Opinión

José Félix Bonilla Sánchez
Alejandro García/]Efemérides y saldos[

Mientras nos dirigíamos hacia allá pensaba en lo que comentó don Antonio. Creo que en cierto modo sus palabras llegaron a tocarme. ¿Por qué no hacemos eso que dijo? ¿Por qué mi amigo no deja que los muchachos hagan lo que saben y quieren hacer de sus vidas?

José Félix Bonilla Sánchez

Sublevaciones (México, 2016, Ágora, 112 pp.) de José Félix Bonilla Sánchez es un libro de doce cuentos y un generoso prólogo de Filiberto García de la Rosa. El adjetivo no es porque sea en el afán de elogio, sino porque busca encontrar, más allá de filiaciones, complicidades y amistades, los nexos de este volumen y de su autor con lo que hoy sucede lo mismo en la aldea que en el mundo, en los centros que en las periferias. Ubica al autor como un escritor que busca un lugar en la literatura sin adjetivos y sin acotaciones espaciales y en el buen ánimo de los lectores de cualquier lugar.

   Y pronto uno como lector empieza el combate con estos textos, no siempre fáciles, en busca de la suave médula que está en lo profundo, a la que sólo se llega si el destinatario es persistente.

   A veces el extrañamiento aparece desde el principio, como en el cuento inicial “Esclavo albedrío”. Es una provocación, a ratos parábola, a ratos mundo de cabeza, a ratos realismo que se queda corto. Un alguien se apodera del otro, ¿Dios? ¿Emperador? ¿Rey? ¿Amo? Como el célebre ruso Chichikov, que compraba almas muertas para aumentar su posesión, así la voz de este cuento se escuda en la debilidad del otro, como el general de un ejército que al contrario del capitán que es el último en abandonar el barco naufragante, se cubre en la tropa, así este majestuoso personaje se escuda en bandas de soldados, en líneas de protectores, incluso en el temor anónimo, en familia, en pareja, para seguir al frente de otros u otro, al menos. Y claro que el inevitable final, como todo lo abierto, nos implica en si somos parte de esa voz dominadora o alguno de los renglones de defensa del tirano.

   Otras veces el extrañamiento se da disuelto en lo cotidiano, la visita a un lugar, “Un pueblo llamado Iso”, sólo que el compañero de viaje se retira, da paso a otro compañero, a otro Virgilio. Allí, la esencia se encuentra en la construcción del sentido. El personaje femenino va por un lugar en el que todo es normal, similar al mundo que visitaba en el poblado anterior. Sólo que cantar y vivir han perdido su definición, su significado, su sentido, si entendemos por significado esa definición o un referente y si entendemos por sentido una cadena de significaciones que guía la vida y que es parte del trabajo de la conciencia, ordenar o desordenar el mundo. Y algo parecido sucede con la escuela de Iso, es una “Escuela para enseñar”. Allí, más que recetas o fórmulas se podrán dar los instrumentos para que canto y vida, entre otras cosas, recuperen su sentido. Y lo mismo sucede con la actuación, que pase de una serie de escenas muertas a una serie de actividades donde la palabra recargada recupere el fulgor de la vida. Hay al final una maniobra del autor que nos entra que ese viaje es narrado en una carta que la mujer escribe a su hermana. Se vuelve a comenzar el camino de la significación y del sentido.

   Si el arte desautomatiza las percepciones, los cuentos de José Félix Bonilla Sánchez buscan eso, el que los sentidos y la razón vuelvan a funcionar sin esclavitudes ni prejuicios ni sanciones, sin sometimientos:

   “ que un día no muy lejano, mi amigo Lus me ayude a dejar de sentir la necesidad de hacer cambiar a las personas”

   Se pude dar que el extrañamiento se prolonga en la anécdota que busca contigüidades, respiración que va en busca de otras respiraciones, es el caso de “Una jornada dura”, donde la voz de Andador marca un extremo del contrapunto, el otro es la realidad exterior. “Desde hacía mucho tiempo, al no encontrar palabras de aliento en nadie más, le daba por dirigirse a las cosas inanimadas”. El hombre es más lento que los otros ladrilleros, pausa, piensa, busca ese sentido de la palabra, esa relación con uno mismo que se empobrece, más con los otros. Y así se pregunta sobre lo que sucede en su entorno. ¿Qué se siente poseer a una mujer? La cascada de implicaciones reverdece el lenguaje, desentume los sentidos. La caricia más tenue puede llevar tantas implicaciones, tantos hechos rotundos que pueden ir desde el empezar soñar hasta abrir una madeja de sueños imposible de abarcar.

