Opinión

Sabahattin Ali
]Efemérides y saldos[/ 
Alejandro García

¿No sería Raif Efendi un hombre simple e insustancial? Estaba claro que no tenía ningún interés por nadie, ni siquiera por sus seres más allegados. Entonces, ¿qué pretendía? ¿No será esa falta de objetivos, ese vacío interior, lo que lo empujaba a deambular por las calles en plena noche?

Sabahattin Alí

Raif Efendi hace traducciones del turco al alemán, del alemán al turco, en una empresa de los años treinta del siglo pasado, en Ankara, Turquía. El narrador de Madona con abrigo de piel (Barcelona, 2018, 2ª edición, Salamandra, 222 pp.) de la autoría de Sabahattin Alí llega a esa escondida oficina, gracias a la recomendación de un excondiscípulo, quien lo propone para que haga de enlace entre bancos y empresa, algo inicial para paliar la crisis del joven. Allí se encuentra con un hombre gris, silencioso, débil de carácter, visto con cierto desprecio por los demás, incluido el recomendador Hamdi, quien a menudo descarga sus furias en el traductor. Su misma cualidad de ir de lengua a lengua es objeto de duda. Es extraña la permanencia de eslabón tan débil, pero allí sigue, a pesar de que falta con frecuencia por problemas de salud.

   Renuente al contacto o a la convivencia, Efendi atrae la atención del escritor en ciernes, pues también él está metido en una crisis de soledad. En una de las crisis, va a la casa de Efendi y se entera que vive rodeado de cuñadas, concuños, sobrinos, dos hijas y de su esposa. Cuando se enferma, pone en crisis a la casa entera, pues es el único que puede ir por los mandados y se extraña su salud a la hora en que alguien debe salir a comprar el pan. Hay matices: la mujer lo cuida, pero el caos, el maltrato y el dominio parecen tragársela y ponerla del lado del poder doméstico y ella tampoco asiste a las fiestas de los otros familiares. Igual sucede con la hija mayor, en quien el narrador encuentra rasgos de complicidad y de entendimiento.

   Sensible dentro de ese mezquino  mapa de relaciones familiares, el recién llegado es visto con cierta sorna por los más jóvenes, pero su percepción no sólo capta esos pequeños detalles, sino que descubre la debilidad de Raif Efendi: camina, dice que va al café, pero mejor camina, de esa manera respira, aunque también se enferma de sus débiles pulmones.

   En una de sus visitas, la mujer le pide que traiga la toalla del escritorio de la oficina. Al abrir el cajón encuentra el objeto y una libreta en donde Efendi ha dejado sus huellas de otros tiempos. Al hacer entrega, el autor afirma con desdén que deberá ir al fuego. El narrador le replica que debe pensarlo. Le pide se lo lleve y lo lea. A partir de esa tarea, el narrador se convierte en narrador de lo escrito. Allí Efendi da cuenta de su estado de insatisfacción, de ocio, su infancia en la tierra de su padre, Havran; sus pasos por Estambul en busca de destino y la propuesta del padre para que fuera a Berlín a perfeccionarse en los secretos del jabón de tocador, industria familiar. En la soledad, acompañada por una corpulenta mujer en la pensión, vaga olvidado de su objetivo.

   Una noche se encuentra en una galería con el retrato de una mujer con abrigo de piel, es un auto retrato, hecho por Maria Puder. Se extasía ante ella y oye que ese rostro se asemeja al de “La Virgen de las arpías” del pintor renacentista Andrea del Sarto. Se obsesiona y regresa una y otra vez ante el cuadro, el moderno. Un día lo aborda una mujer y él no se entera que es la autora y por lo tanto el personaje. Se repetirán los encuentros: él con su amiga pensionista, alcoholizados, topando con la dama de las pieles; él en espera de que pase por la misma calle, siguiéndola, hasta ver que entra al “Atlantik”, centro nocturno donde ella toca el violín y canta.

   Maria lo recuerda por el encuentro ante el cuadro; él, por la aparición en medio de la noche. Se da una amistad y una empatía, pero ella pronto advierte que eso no desembocará en amor, que la cacería en pos de la hembra no es cosa que vaya con ella.

   —No, no, ni hablar —protestó con vehemencia—. Mire, ¿lo ve? Hace como los otros hombres; finge aceptarlo porque cree que luego conseguirá lo que usted quiera. ¡No, amigo mío! Las cosas no se arreglan con palabras tranquilizadoras como ésas. Piense que, aunque siempre trato de ser franca y clara sobre este tema tanto conmigo misma como con los demás, todavía no ha servido de nada. El ser humano es tan complejo, especialmente en lo que se refiere a las relaciones entre hombre y mujer, y nuestros deseos y sentimientos son tan incomprensibles y opacos, que todos nos dejamos llevar sin saber muy bien lo que hacemos. Yo no quiero eso, de ninguna manera. Pienso que me envilece hacer cualquier cosa que no me llene al cien por cien, que no me parezca totalmente necesaria. Y si hay algo que no soporto es que la mujer se vea obligada a comportarse siempre de una forma pasiva ante el hombre. ¿Por qué? ¿Por qué hemos de ser nosotras siempre las que huyen y ustedes los que nos persiguen? ¿Por qué somos nosotras las que hemos de rendirnos siempre y ustedes los que acepten la capitulación y toman el botín? ¿Por qué hasta en sus ruegos hay dominación, y en nuestras negativas, desamparo? Siempre me he rebelado contra eso, desde que era niña, nunca lo he consentido.

