Opinión

Martin Scorsese
Alejandro García]Efemérides y saldos[

La expresión y la escritura personales difícilmente pueden existir en el cine norteamericano para el gran público. Cuando quieren expresarse es ante todo por medio de procedimientos bastante groseros, muy evidentes, que se parecen más al sentimentalismo barato que a la emoción. La única forma de expresión en el cine norteamericano actual viene de los independientes. Ellos demuestran que existen y que hoy en los Estados Unidos todavía es posible expresar algo bastante fuerte con el celuloide.

Martin Scorsese

A pesar de que Mis placeres de cinefilo de Martin Scorsese no es un libro nuevo (su versión francesa es de 1998 y la española de 2000, Barcelona, Paidós, 170 pp.) encontrarse con él y leerlo tiene un efecto refrescante y constructivo. Refrescante, porque inyecta aire limpio a una serie de preocupaciones más bien viciadas en torno a la vida, a la visión del cine y a la del campo en que nos encontremos. Sin ser una perita en dulce, desamarga. Constructivo porque permite que uno haga correlaciones en la ruta propia, una vez más en el cine y en la o las actividades que nos marcaron. Podemos recordar cómo nos enfrentamos a esas enormes salas y gigantescas pantallas donde sucedían hechos fabulosos o cómo fue la lectura o la música o la comida o el baile o el boxeo o el alpinismo el que marcó de manera determinante nuestro futuro.

   En el caso del cine, es común que lo valoremos como un arte, como un mensaje de formación y transformación. Pero lo más evidente es que eso sucede cuando ya definimos algunas cosas en nuestra personalidad. Olvidamos que cuando vimos el canto de las sirenas, el accionar de Rasputín, la guerra de patibularios grandiosos, algún ingenioso escape, el delirio de un dictadorzuelo, la epopeya de un carpintero o la zozobra de un grandísimo amor, éramos esponjas que no nos preguntábamos mucho sobre el sentir del mundo, sobre el compromiso, sino que éramos moldeados por lo que sucedía a nuestro alrededor y algo habrán influido en nuestro corazón y nuestro cerebro para definir cómo interactuaríamos con y en el mundo, pero no a la manera de un silabario o un catecismo que resolvía sin resolver los problemas de diario.

   Scorsese se pregunta cómo un obrero como su padre pudo llevarlo a ver una película sobre la historia del cine (The Magic Box de John Boulding). ¿Sería la mano del Dios impronunciable que sopla el genio sólo a quien él selecciona? ¿Tendría que ver con el futuro que quiso para él? ¿O era sólo el encuentro con una realidad alterna, al alcance de la mano? En todo caso, con su acción posibilitó que el niño Martin convirtiera esa experiencia en hito, en epifanía, en rito de paso, y que expandiera sus habilidades hacia otros mundos. Claro, en su momento fue mera semilla y un júbilo que no cabía en el cuerpo:

   Estamos mi padre y yo en un autobús de Queens, camino del cine en el que proyectan Balas vengadoras [I shot Jesse James, 1949], y nos preguntamos “¡Por qué la gente sigue dedicándose a sus ocupaciones? ¿No saben que hoy dan Balas vengadoras? ¿Tienen realmente la intención de no ir a ver la película?  

    A más de esta vivencia personal que nos trae Scorsese a través de las diversas películas que vio, de cómo algunos recuerdos formaron después parte de su oficio de cineasta, de cómo algunos efectos se inculcaron en su forma de sentir, de percibir y después de armar una película, uno recibe una información valiosísima sobre películas y carteleras, sobre recursos técnicos, y traslada, si así el amable lector lo desea, a la experiencia interior.

   La segunda cualidad del libro salta muy pronto. Es el reconocimiento y la cita de los miembros de su generación. Al contrario de otros campos donde el silencio (Ni te veo ni te oigo) es la mejor manera de sepultar al que me acompaña en el camino, Scorsese hace un análisis de lo que han hecho y planean hacer Francis Coppola, Brian de Palma, Steven Spielberg, George Lucas. Con respecto al primero es puntual: “Coppola era, de alguna manera, el guía o el líder. Es algo mayor que nosotros. Y era un poco el padrino del grupo de cineastas de mi generación. Nos inspiró mucho, era una especie de modelo. Nos ayudó mucho”. Allí uno se entera de que algún proyecto fue de Spielberg a Scorsese y otro de Scorsese a Spielberg. Y así se puede seguir uno a uno. Si el prejuicio de la comercialización y la ideología brilla en el lector, seguramente a Scorsese lo tiene sin cuidado. Lo importante fueron las películas y el desarrollo de estilos muy diferentes. Seguramente, como señala Bourdieu, el campo cinematográfico tendrá luchas intestinas, algunas feroces, pero es fundamental el percibirse dentro de. El amante del genio, que desconoce que eso lo otorgan o niegan los destinatarios de obra, suele presentarse sólo, sin antecedentes ni consecuentes. La historia arrasa a la mayorpia de esos bufones y siempre muestra a los grupos que hacen posible el contraste, la diferencia.

