Opinión

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A CONTRAPELO

LUIS ROJAS CÁRDENAS

 

El recuerdo de Gustavo Díaz Ordaz Bolaños Cacho quedó marcado como un costurón en la memoria histórica de nuestro país. Simboliza la represión y el autoritarismo gubernamental.

En su condición de poblano, Díaz Ordaz tuvo sus queveres con Tehuacán, Puebla. De acuerdo con lo que afirma su sobrino Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, en sus memorias (“Sin querer queriendo”), Ramón Díaz Ordaz, padre del expresidente, era originario de Tehuacán. Sin embargo, sus raíces familiares oaxaqueñas lo emparentaban lejanamente con Porfirio Díaz.

En 1937, a los 26 años, Gustavo Díaz Ordaz, recién egresado de la carrera de derecho trabajó por unos meses como agente del Ministerio Público en Tehuacán, para luego trasladarse como juez de penal de primera instancia a Tecamachalco, Puebla. Aquellas actividades le significaron sus primeros aprendizajes en la burocracia política mexicana.

Pero no sólo hablamos del pasado, actualmente se honra en Tehuacán, como en muchas otras ciudades del país, a este inefable personaje de la historia política mexicana. Al menos cuatro calles de dicha ciudad llevan su nombre en las colonias Agrícola Porvenir, Tepeyac, Ing. Pastor Rouaix y 16 de marzo. Dirán que son calles muy pequeñas en lugares apartados de la ciudad, pero ni el callejón más pedorro en el rincón más lejano del mundo merece la vergüenza de llevar ese nombre.

Parce una broma de mal gusto, pero la estupidez de muchos gobernantes alcanza grados de afrenta, o ¿a qué conclusión se puede llegar cuando vemos que en la tehuacanera colonia 16 de marzo hay una calle dedicada a Victoriano Huerta?, otro asesino que dejó huella.

¿A los fraccionadores les habrá pasado por la cabeza designar nombres como Antonio López de Santa Anna o Emperador Maximiliano, para denominar las vías por donde transitamos? En lo personal, y aprovechando que ya andamos en estos caminos pedregosos, me parece que sería más válido designar con el nombre de Hernán Cortés a un bulevar importante, quien a pesar de todo fue el gran libertador de los pueblos indígenas sometidos por el yugo azteca.

Quién demonios en el H. Ayuntamiento de Tehuacán autorizó esa nomenclatura perversa (No se piense mal, la H. no es la abreviatura de Hijoesú ni de Hampón).  ¿Se necesita ser descerebrado o haber nacido en Pendejiztán?, para ocupar un puesto burocrático que consiste en poner sellos y firmas para aprobar los nombres de las calles en el mentado Ayuntamiento.

Mejor la hubieran denominado a las calles con alguno de los siguientes nombres: Hocicón de Chalchicomula, Chango Malango, Trompasquitengo, Hocicodemono, Trompa de Pozole, Asesino de Tlatelolco o simplemente calle de la Ignominia. Hay tantas posibilidades y las desaprovechan, hasta en eso son torpes e insensibles quienes bautizan las calles.

La anécdota la han contado muchos, aparece en la mayoría de antologías de política y humor, además frecuentemente es referida en libros de historia. Milton Castellanos Everardo, exgobernador de Baja California y amigo de Díaz Ordaz, también recoge la historia en sus memorias (“Del Grijalva al Colorado: recuerdos y vivencias de un político”, p. 255):

“Cuando era todavía candidato presidencial [Gustavo Díaz Ordaz], y a bordo de un camión descubierto llegaba a Tehuacán, se fijó en una manta que cruzaba la principal calle de entrada que decía ‘Tehuacán con Díaz Ordaz’. Volvió la cara hacia la persona más cercana y le preguntó: ¿A qué sabrá esta madre?”

Seguramente ha de saber a madres, como el coctel que se cocinó unos años después al mezclar: un lugar, una fecha y un chorrito de Presidente; es decir, Tlatelolco, 2 de octubre y Díaz Ordaz; lo que se tradujo en un coctel de represión y muerte, pero esa es otra historia.

 

 

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