   Efendi es joven, inexperto, pero acata, observa, vive la experiencia. Hablan de arte, de la condición del hombre, de la mujer. La noche de fin de año, pese a las defensas, él se queda en casa de ella, algo ha sucedido que los acerca aún más, tal vez el baile, tal vez el vino, tal vez la salida de ella a tomar aire, mientras nieva, apenas con su vestido. Al día siguiente ella vuelve a ser una fortaleza, a poner distancia. Ésta llegará de otra manera: el padre de Efendi ha muerto, debe ir a arreglar la situación familiar.

   Al volver a Havran la realidad lo arrincona. Ya no es un pudiente heredero. Sus cuñados, apoyados por las hermanas, han repartido los bienes y a Efendi le ha tocado la peor parte. Se dedica a trabajar, a rescatar la finca en ruinas que le han dado y su mala parte de los Olivares. No hay éxito. La promesa de volver con Maria se pospone, sus cartas dejan de tener lectora y la rutina lo atrapa, se casa, tiene hijas, se traslada a Ankara, gracias a la recomendación de su suegro puede obtener el puesto que ahora ostenta. Sólo le queda caminar de noche, lo cual ni siquiera puede decir a los suyos, será el narrador de la novela el que se entere de ello, como de todo lo demás.

   El cuaderno ha completado su historia, sin cubrir todas sus hojas: la antigua pensionista ha encontrado a Efendi cerca de la estación de tren de Ankara, diez años después. Va con una niña de entre ocho y nueve años. Efendi piensa que es producto del segundo matrimonio con otro compañero de pensión. Con timidez y tiento, Efendi se va enterando de la muerte de Maria en un parto, meses después de que él abandonara Berlín.

   Madona con abrigo de piel es una narración que esconde a los personajes, su esencia. En el caso de Efendi es hasta el final que entendemos lo que sucedió, aunque con seguridad no estemos de acuerdo con su proceder. Su parquedad, su falta de acción, lo convierten en una especie de Bartleby turco. Es una advertencia para el narrador, en los inicios de su caminar por la vida. Mas no se trata de sólo descalificar a este personaje que no sabe qué hacer cuando su mejor destino está en volver a Berlín.

   Ese camino al centro de los personajes, un viaje al enconchado corazón del hombre, que no parecen seguir ni la esposa ni la hija mayor de Efendi, no obstante que sospechan su valor, está también en Maria. Misteriosa, es una mujer libre, clara en sus intenciones y en las relaciones que establece con los hombres. Efendi es el único que se mantiene constante, pues lo que ella pide está fuera de lo cotidiano y de la percepción masculina.

   La novela, publicada en 1943, fue redescubierta en los años 90, más o menos cuando también se daba a conocer a Orhan Pamuk. La traducción al español en Salamandra, de Rafael Carpintero Ortega, es de 2018. Sabahattin Alí nació en 1907 en lo que hoy es Arduino, Bulgaria, y que entonces pertenecía al Imperio Otomano. Murió asesinado en 1948 en la frontera turco-búlgara, en condiciones nunca aclaradas, pero entendidas por el carácter socialista y opositor de Sabahattin Alí. A menudo se contrasta su obra con la de Ahmet Hamdi Tanpinar, quien ha sido reconocido como un fuerte antecedente de Orhan Pamuk, quien hace varias referencias a él en su obra Estambul. Sabahattin Alí es  un autor conocido, leído y celebrado en diversos medios, entre ellos el escolar, de Bulgaria.

   La obra de Sabahattin en español, hasta donde entiendo, se reduce ahora a esta pequeña obra maestra, en donde más que Estambul se trata la vida en Ankara y en Havran, en la parte occidental de Anatolia, cerca del Mediterráneo, y en el Berlín de la posguerra. Los personajes están desolados, en crisis permanente, no percibible, pues es endémica.

   Durante un tiempo, un tiempo muy breve, esa mujer me había liberado de mi habitual estado de incapacidad y apatía; me había enseñado que era un hombre, o para ser exactos, un ser humano, que había cosas por las que valía la pena vivir, y que yo también albergaba dentro, y que el mundo podía tener más sentido del que creía.

   A partir de la mirada del joven, sin embargo, es posible entender lo que les sucede, lo que padecen y la pasión que alguna vez los embargó, así fuera por corto tiempo.     

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