   Me viene a la memoria la amistad de Cuarón, González Iñárritu y Del Toro, su compadrazgo, pero sobre todo la conciencia de dónde están, de a quiénes se dirigen, de la naturaleza híbrida del cine (industria, arte, espectáculo de masas). Para Scorsese es claro el papel de su grupo generacional, de las crisis y purgas del cine norteamericano y de las dificultades que tendrían que vencerse. Sólo fue pasado el siglo que Scorsese obtuvo el máximo galardón de Holywood (su entrada definitiva al establishment, dirán los apocalípticos), el Oscar, aunque ya gozaba de la admiración de un público que iba del de culto a sectores medios. De cualquier manera, la temática de Scorsese no ha tenido que adelgazarse, lo que lo ha ligado con esos sectores independientes y emergentes de los creadores estadounidenses de la generación de Tarantino.

   El tercer elemento de este libro tiene que ver con la conciencia, ya apuntada antes. Scorsese tiene una idea del mundo, tiene una mente clara y que nombra y ordena sin dificultades. Por supuesto que no corresponde al guerrillero latinoamericano, ni siquiera al ácrata chomskiano. Es un hombre de medio siglo en Estados Unidos, trabajador muy calificado de una industria y de un arte, inmerso en una Guerra Fría donde es parte de uno de los polos, el que a la postre resulta triunfador. Pero Scorsese, al tener esa claridad, es crítico, sabe de los excesos del poder, sabe de las exigencias de la ideología y del bloque, sabe de ese impulso libre de la infancia, de ese sueño paterno, de esos ideales sin tantas etiquetas. Su mundo cinematográfico es autosuficiente, aunque su visión no sea nada placentera, nada aplaudidora del “American way of life”. Conoce de la complejidad y la trabaja desde su cámara y sus composiciones.

   Y el cuarto elemento es la gran cantidad de información sobre sus películas y algunos de los problemas enfrentados, sus obsesiones, sus aplicaciones de recursos que claman desde la infancia, el desarrollo del individuo cooptado por sus propias creaciones, inmerso en proceso de descomposición donde la inocencia se ha perdido del todo. Algunas obras las conocemos y podemos degustar algunas de sus tramas secretas, enfrentar nuestra opinión; otras tenemos que darnos a la tarea de buscarlas, de encontrar en ellas la respuesta que desatado una de las ya conocidas o una opinión del director que no nos queda clara.

   Están también sus directores favoritos (Bernardo Bertolucci, Alfred Hitchcock, Abel Ferrara, Jean Renoir, Orson Welles, Max Ophuls), los diversos cines nacionales. Se puede tener aquí una guía para ver un cine que ya no está a nuestro alcance porque se ha perdido en la maraña de la sobreinformación. Por fortuna, mucho de ese material está ahora en internet y nos permite verdaderos descubrimientos, reencuentros y sorpresas.

   En el caso de Scorsese los placeres de cinéfilo se van escalando. Al niño que llevaban sus padres al cine para establecer contacto con un mundo mágico, se agrega el estudiante de cine, el crítico que aplica a la película lo aprendido en aulas, el cineasta que es todo lo anterior y ahora tiene que hacer una obra diferente a las otras y el productor que entrega las decisiones a otro y que verá con ojos poliédricos el cine.

   Pero quizás la mayor gratificación de este libro radica en la vitalidad de su autor. Dueño de una mirada dura, analista sin contemplaciones de la realidad, sabe que está en las entrañas del monstruo, mas también sabe que no es un monstruo predeterminado, gastado por la propaganda, es un monstruo que es producto de la acción humana y es ésta la que debe ser seguida en sus extraños cauces. Saber de la satanización tiene una utilidad, porque la misma palabra monstruo tiene que ser arrancada de ese uso maniqueo, porque el monstruo ocupa parte de nuestras grandes emociones. Leer a Scorsese permite reacomodar las opiniones prejuiciosas y abordar la lectura del mundo, revitalizados.

   Yo vengo de una tradición de cine basada en la diversión. En la tradición del cine norteamericano. Es preciso fijarse, pues, en la forma de contar una historia. 

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Guadalupe