Opinión

Santiago Roncagliolo Abi

Alejandro García/]Efemérides y saldos[

Más allá, en la última habitación, un hombre gordo y barbudo los esperaba sentado en medio de una biblioteca, frente al televisor. Él estaba tranquilo, pero una mujer se abalanzó sobre ellos con una banderita roja en la mano. “¡No lo toquen!, gritó.

Santiago Roncagliolo.

En días pasados el parlamentario peruano Rogelio Tucto solicitó el indulto de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, como medida imprescindible para lograr la reconciliación nacional, después de que la Presidencia de la República concediera ese beneficio al expresidente Alberto Fujimori. De inmediato vino a mi mente la imagen de Guzmán, el Presidente Gonzalo, presentado a la prensa y al mundo en una celda que en realidad era jaula, con un personaje vestido con uniforme de rayas (después Fujimori confesaría que no existía el atuendo en las cárceles de Perú, pero que lo había ordenado para dar un golpe de victoria contundente, humillante. Era también inevitable que Abimael pasaba en ciertas mentalidades como una especie de chico malo de los comics del Pato Donald). Derribaron las lonas y se dio paso al vocerío de reporteros que insultaban al brazo armado de Mao en el Perú, mientras Guzmán lanzaba un mensaje político que se veía más como un gesto agresivo de un ser irracional.

   La opinión de Tucto, que ya recibió negativa oficial, pero que desató la controversia al interior de medios y grupos políticos, me llevó al libro La cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso (México, 2008, Debate, 286 pp.) de Santiago Roncagliolo, quien en 2006 había ganado el Premio Alfaguara de Novela por Abril rojo, la historia de una serie de sucesos criminales que en el año 2000 hablarían de un regreso de los guerrilleros y que el autor relaciona más bien con acciones del ejército y con el intento de Fujimori de ganar las elecciones de ese año, lo que históricamente ocurrió, pero que pronto desembocó en su renuncia desde Japón. Después terminaría en la cárcel.

   Hijo de un simpatizante del Velasquismo del primer quinquenio de los 70, Roncagliolo pasa parte de su infancia en México al sobrevenir el golpe militar del general Morales. Aquí, al igual que yo, lector, registra una imagen de su país, la de aquella noche de diciembre de 1982

   …de varios perros callejeros muertos colgados de los postes del centro de Lima. Algunos habían sido ahorcados ahí mismo, en los postes, pero la mayoría había muerto antes. Un par de ellos estaban abiertos en canal. Otros tenían el pelaje pintado de negro. Al principio la policía temió que sus cuerpos ocultasen bombas, pero no era el caso. Sólo llevaban encima carteles con una leyenda incomprensible y siniestra: “Den Xiao Ping, hijo de perra”.

   Años después, viviendo en España, propone al diario El País un reportaje sobre Sendero Luminoso. La cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso es el producto más acabado de lo que apareció en el periódico español. Roncagliolo cuenta cómo la presentación de su novela arriba mencionada en tres cárceles peruanas, permitió encontrar algunas partes que completaran el rompecabezas, sin que esto quiera decir que encontró el elemento de verdad faltante.

   Dos motivaciones más me llevaron al libro. El primero fue un par de opiniones de Mario Vargas Llosa en torno a México. Solemos decir que la literatura conservó un gran novelista, pero perdió a un pésimo político. Vargas Llosa fue arrasado por Fujimori, quien prácticamente duplicó su votación entre la primera y la segunda ronda, rebasando los 4 millones de votos, mientras que Vargas Llosa subió de 2.2 a 2.7 millones. Claro que la responsabilidad política (y allí queda el adjetivo) es de quien conduce el país, pero la confluencia de votos, los arreglos e incluso las derrotas estrepitosas engendran líderes que no han pasado por la prueba del poder y sacan las garras. Así que la autoridad de nuestro literato no es en ese terreno. Es en la literatura donde linda el genio. El otro asunto tiene que ver con las dos trayectorias. La de un autor del 36 y otro del 74. Creo que Roncagliolo ha seguido la ruta de Vargas Llosa con un arrojo y un desenfado impresionantes. Estoy seguro que estará (si no es que ya) entre los mejores autores de esta época.

   A la imagen de caos o de apropiamiento del juicio que tienen figuras como Abimael Guzmán es muy difícil acercarse, porque curiosamente se tiene muy poco de consistencia, la información o la manera de llegar a ellos es tan caótica como la imagen que proyectan y si no se alinea el investigador o el periodista al lugar común topará con muros y peligros.

   A la imagen de Abimael en la jaula, agréguese la de que fue atrapado sin armas y cubierto por los cuerpos de cuatro mujeres que no dejaban que lo capturaran. O la de un video donde baila “Zorba el griego” con el Comité Central del Partido. Que formó en la cúpula un triángulo amoroso y la recién llegada dio muerte a la más antigua. O la de que fue descubierto porque bebía vino francés, fumaba cigarros Winston, padecía de soriasis e hipertensión y tomaba medicamentos para controlarlas, o porque la bailarina que lo custodiaba compró calzoncillos para una talla mayor a la de su pareja. Ese es el lado del ridículo. El lado de la violencia, por si con los perros no bastara, está lleno de atropellos a las comunidades, a las fuerzas del orden, a los pacíficos caminantes de Lima o del barrio de Miraflores. Una bestia caricaturesca, pero sedienta de sangre.

