutiérrez
Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Esta es la última semana del mes y he comenzado a leer nuevamente: las puntas verdes de las esquinas han comenzado a crecer asombrosamente, como si mi lectura las estimulara. Tengo miedo.

Miguel Donoso Gutiérrez

Miguel Donoso Gutiérrez podría decir como Kafka: “No soy más que literatura y no puedo o no quiero ser otra cosa”. Ascendiente de escritores, su vida es sólo un texto, un tejido verbal que se consolida en esta novela.

Jorge Velasco Mackenzie

Novela corta, La maleta (Quito, 2017, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 83 pp.) de Miguel Donoso Gutiérrez, quien residió en nuestro país casi dos décadas, de la infancia a su primeros años juveniles (en México publicó sus primeros versos y obtuvo los primeros reconocimientos literarios, siendo parte del movimiento de talleres que fundara Miguel Donoso Pareja), reta al lector con una multiplicidad de filiaciones de género.

   El curioso lector escanea sus esquemas o claves o mañas de lectura, buscando por dónde pueden ir los tiros de esta historia que no se detiene; por el contrario, fluye y no se deja atrapar. Es innegable su apertura que nos recuerda la novela regionalista de principios de siglo veinte: la selva está presta a devorarse a uno más de los hombres, después de que ya ha le pertenecen muchos otros y deambulan por ella; pero también el cuento real maravilloso: hay un viaje y el héroe obtiene un don o un contra don, todavía no lo sabemos: una maleta. Y hay guiños con el lais medieval: la inmersión en un territorio donde se encontrará a la mujer más hermosa y amable del mundo. También hay el repiqueteo de claves de la novela gótica, el manuscrito y la presencia del relato de misterio o de terror a la manera de Lovecraft. Un poco más adelante está el erotismo y la cara de la mujer que recuerda a Bataille y el epígrafe es una señal de esa cruz que el lector decidirá por dónde caminar.

   Todo esto sucede mientras, reitero, la novela avanza con ligereza, sin detenerse, asumiendo su contemporaneidad. No tenemos tiempo para indagar si se le debe el culto a La vorágine, al lay “Lanval”, a los relatos de “Caperucita Roja” o “Mamá Oca” o los de la oralidad decimonónica, al erotismo accidentado de Manuscrito encontrado en Zaragoza o a la escatología de Historia del ojo. Tal vez sea más una referencia al realismo mágico. En la parte final la naturaleza avanza sobre el lector postrado en su cama, ávido de darnos las peripecias que faltaron al primer manuscrito. O, concluyo, es un producto de la fugacidad y la dispersión propia de la posmodernidad. Sin duda, quien lee tiene un menú de combinaciones posibles que lejos de estorbarle, hace que el pequeño libro resulte picoso y dulce a la vez.

   Al principio se dice que se trata todo de un manuscrito encontrado en el cementerio general el 4 de enero de 2016. Lector desprevenido, sólo lo recupero cuando abstraigo que aquí se trata de una novela dentro de una novela, y que la novela, “La Riada”, que está dentro fue escrita por un joven enamorado, Benedicto, muerto por la pasión, que tuvo que ser completada por un personaje que se volvió loco y fue tío del personaje Joaquín que une todos los niveles. ¿Cómo quedó el texto en la versión que leemos? Tuvo que haber una tercera mano que cumpliera la instrucción y llevara la maleta al panteón y que suponemos es Joaquín. Él tuvo que armar los tramos e incorporar los segmentos en que él mismo aparece. De modo que la estructura de la novela es breve, pero sustanciosa y permite muchas lecturas, algunas apegadas al género, algunas de acuerdo a los senderos de los textos allí incluidos.

   Así que tenemos un texto que se escribe y es dado al periodista Joaquín, a quien se le encarga investigar sobre “La Riada”, con la burla de los colegas; a éste, un ser misterioso, brillante, le entrega la maleta que contiene la novela sobre Doña Flora y su prostíbulo, su relación con el cacique Filiberto y sus hijos Dionisio y Éufrates. Hasta aquí vemos la cantidad de manos: un primer escritor (Benedicto), un segundo (el tío), un recopilador (Joaquín), un editor que lo hace posible a la prensa. Pero en realidad quedan bailando el Joaquín de la novela y el Joaquín autor y el que más queda bailando, porque  no sabe en la que se está metiendo es el lector que se enfrentará a un texto de actuares diferentes, pero que afectan, apasionan y enloquecen al que a ellos se mete.

