Opinión

Jorge Humberto chávez
Alejandro García/]Efemérides y saldos[

La carne huele a siglos de sangre y cacería

César Silva Márquez

No voy a guardar silencio. Porque es la verdad. No, no discúlpeme, señor presidente, yo no le puedo decir bienvenido, porque para mí no lo es. Nadie lo es. Porque aquí son más de dos años que se están cometiendo asesinatos, se están cometiendo muchas cosas y nadie hace nada […] Quiero que se retracte de lo que dijo: que eran pandilleros, mentira.

Madre juarense frente a Felipe Calderón.

Medios y blogs han ensuciado la temática toda de la frontera, de modo tal que cuando un escritor juarense se presenta en foros del país o del extranjero se le pide inmediatamente su poema de lasmuertasdejuárez, de la misma manera que en los ochentas se nos pedía el poema de la maquila o de los wetbacks. Esta misma crisis ha provocado la existencia de una escritura local centrada en los asuntos de la violencia y en la descomposición del nexo ciudadano, estableciendo más que una literatura un ejercicio colectivo de denuncia y de enunciación de experiencias que se socializa en revistas, redes sociales y encuentros de escritores, y que siendo necesario y benéfico para la ciudad no es criterio antológico para este libro. La violencia está en el aire, pero no todos logran hacerla caber en la poesía…

Jorge Humberto Chávez

Las antologías son sanas para incursionar en el campo literario. Son parte de éste y hablan de sus pugnas o de sus dominancias. Dicen cuando muestran, murmuran cuando ocultan. Cierto, atentan contra el silencio sobre algunos y el dominio de uno solo, el genio de la Modernidad. Permite en el presente y en el futuro sopesar las presencias, imponer epitafios o promover búsquedas. Cervantes, pero también Lope, Góngora, Quevedo. Shakespeare más Marlowe, Jonson, Ford, Doone. Paz y Huerta, Villaurrutia y Ponce, Castellanos y Urquiza. Escalante, Huerta, Bartolomé, Campos, Sampedro… Ciudad negra. Antología de poetas de Ciudad Juárez 1980-2013 (México, 2018, Bonobos, 112 pp.), selección y prólogo de Jorge Humberto Chávez es un corte en la poesía juarense que abarca 33 años.

   Se trata de una muestra de trece trabajadores del lenguaje poético, yo diría que catorce incluyendo al antologador, quien modestamente se excluye. En lo personal pienso que debería estar con muestra de poesía. Uno de sus rasgos distintivos es el de llegar a ejercer la poesía con base en el trabajo sobre la palabra, sin apoyarse en las coyunturas del contexto. Por eso el libro abre con un reconocimiento a Jesús Gardea, más conocido como narrador, escritor que desde su ciudad amasó su obra ajeno a los dictados del centro y logró imponerla como lo que es, una obra original. Con Ricardo Morales Lares nos da a conocer su retiro del ejercicio, pero nos entrega poemas de voz fuerte y expresión sin grandes deudas. Si la obra está, no se necesita el escritor que vaya y venga en busca de más gloria.

   Aquellos jóvenes –decíamos todos-

   ¡pobres!

   no tienen orden ni concierto

   Lo recordamos cada uno en nuestra casa ahora que somos viejos

   y profundamente rencorosos

   La otra ruptura tiene que ver con la profesionalización del trabajo poético y una visión universal. Puede ser lo inmediato lo que nutra tu verso, pero no es la única opción. Se necesita cultivar el oficio, ampliar el campo de la sensibilidad y de la consciencia. Ésta es, simplificada, la nomotesis de estos poetas.