   Roncagliolo empieza desde cero. Lo ven como alguien ajeno al país y a las fuerzas que en él se mueven. El mismo se ve ajeno al país y a sus versiones. Va descubriendo el lado de un Abimael que no conocemos y que creemos conocer (más en el Perú) a partir de los que ya se ha dicho. Exalta el papel de hijo natural, pero valora la figura de la señorial madrastra, quien lo hace llevar, junto a otros hijos del marido, a la casa familiar y allí lo trata como si fuera de ella. A la madre Berenize, a quien en otros reportajes se dice que se casó de nuevo y se deshizo de él porque no lo quería, la trata con mucha más objetividad. Se fue, es cierto, pero no hay testimonio de lo otro.

   El libro empieza a tornarse una novela de no ficción, muy ágil, desautomatizado, con un material que costó la vida de “69280 muertos”, pero los peruanos han sistematizado algunas de esa cifras  mediante algunas comisiones institucionales y de la sociedad civil y han llegado a la conclusión de que poco menos de la mitad son víctimas del ejército y que sólo un uno por ciento (un poco más, sin llegar a dos) es atribuible al MRTA (la guerrilla de filiación soviética), el resto es por las acciones de Sendero Luminoso.

   Una vez que limpia el terreno, el autor busca y encuentra. Son su olfato de periodista y su exigencia de escritor los que lo guían. Hay una teoría que es de él. Se habla de que Abimael tuvo una prometida y que el padre se opuso a ese noviazgo. Algunas personas entrevistadas mencionan a una niña. Roncagliolo hila que es probable que Guzmán hubiera embarazado a la muchacha y que cuando ella le comentó, además de las decisiones del padre, él no mostró mayor interés y eso fue justo cuando empezó a radicalizarse su pensamiento. 

   El libro se detiene poco en lo macabro, aunque se entiende que el terror fue de todas las partes: Sendero, Ejército, comunidades. El éxito en la aprehensión de los rebeldes engolosinó al régimen, quien vio también en la justicia o en su contrario la posibilidad de negocio. La corrupción y la impunidad contribuyeron al caos y al no entendimiento: a río revuelto, ganancia de pescadores.

   Hay otra teoría interesante dentro del libro, que es la visión de algunos comunistas de tendencia soviética, y que coincide con algunas aseveraciones en torno a los movimientos de tendencia maoísta: la cercanía con el poder (que no es otra que la de Chesterton):

   —Doce años de guerra fraguados por policías y militares? —pregunto desesperado—. ¿Me está diciendo que todo fue un invento?

   —Claro. Eso ha obedecido a una estrategia del imperialismo. Después de poner a Pinochet en Chile, la reacción decidió inventar a Sendero, o exagerarlo, para fiscalizar a la fuerza armada peruana. ¿Alguna vez los republicanos españoles o los montoneros hicieron un apagón como los de Sendero? ¿Alguna vez dejaron a una ciudad entera a oscuras? No se puede a menos que se cuente con equipo militar, con información militar. El propio Abimael creía que estaba haciendo una revolución, pero era todo propaganda para crispar el ambiente. Abimael no tenía capacidad para hacerlo—

   La guerra de Abimael se dio en el campo y en la ciudad, él condujo la parte urbana y llevó el peso de toda la organización. Se dice que estaba a punto de reunirse con el otro grupo, pero que no llegaron los vehículos necesarios. Mientras Lima sufría apagones y atentados, la explosión en Miraflores cuesta decenas de vidas, Abimael vive en una casa con su pareja, la número dos, más dos personas que rentan el inmueble y una bailarina con mucho tiempo libre. El líder no carga armas ni las tiene en la casa, y nunca se da cuenta de que está siendo vigilado. Cuando lo atrapan, al contrario de la versión de la mujeres escudo, Roncagliolo cuenta que no se dispara un tiro, lo encuentran en una habitación de la planta alta y no se inmuta, permanece sentado, atento a la televisión, sabe que el asunto terminó, sólo una de las mujeres grita que no lo toquen mientras tiene en una de sus manos una banderita. Nada diferente a su vida de profesor que prefiere controlar a debatir, que marca pautas sin exhibirse. Lo de la jaula fue una trampa, tortuoso escenario para el que no estaba preparado, los medios no eran su fuerte y si tenía animadversión entre los periodistas. Siempre se dijo que su movimiento era solemne y provinciano. Así de chato es el desenlace de quien quiso ser la cuarta espada del comunismo internacional, después de Lenin, Stalin y Mao. La historia no ha concluido, es cierto.

  

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