Opinión

Carlos Tello D
Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

“Estoy aquí porque no le hice caso a mi mujer”, lamentaba con humor el general  Miramón. “Yo estoy aquí porque sí le hice caso”, le contestaba Max.

Carlos Tello Díaz.

Léonce Détroyat, en su libro “L’Intervention franҫaise au Mexique” dice que Maximiliano no comprendió que más le hubiera valido quedarse como el primero de los extranjeros pero que, al cambiar de papel, se transformó en “el último de los mexicanos”. El último, sí, quizás, pero mexicano: Maximiliano y Carlota se mexicanizaron: uno, hasta la muerte, como dice Usigli, la otra —digo yo— hasta la locura. Y como tales tendríamos que aceptarlos; que no mexicanos de nacimiento, mexicanos de muerte. De muerte y de locura.

Fernando del Paso.

Maximiliano, Emperador de México (México, 2017, Debate, 166 pp.) de Carlos Tello Díaz se publica dentro de la coyuntura del 150 aniversario del fusilamiento de tan ilustre personaje histórico, aunque no siempre para los mexicanos. Así lo explica el autor. Cuenta que fue escrito hace algunos años para otro propósito que no se cumplió y que lo recupera ahora que se retoma el caso del conductor del imperio. Suponiendo que no esté entre las obras más profundas de este precoz autor en la línea de la rebelión en Chiapas o de la figura de Porfirio Díaz, el libro vale por su ligereza que mete agua fría en tema tan pesado y agrio para los mexicanos. Si bien José Fuentes y Mares y Fernando del Paso han propuesto, desde sus peculiares concepciones de mundo, la incorporación plena de Maximiliano al discurso histórico mexicano, la ruta no ha sido fácil, menos definitiva, y aún después de 18 años del cambio político en México se extraña un replanteamiento de los nódulos históricos de nuestro país y de sus particularidades. Aún falta tiempo para aceptar que Porfirio Díaz, por ejemplo, regresó muy pronto a la vida política nacional. Es más, nunca se fue. Eso exigiría también una recomposición de nuestra historia.

   La primera batalla librada por el libro es pues esa fluidez y capacidad de tomar lo esencial en lo breve. Es un buen ejercicio de ligereza para documentar nuestra pesadez, más en la línea de Milan Kundera o de Italo Calvino que de Carlos Monsiváis. Al igual que Hernán Cortés, Maximiliano tuvo que quemar sus naves, pero en este caso fue la exigencia de su hermano mayor: cancelar sus aspiraciones sobre el Imperio Austro-húngaro. Y además en el siglo XIX, el del individuo, el del genio militar e intelectual. Las élites europeas después de Napoleón eran muy diferentes en su conservadurismo a las provincianas élites de los países de América. Renunciar a un poder que iba de media Europa a los Balcanes y de los Alpes a los Cárpatos. A éstos incluso, años después, los bordearía y casi alcanzaría al Báltico desde Galitzia. Renunciar a ese poderío por un país inestable y que había venido perdiendo territorio desde hacía tiempo, es parte de esa intrigante preferencia.

   Cuando hablo de provincianismo no quiero ser peyorativo, simplemente marcar la diferencia en hábitos y costumbres y el probable desconocimiento de cómo un pacto de caballeros en su corte era muy diferente en un país como México. No creo que la conspiración política sea privativa de una sociedad, de allí que entregarse a una de las fuerzas en pugna, infravalorar la resistencia de los liberales encabezados por Juárez, venir a un país inseguro y dividido hablan de características más de personaje literario, romántico puro, que de persona de carne y hueso. Si alguien puede descansar al saber que cuando la suerte estaba echada y Maximiliano a tiro de rifle y Carlota a merced de su larga locura, le fueron retornados, qué ironía, sus derechos de sucesión. Allí encuentro una segunda refriega de este volumen.

