Opinión

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Natalia Vidales

Mujer y Poder

SemMéxico

Pareciese como si no hubieran transcurrido 18 años (edad suficiente para presumir la mayoría de edad) desde el año 2000 en que, por fin, se dio la alternancia política; y que, como entonces, será necesario sacar al PRI de Los Pinos.

Aquel cambio de gobierno dio pie a la partidocracia en vez de a la democracia, entendida como el gobierno y la mejoría del pueblo, y no del mero “quítate tú, pa ́ ponerme yo” (como ocurrió no sólo con los dos gobiernos del PAN en el Palacio Nacional, sino también con el regreso del PRI en 2012).

Y este electoral año 2018 se parece al 2000, porque de nuevo se necesitará una votación mayúscula a favor de la oposición para evitar el fraude del PRI. Igual que en aquel entonces, una votación cerrada permitiría que la compra de votos, el clientelismo político y la alquimia electoral no hicieran la diferencia a favor del sistema.

Como vemos, en esa cuestión de la burla a la libre voluntad popular no hemos avanzado: las autoridades electorales no pueden o no quieren asegurarnos el respeto al voto.
En el año 2000 “nos salvó” el hecho de que el presidente saliente, Zedillo (un candidato sustituto sin mayor empatía con el PRI), no quiso mancharse las manos con un nuevo fraude electoral a favor de su propio partido y reconoció temprano el triunfo de Vicente Fox para evitar la química electoral de último minuto que le diera el triunfo al candidato del tricolor (como era costumbre).

Pero ahora con Peña Nieto, un priista de cepa, y de quien sus correligionarios esperan que meta las manos hasta los codos en el proceso electoral para -de ser necesario- estirar las cosas a favor de su partido, el asunto es muy diferente.

Por lo pronto, las mentiras ya empezaron: tanto el FMI como las agencias calificadoras mundiales y el propio Banco de México -y desde luego la inmensa mayoría de los especialistas nacionales-coinciden en el mediocre crecimiento económico de los últimos años en nuestro país, y que en el 2018 se mantendrá, e incluso empeorará, particularmente para los menos favorecidos: el crecimiento general en 2017 fue de apenas 2.1%; y el individual del 0.19%; y no hay ningún indicador de que esas cifras mejoraran para el nuevo año.

Dichos análisis señalan que el gobierno de Peña Nieto se dedicó simplemente a controlar la inflación, aumentando las tasas de interés, nivelando la balanza de pagos y forzando la estabilidad macroeconómica. Aunque no se puede decir que su política económica fuera exitosa: el año pasado la inflación terminó en 7% y el peso se devaluó en más del 30%, aunque ciertamente no hubo crisis de fin de sexenio, lo cual se considera un éxito en la materia, aunque sólo para el oficialismo.

El FMI le advirtió al gobierno de México que la disciplina fiscal y las medidas ya mencionadas por si solas no traerían aparejado el crecimiento ni el bienestar para la población (que es de lo que se trata); que era menester aumentar la inversión pública y el apoyo a las pequeñas empresas para activar la economía, pero el gobierno apanicado por el fantasma de la inflación, optó por anular el crecimiento. Y en esas estamos, también, como en el año 2000.

A medida que avancen las campañas ese panorama será muy visible para la opinión pública y perjudicará al candidato oficial: es falso que se vaya a contar más de lo bueno (como dice Peña Nieto); y más falso todavía que “viene lo mejor”, como dice Meade.

Si a esa realidad se le suma una avalancha de votos en contra del PRI, tal vez así el Frente o Morena puedan ganar la Presidencia, aunque el gobierno de Peña Nieto haga uso de todas sus artimañas para conservarse en el poder (sí, como en el año 2000, salvo por el factor Zedillo con el que el tricolor no contaba).

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Guadalupe