   De pronto, uno quiere ver a Doña Flora y tener las 5, 10, 20 o 30 pesos oro, mas al menos se ve invadido por la vegetación que amenaza con devorarlo, como a los personajes. La conclusión extrema es que la palabra es tóxica, es veneno y el lector corre el riesgo de terminar como los actores de La maleta.

   Los personajes entraban a mi espacio, los podía ver, sentir, oler, escuchar, jamás había leído asó: las palabras, las descripciones, las acciones de cada uno de ellos, se convertían en imágenes nítidas que iban apareciendo en la habitación, recostándose sobre mi cama.

   En el centro de una de las tramas está Flora, una hermosísima mujer que es esposa de Filiberto Ante Parrales, pero éste, dueño y señor de tierras y almas, de numerosas mujeres, no puede poseerla, el cuerpo no le responde. Después entenderemos, por el capítulo que se quemó, pero que el tío reconstruye, que Flora era producto del amor de Filiberto y Flora. Estará allí, como fruto prohibido para el garañón, pero como fruto maduro y tentador, tierra de labrado de los hijos del cacique, Éufrates y Dionisio. El interdicto se rompe, de cualquier manera, y el padre, al fin cacique, sabe de los amoríos entre sus hijos y después de un envío de los críos a viajar por el mundo, los hace retornar y prefiere esos amores a que Flora vaya a parar a otros brazos. Después muere y Dionisio se encarga del patrimonio. Tal vez por eso es que la mujer busca hombres, los cuales tienen que pagar una pequeña fortuna por gozar de sus delicias. La misteriosa muerte de Filiberto provoca que Flora quede sin herencia real y que sea Dionisio el que disfrute del poder. Él le entregara la Riada para vivir. Éufrates podrá regresar a degustar ese cuerpo, Dionisio no, aunque la tenga una vez más, prefiere su vida marital, pues ella ha sido objeto de la posesión de muchos otros a quienes ha cobrado 10, 20 y 30 pesos oro. Benedicto tiene que ir conseguir el dinero necesario para tenerla, a él sólo le corresponden 5. La historia no tiene salida, sólo se irán disolviendo los personajes, muriendo, pero mostrándose en lo que fueron sus territorios. A ellos llegará Joaquín en busca de información.

   La otra trama es vertical, se refiere al lector-escritor, que por lo menos son tres: Benedicto, el tío y Joaquín. El primero es la pasión, el amor romántico, mitad liberador, mitad alienante, productivo, pues deja el testimonio de ese mujer esplendorosa, inconquistable, amante siempre. El tío es una aparición después de que en el texto se sabe de la existencia de la novela y se puede leer, porque está al alcance de la mano. Si a Benedicto lo envenenó Flora o ese mundo de Allá, al tío lo envenena la lectura. Ha llevado el mundo de la fantasía a su cama y allí entre la maleza, puede recrear la parte final, el complemento del texto encontrado (mutilado) en la maleta. Joaquín va por motivos profesionales a La Riada. Él piensa que es un lugar dentro de la ciudad. Pronto sabrá que está río adentro, cerca de la Rinconada y que una serie de personajes los guiarán y le darán algunas de las claves para entrar al misterio.

   Joaquín es el responsable de la versión final, se entiende, ha sido tocado por aquello, pero ha logrado escapar y dejar en un lugar de descanso ese libro que altera y cambia la vida. El lector lo tiene en sus manos y cuando lo abre, los paréntesis se diluyen y empiezan a operar la maleza, la fuerza magnética de Doña Flora y, por los menos, Rosa Eulalia. Del viaje, no queda la recompensa de ir a otro mundo como en el lai medieval, tampoco queda la templanza individual del hombre romántico. No queda la destrucción posmoderna del nuevo Osiris. Queda la aventura de leer, el ser tocado por lo desconocido, el entrever que más allá está un cuerpo maravilloso y un placer que no por el precio pierde su encanto. Así buscamos en la lectura de La maleta, mientras el lector va por el río, es asediado por lianas y grandes hojas o toca el Monte de Venus de la bella Flora y ella corresponde generosa.

   Éufrates se sentó junto a ella y comenzó a acariciarla con delicadeza, como si pudiera romperla, hasta que abrió los ojos y, sin exaltarse, lo miró. Éufrates, sonriéndole, le pidió que guardara silencio. La muchacha dejó que siguiera tocándola, y se amaron hasta que cantó el gallo.

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