Opinión

Mario Vargas Llosa 1
]Efemérides y saldos[/Alejandro García

El matón comienza a investigar por qué su víctima no reaccionó y eso lo lleva a reconstruir la vida y la identidad de esa persona que no conocía. Y la película le da otro giro de tuerca a la historia, que no está en el cuento de Hemingway; después de enterarse quién había sido su víctima, va a matar al malo que lo contrató y le dice: “Yo ya sé por qué ese señor no reaccionó. Porque ya estaba muerto. Usted lo mató hace veinte años, con la traición monstruosa que cometió, quitándole la mujer y atribuyéndole un crimen que él no había cometido. Él ya estaba muerto y yo maté a un muerto”. Es muy bonito porque ese esquema de Hemingway se puede rellenar de mil manera diferentes. Él narra simplemente el esquema de una historia que el lector debe completar, participando muy activamente en la realización del cuento.

Mario Vargas Llosa

Una viñeta de El Comercio muestra a Fujimori, en diciembre de 2010, vestido de preso y mirando la tele desde su celda. En la pantalla, Vargas Llosa pronuncia su discurso de aceptación del Nobel en la Academia Sueca. El escritor dice “Llevo al Perú en el corazón”. Y Fujimori, en su globo de texto, comenta: “Yo me lo llevé en diez maletas”.

Xavi Ayén

En el último cuarto de 2017 apareció Conversación en Princeton con Rubén Gallo (México, Alfaguara, 287 pp.) de Mario Vargas Llosa. Se trata de un libro peculiar desde la autoría y desde el título. Se desarrolla en 2015, en Princeton, y se prolonga durante un semestre, en el que el Premio Nobel diserta sobre la relación entre literatura y política a partir, principalmente, de sus novelas Conversación en la Catedral, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, La fiesta del Chivo y de su libro de no ficción El pez en el agua. No es una entrevista de una sola sesión y en los diálogos aparecen algunos de los alumnos. Rubén Gallo explica el origen del libro y así sabemos de su papel dentro del curso, como una especie de profesor adjunto, como interlocutor de nuestro autor y como organizador del material que se convierte en libro. Es un coautor que no aparece así en los créditos, pero tampoco está de manera plena en el título, pues su nombre aparece en caracteres más pequeños o en un color diferente. Sí está en la página legal con su copyright.

   Con respecto al título, bien puede reclamarse la ausencia de Vargas Llosa y el paso de Rubén Gallo a la autoría, pues el centro de la conversación que, en gran medida, es en sentido figurado. El archivo del autor de La ciudad y los perros pertenece a la universidad con sede en Nueva Jersey y los asistentes al curso pudieron acceder a dichos materiales, de manera que estuvieran en forma para la interacción con el autor peruano y español.

   Lo anterior, porque más explícitamente a partir del libro sobre Victor Hugo, La tentación de lo imposible (2004), Mario Vargas Llosa ha sostenido que el personaje principal de la novela, en especial la del monstruo francés, es el narrador, que incluso puede estar fuera de la historia y, sin embargo, ser el responsable de la intriga y de los indicios que guían al lector. Frente a la etapa de estudio de autores amantes del estilo y de la estructura como Flaubert u Onetti, Vargas Llosa va al grandioso constructor de realidades que se sostienen en la enunciación como el autor de Los miserables y El hombre que ríe.

   Así que Vargas Llosa juega con su papel de autor o de protagonista y lo hace en contubernio con Rubén Gallo. Quizás la aparición de La llamada de la tribu en marzo de 2018, apenas seis meses después del libro que hoy comento, donde escribe sobre siete autores que determinaron su pensamiento de cariz liberal (recomiendo ampliamente el que se refiere a Isaiah Berlin), nubló un poco la importancia y el impacto de sus reflexiones en Princeton.

   También hay que decirlo, las intervenciones en o sobre nuestro país referidas a AMLO ponen a Vargas Llosa, para un amplio sector de sus lectores, o bien en el filo de la marca registrada, la opinión que se paga o se premia por mención a la manera de Andrea Legarreta, o bien en la dinámica mercadotécnica de llamar la atención para vender. Eso lo hizo de manera extrema la cantante Noelia. Los lectores curtidos de la obra vargasllosiana podemos bucear en ella sin esas tretas o trampas, muchas veces ajenas al autor.

   El volumen arranca con una crónica del anuncio del otorgamiento del Nobel en su estancia en Princeton en 2010. La retirada vida universitaria se ve instantáneamente invadida por medios, lectores y paisanos:

   “Le solicito me envié una ayuda tomada de su premio para pagar una operación de estómago que los médicos que me recomiendan hace tiempo pero que no he podido hacer por falta de fondos”.

   El arranque formal trata las teorías de la novela y la relación entre periodismo y literatura. Se va allí a los orígenes del autor, a las teorías de la ficción que estaban en buena medida atoradas entre el compromiso existencial (dividido entre el grado de negociación con la libertad de Sartre o Camus) y la búsqueda de la objetividad del Nouveau roman. De aquellas confrontaciones sólo queda la novelística de Camus y (si acaso, con mucho de curiosidad) los manifiestos de Robbe-Grillet, pero la influencia en los escritores de América y otras partes del mundo fue importante. Como se constata a lo largo de este libro, el otro filón de influencia se dio a través de los escritores norteamericanos de la Generación Perdida. Era conocida la deuda con Faulkner (la técnica telescópica de Absalón, Absalón, en Conversación en la Catedral) que ahora se completa con Dos Pasos (la ciudad) y Hemingway (el dato oculto). De este autor menciona la elisión. Hay algo que se oculta a lo largo del relato y que a veces no se da a conocer. Este rasgo es frecuente en Vargas Llosa, como la identidad de los personajes en La ciudad y los perros o el nexo sentimental entre el padre de Varguitas y su chofer. Por otra parte, esta forma de leer nos llama a encontrar siempre el eslabón perdido que, no pocas veces, pertenece a la vida o a la experiencia del lector.