   La tercera batalla se da al interior de su nuevo país. ¿Era realmente una subordinación de los gobernados, así fueran los que a Europa llevaron el pedido, o se trataba de una utilización en una lucha entre grupos? Maximiliano desarrolló su vida como si fuera Europa. Tal vez le agregó la calidez de la relación con una mexicana. Carlota pudo hacer lo mismo en cuanto a la fidelidad. Pero a la división de escoceses y yorkinos, centralistas y federalistas, liberales y conservadores, había que agregar las internas dentro de cada bando. Había que conciliar lo irreconciliable. Así que el Emperador hacía su vida y el filo sobre el que caminaba era cada vez más delgado y mortal, pero produjo verdaderos garbanzos de a libra:

   Prohibía el castigo corporal; limitaba las horas de trabajo; garantizaba el pago de los salarios en moneda de metal; controlaba los créditos otorgados en la tienda de raya; estipulaba que las deudas contraídas por los padres no podían ser heredadas por los hijos; garantizaba, en fin, la educación de los peones a cuenta de las haciendas. Maximiliano, con esa ley, fue quizás el primer estadista en el mundo que legisló a favor de los trabajadores.

   En el plano de la biografía la pareja, aunque deteriorada, llega a determinar alguno de los hilos de la aventura europea. Al parecer, acorralado, abandonado, el Emperador piensa en renunciar, no contaba con Carlota: “La soberanía es la propiedad más sagrada que puede haber en el mundo [la dijo]. No se abandona un trono como se sale de una asamblea”. El emperador aceptó su consejo. Enfermo, con una fiebre muy alta, salió con ella de Chapultepec el 9 de julio hacia el poblado de Ayutla. Allí vivieron juntos unos días de reconciliación y de felicidad”.

   Y para colmo, no sólo no podía retornar a su palacio en Europa, a la orilla del mar, no sólo se tensaban las cosas con sus aliados, sino que tenía a un ejército que lo sostenía, que mantenía el orden y aseguraba la distancia de los juaristas. Es difícil avanzar en el afecto o en el temor de los súbditos si tampoco las fuerzas militares son del emperador. Cada exceso es atribuible a él; cada victoria, a ellas. Así es difícil que una sensibilidad labrada en Europa, en las cortes, de acuerdo a principios modernos, actualizados, pueda tener éxito, es una especie de condena a ser tropa y no general o bien a ser director de una empresa en donde las decisiones las toman otros. Cuando la solución parece estar a nivel social, la fuerza obstaculiza, pero se dice necesaria por el peligro del adversario; cuando las armas toman la palabra, el hombre de sensibilidad se ve como mera caricatura. En los dos casos estorba. Napoleón prometió el apoyo de su ejército, pero conforme pasaron los años, la presión de los Estados Unidos y el apoyo de éstos a Juárez, influyeron para que se preparase la retirada y no informó a Maximiliano el motivo de fondo.

   Miguel Donoso Pareja citaba con frecuencia a Gustave Flaubert: “Todo lo que inventamos es cierto”. Es el caso de la literatura, que pasa a formar parte de nuestra realidad en las primeras lecturas como experiencia, después como patrimonio cultural y en algunos casos como referentes. Se dice entre los miembros de la mafia que sería maravilloso ser como “El Padrino” de Francis Ford Coppola. Pero el caso es que Maximiliano no es una invención, no es un producto de la literatura. Renunció a su derecho a un imperio para venir a otro. Allí, aquí, perdió la vida y perdió su anclaje. Intrascendente en la vida de Austria-Hungría se pretende que lo sea en México. A pesar de todo, allí está, como cuando Garibaldi y Victor Hugo piden a Juárez que lo perdone, como cuando Maximiliano pide el perdón para Mejía a causa de su enfermedad y éste se niega, porque quiere morir con él.

   Maximiliano es parte de la historia de México, parte de nuestra disputa por la nación (para referirme a otro Tello, en este caso con Cordera). En estos tiempos en que asumo mi óptica y aspiro a un país donde nuestros presidentes aparecen como vendidos a otra potencia, como corruptos y ladrones que no se llenan nunca los bolsillos, como perpetuos transgresores de la leyes y constructores de otras que los conviertan de raterillos en ciudadanos probos y notables. El más patético es Vicente Fox, quien agota su deteriorado carisma para dar lástima y pretender una ayuda que todos estamos seguros es mucho mayor que una pensión millonaria.

   Así que este libro de Carlos Tello Macías llega en buen momento para meterle combustible a esta mente que piensa en el país y en el futuro. Claro, cada quien desde la trinchera que le duela.

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Guadalupe