   Esta labor la cumple en su punto de partida el trabajo del escritor potosino David Ojeda y su labor de coordinador del Taller literario del INBA. La visión de Ojeda gira en torno al oficio, ninguno se llama poeta si no escribe, pule, reflexiona, corrige, y publica, Se trabaja sobre la unidad de forma y fondo, se trabaja sobre lo intraliterario, pero se reúne la literatura con todas las actividades de la sociedad. En potencia son tan poéticos el charco como los tacos de buche, las mullidas novias como las mórbidas sacerdotisas del Amadeus, pero todo tiene que pasar por el lenguaje, por el ritmo, por la metáfora, por la imagen, por ese mundo de palabras que nos enrarece lo cotidiano o nos corporiza lo más abstracto y nos lo trae de vuelta al ritmo de la vida. El poeta está informado, sabe de lo que se hace en otras partes del mundo, de lo que implica la escritura, de los reclamos de las sociedades ensoberbecidas en su utilitarismo.

   De los trece poetas, doce son hombres y una mujer, ocho nacieron en Ciudad Juárez, dos en Delicias, uno en Jiménez, uno en Tepic, Nayarit, y una en Córdoba, Veracruz. Jesús Gardea nació en 1939; Ricardo Morales Lares en 1955, José Manuel García-García en 1957, Agustín García Delgado en 1958, Miguel Ángel Chávez Díaz de León y Joaquín Cosio en 1962, Juan Manuel Portillo en 1967 (ignoro por qué el antologador lo ubicó entre los nacidos en los 70), José Pérez Espino y Juan Armando Rojas en 1969, Dolores Dorantes en 1973, César Silva Márquez y Edgar Rincón Luna en 1974 y Luis Rico Carrillo en 1987. Tenemos entonces un poeta de la década de los 30, tres de los 50, cinco de los 60, tres de los 70 y uno de los 80. De todos ellos el único que ha fallecido es Gardea, pero su incorporación es notable, no sólo porque rescata una muestra de su único libro de poesía, sino porque sirve de muy buen pórtico para los poetas que vinieron después. Su poesía es breve, ágil, y arropa con la naturaleza animal y la de las flores, por ejemplo, a la búsqueda de la naturaleza humana entre hombre y mujer. Si este libro desbroza el camino, la apertura de Gardea viene como anillo al dedo.

   Llama la atención la nota de retiro del ejercicio poético de Ricardo Morales Lares. Su poesía es fuerte, singular, rescate de la vida cotidiana para trascenderla y poetizarla. También es de lamentarse el retiro de Miguel Ángel Chávez Díaz de León, en este caso por motivos de salud, y su paso a actividades narrativas. Ojalá que en los dos casos se logre nueva poesía. Tengo a Miguel Ángel como uno de los mejores poetas de su generación, si no es que el mejor. Lo que toca, en lo que ha publicado, lo hace profundo y musical, desenfadado y fiero, metafórico y carnal.

   Calzón, tú que cubres

   el pecado del mundo,

   ten piedad de nosotros.

   Hay los poetas de la reflexión, los que están conscientes de que el trabajo de lenguaje es esencial, someter la palabra, quitarle su valor utilitario, obligarla a renombrar el mundo. En los egresados del taller de Ojeda es notorio este rango. Joaquín Cosío es uno de ellos. Su poesía es búsqueda de aposento, no para dormir, para molestar, para amar, para nombrar la realidad que se está cayendo a pedazos, pero no como los medios y los poderosos quieren y encumbran sus negocios en nuevas industrias de usufructo de la desgracia ajena. Yo me permitiría leer su poema al oído tibio de Blanca Guerra.

   diablo tras la cortina del ojo danzante

   diablo tras la esquina que sucumbe y que llor

   diablo sobre la escalera flotando

   diablo bellísima sobre todas las crucifixiones

   diablo perfecta en sus ojos inmensos en su boca múltiple

   en su fragante calidez de lava

   Blanca

   lléveme lo más pronto que pueda a su infierno

   José Pérez Espino es más pragmático, labra el poema sobre la marcha, sobre el ejercicio, no espera. César Silva Márquez enuncia y dice que enuncia, el verso hace posible el poema y éste un mundo que es de palabras porque el poeta lo explica, pero que ya no le corresponde porque pertenece a la aventura del lector.