   Con respecto al periodismo, los interlocutores hablan de este oficio en América Latina, herencia del siglo XIX, pero ya sin la faceta complementaria del funcionario público. Se conserva la bohemia devoradora o su equivalente, los sueldos de miseria, las limitantes para un ejercicio pleno y más acorde con una práctica profesional y progresista. Es también el inicio de la carrera de Vargas Llosa, su Educación sentimental, su momento en que se mueve en Lima como personaje y como persona, momento de constitución del campo literario pre boom, a pesar de los límites del subdesarrollo.

   El cuerpo de Conversación en Princeton con Rubén Gallo se refiere a las visiones de la política en las cuatro novelas arriba mencionadas. La dictadura de Odría y de Trujillo serían los extremos no sólo temporales en su producción, sino los casos donde la historia marca periodos de ocho o 31 años de una nación sujeta por la voluntad de un individuo y de la maquinaria por él creada. Desde el gris intenso del peruano, desde los atisbos de brillantez violenta y terrible del dominicano. Partiendo siempre del texto, de los personajes, los entrevistadores o alumnos o voces alternas indagan en la memoria del responsable de esas historias.

   Podemos decir que en el caso de Odría, Vargas Llosa hace evidente y luminosa o por lo menos a la luz, la figura de un dictador mediocre, más que nada a través de la construcción de un personaje que maneja los hilos del poder. En el caso de Trujillo no queda sino el asombro ante el grado de culto a que llegó la población: ofrecerle a sus hijas en tributo la gente del pueblo, o a las esposas sus ministros como prueba de lealtad. En el caso de las otras dos novelas comentadas se trata de la construcción misma de la historia que se desmiente al final, cuando aparece Mayta y ni es homosexual ni le importa lo que el autor ha querido convertir en su hazaña o en su magno evento. Y en el caso de Palomino Molero están los vaivenes entre verdad y mentira en la historia y en la política. En un momento en que en el Perú los campesinos sufren por las invasiones de guerrilleros y ejército, también ellos se convierten en victimarios, de tal manera que los límites de justicia y libertad se borran, pero más que nada es imposible tener un relato histórico confiable o duradero.

   Esa fue una verdad que no creyó nadie. Los miembros de la comisión fuimos atacados con una ferocidad difícil de imaginar: nos acusaron de haber mentido, de haber fabricado una mentira para justificar al ejército, de estar de parte de los militares, de conspirar con el gobierno para engañar a la opinión pública.

   La ventaja de la literatura es su absoluta determinación mediante el lenguaje y sus mecanismos para fortalecer el universo que se construye. En el caso de la política se trata de una actividad que se hace día a día y que en algunos casos está relacionada con una teoría o con un código de valores, pero no siempre. En El pez en el agua Vargas Llosa ha dejado su visión de la política después de su fracaso de 1990 de ganar la presidencia del Perú. Ganador en la primera ronda, tuvo que aguantar la alianza de los dos principales oponentes y perder en una proporción de 60 a 40 por ciento.

   El prestigio como escritor e intelectual que le sirvió en el arranque fue minado poco a poco por los grupos en competencia. Así, una obra como Elogio de la madrastra, que está sin duda en la historia de la literatura universal, fue acusada de sucia y pervertidora y lo que podía alegarse como un intento por liberar el eros en cualquier persona, se convirtió en prueba de atentado a la moral y a su autor como incapaz de dirigir los destinos de un país.

   El mejor territorio para Mario Vargas Llosa es la literatura. Allí ha producido y produce ideas en torno al estado y al destino del género. Ha puesto el dedo en las numerosas llagas de su país y de las naciones de este continente. Su prestigio era líquido frente a las estrategias descalificadoras de Alan García, quien lo ponía como miembro de las clases poderosas, como peligro para la sociedad. Claro, García vivía de tiempo completo las cuitas y goces de la política, mientras que Vargas Llosa estaba en un territorio que consideraba suyo, pero que en esencia se le negaba y le adelgazaba lo obtenido.

   Cuando comencé este texto me rondaba la idea, picado por las intervenciones de don Mario sobre México, de un autor que pierde y deja el país en manos de un hombre que hará locura y media y terminará en la cárcel después de haber provocado la miseria o la ruina mental de mucha gente. Y pensaba yo en la irresponsabilidad y en la omisión. Vargas Llosa ha sido un Responsable (a la manera de Camus) escritor. No lo ha sido como político. Su autoridad en lo literario o en su categoría de intelectual le permite gastar tiros que de meterse otra vez seguramente producirían el mismo resultado.

   El dato elidido de esta lectura, la herencia hemingwayana, radica en la suerte en Mario Vargas Llosa, que sin duda está, junto a su generación, a la cabeza de una forma de hacer literatura, de tal manera que su opinión es fundamental y habrá que sostenerla y ampliarla como medio de seducir a los que vienen y que tendrán a su cargo el siguiente juicio crítico. Su fortuna es haber dejado esos acercamientos a la política y a la historia y convertirse en ese ente omnipotente similar al de Victor Hugo, sólo que en la política manejan otras reglas, respetan otras leyes. Quizás podríamos decir a la manera de Ernest Hemingway o del William Faulkner de “Todos los pilotos muertos” (el favorito de Juan Carlos Onetti, que lo no dicho en 1990 era que Fujimori estaba  bien muerto y que Mario Vargas Llosa salvaba su existencia y caminaba en beneficio de la vida. Ni modo, yo traigo mi ladrillo para completar aquella historia.

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