   También el extrañamiento se enconcha en el texto breve como “La lluvia que cae  del cielo” que busca el elemento ausente, la comparación, la propia referencia, que lo haga hablar, aunque quien habla sea el decodificador. Aquí el hermano fiel cuestiona la infidelidad de su hermano, argumenta en torno a los valores positivos de permanecer con una pareja, se asombra ante la duda de estas bondades, aunque también reconoce que en estos asuntos muchos son los que se inmiscuyen sin más afán que dar pauta a la guerra fraternal. ¿Cómo debe ser el mundo? ¿Acorde a esos valores? ¿Es la fidelidad el único camino? El personaje retrocede en el momento en que no queda otra que la exclusión o la punición, pero no es la primacía al nexo fraternal, es el respeto por la duda, por el llamado de la naturaleza que puede aconsejar a la razón.

   De modo que el libro exige una estrategia diferente para cada texto y sólo al final es que aparecen algunas constantes de las que puede uno deducir algunas líneas generales o indicios en busca de sentido.

   Pienso, por ejemplo, en la constante de la ladrillera. Está en varios textos. Ese lugar donde se fabrican los átomos de nuestras casas. No se trata de adobes, sino de ladrillos, el barro cocido, por lo tanto, la ladrillera, que siempre se encuentra entre nosotros, en el límite de la urbe y del campo, en este caso es ya una pieza pasada por el fuego, por lo que se presume más su uso en la ciudad que en el medio rural. Allí, en un territorio donde la vida es dura, a la pobreza se suma la contaminación adjunta, el humo, el hollín, el alma de una casa que apenas si da para la sobrevivencia, como suele suceder en este mundo del capital y del dinero. Sus personajes allí razonan, piensan, nombran el mundo o más bien le ponen un sentido a sus pasos por el mundo. Andador, el personaje más elaborado, aparentemente detiene sus pasos y se pone a trabajar; pero en realidad sus pasos son otros, los de la mente, los de la significación. Así lo mismo se lamenta que se felicita por su capacidad de hablar, su pequeño reducto, por esa misma capacidad de mención, de dar existencia, se convierte en fortaleza, en un pequeño mundo alterno al que tenemos acceso y que nos da el empuje inicial para usar de acuerdo a nuestras convicciones e intereses.

   ¿Qué se sentirá estar con una mujer? Dicen las mil maravillas, aunque de muchas cosas que dicen, cuando uno llega, ¡sorpresa!, no resulta lo que uno esperaba. Pueque le pregunte al vecino, él que ya está casado.

   […]

   —Oiga vecino, ¿qué se siente?

   —Oh, donnada, no sabe. Es una maravilla cuando uno termina. Es una de las sensaciones más grandiosas de la vida.

   —Vooy, ¿a poco sí?

   La otra constante es el hacer, sólo que si el mundo está en proceso de renombramiento, si el individuo está ante el asombro de resignificar concreciones y abstracciones, todo está en proceso de indecisión, de asombro. ¿Qué significa una mujer? O ¿Qué significa una falda de mujer? ¿O qué significan unas curvas de mujer detrás de una falda? ¿Son parte del mundo que heredamos y nos condena? ¿Son parte de mi intento auténtico por apropiarme de manera absoluta de mi mundo a partir de renovadas redes de sentido? Sólo a partir de la sublevación es que se da el cambio, se deshace uno del panteón que nos han dejado por herencia. Y eso está lo mismo al nombrar la palabra rosa que deja de ser el lagrimeo o el intraducible kitch romántico para convertirse en la puerta de tu propia lucha. O el deseo que se empuja desde todas tus orillas del cuerpo para aprovechar esa rosa, lo que vienen detrás de las palabras de él/ella, del otro/a, para derrotar puna vez a la muerte.

   Bienvenido José Félix Bonilla Sánchez (Ermita de Guadalupe, Jérez, Zacatecas, 1975) a la narrativa mexicana de este aún joven siglo XXI.

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