   Hay los poetas que se dejan leer de una manera despejada, sin el acoso ni de las retóricas pasadas ni de la sospecha pedante. José Manuel García-García lleva al lector a juegos de lenguaje, del cuerpo, de la ira. Lo mismo sucede con Agustín García Delgado, su variedad temática, de Pelé y el futbol como maravilla a los ojos asomados al abismo o al pelaje de lobos y felinos.

   Hay los poetas de la forma, los que enrarecen la palabra y allí está su arma secreta. Juan Armando Rojas habla del miedo, pero se imponen los soles y las luces en sus versos, la orfebrería recupera el ritmo de las horas, rescata al espíritu de la tenebra. Ese vivir y palpitar independientemente de la raíz de lo que más allá sucede, rescata los espacios interiores.

   Dolores Dorantes se escurre del verso, se alinea en la prolongación de la línea, pero aun así rompe la sintaxis, nos deja un “hasta” en ciertos versos a la que tenemos que ponerle el cascabel. Juan Manuel Portillo también reflexiona sobre el poema, pero parece decírnoslo mientras lo construye, como si avisorara la forma y desde allí supiera ya el nuevo resultado del contenido.

   Con el polvo de mis bolsillos

   barro de marfil amaso

    -con las manos-

    juego y hago señas

    logro que se acerquen     nubes

    y pinten un espacio en blanco

    Aquí esperamos al canto sacro

                 aquí me baño en aguas claras

                                aquí levantas turquesas y topacios

                                                 aquí alzamos castillos

                                                                y después los cubro con arena

Edgar Rincón Luna nos acerca a la realidad juarense sin las marcas de la mercadotecnia o del morbo moralino. Es el infierno de la ciudad, lo que sucede mientras escribo y que lo mismo pasa en León o en Zacatecas, en Culiacán o Morelia. Aquí el poema se carga de la mirada y de la sensibilidad, del riesgo y de la valoración. Nada es fácil.

un joven compra un carro que al llegar a su casa explota

otro que se ha rasguñado el dedo gordo mientras columpiaba a su hijo

muere de tétanos siete días después

otro que fue a comprar cigarrillos saliendo del trabajo

(para no ir más noche porque es peligroso)

muere atravesado por seis balas a las cinco de la tarde

yo lo digo: algunos tipos tienen toda la suerte

   Luis Rico Carrillo recibe los beneficios del acompañamiento, las diversas posturas de ésta que es sólo una muestra. Aquí están de nuevo los caminos, las posibilidades, los acertijos, pero en vez de una tradición que pesa, está la posibilidad de seleccionar entre toda esta caballería de poetas que viven y padecen o lo hicieron antes, la ciudad.

   En 1986 apareció el libro Muestra de la poesía chihuahuense (1976-1986) de Alfredo Espinosa y Rubén Mejía, quienes escribieron las notas introductorias e hicieron la selección de 21 escritores. El libro no trae fecha de edición ni página legal, menudo problema (en la contraportada junto con el crédito al Gobierno del Estado de Chihuahua se agrega la fecha 1986), pero representó en su momento una antología que daba cabal cuenta de los chihuahuenses que escribían lo mismo desde su territorio que desde otros espacios, en especial desde el Distrito Federal. Incluye a los hermanos Chávez, a Cosío y a Morales. 32 años después, Jorge Humberto Chávez hace posible esta compilación de aquellos escritores, que tenían seis años en la brega, e incorpora a uno de un poco más atrás y a los que han venido a hacer más complejo el fenómeno literario en Ciudad Juárez. Lo hace también, justo es decirlo, en una editorial propositiva, vigorosa, lejana a la improvisación y al mero impulso.

   Cuando en estas zonas del país supimos de la organización de los artistas juarenses a modo de sacudirse el lugar común de centro de violencia, supimos también que la literatura había transitado por sus propios caminos y que desde la más absoluta contemporaneidad estaba dispuesta a mostrar lo que su ciudad era, fértil y robusta como la palabra del poeta:

   Ciudad negra o colérica o mansa o cruel,

   o fastidiosa nada más

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