Opinión

presissisPorfirio Muñoz Ledo

La frontera que divide políticamente la península de Corea es todavía una herida abierta de la Guerra Fría. La confrontación armada que sufrieron por cuenta ajena –de 1950 a 1953- las dos vertientes de una misma nación condujo al encapsulamiento del país del norte en un régimen dictatorial y a su creciente nuclearización, lo que súbitamente parece alarmar al señor Trump y de rebote al gobierno mexicano que acaba de expulsar violentamente a su embajador.

La insólita y desmesurada agresión no corresponde a los principios que según el artículo 89 de la Constitución rigen nuestra política exterior y que colocan  por delante la autodeterminación de los pueblos. Menos aún a los pactos y resoluciones de las Naciones Unidas en las que se reafirma el derecho inalienable de todos los pueblos a determinar su propia forma de gobierno y a elegir su  sistema económico, político y social sin intervención extranjera, coerción o limitación alguna.

Si bien es cierto que México ha sido defensor acérrimo del Tratado de No Proliferación Nuclear y que nuestro premio nobel de la paz, Alfonso García Robles, bregó denodadamente por el desarme general y completo en materia nuclear, ello no significa que hayamos agredido unilateralmente a ningún Estado que posea esos armamentos, comenzando por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Imaginemos que nuestra diplomacia decidiera expulsar a los Embajadores de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Federación Rusa y China por dotarse de dichos artefactos a gran escala; tampoco sería explicable que adoptara medidas severas contra países que comienzan a fabricarlas, como Irán o Israel.

México jamás se ha mostrado intolerante hacia ningún gobierno por el hecho de ser comunista. Al contrario, fuimos el primer país del continente en establecer relaciones con la Unión Soviética en 1924 -nueve años antes que Franklin Roosevelt-. A despecho de la presión de la OEA nos negamos a suspender vínculos diplomáticos con Cuba y la amistad entre los dos gobiernos se ha consolidado durante casi seis decenios. En 1972 nuestro país se adelantó a declarar, por boca del Ejecutivo en la Asamblea General de Naciones Unidas, que “la soberanía de ese pueblo es indivisible” y se deposita en la República Popular de China lo que en ese mismo período generó su reconocimiento por parte de la organización y su ingreso al Consejo de Seguridad.

No se conoce además ninguna ofensa en contra de instituciones o ciudadanos mexicanos que mereciera semejante represalia. A mayor abundamiento, Corea del Norte ha sido miembro del Grupo de los 77, fundado en 1964, organización que México ha presidido en dos ocasiones y a la que renunciamos absurdamente en 1994 bajo el pretexto de que era incompatible con nuestro ingreso a la OCDE. La fortaleza del grupo que abandonamos radica precisamente en la coexistencia de las más diversas ideologías.

La defenestración de un Embajador es una provocación para obligar a la contraparte a suspender relaciones diplomáticas. Todo lo contrario a la doctrina Estrada, según la cual México no reconoce ni desconoce gobiernos sino decide retirar a sus  agentes diplomáticos, lo que hicimos por ejemplo, en un sentido opuesto cuando las instauración del régimen franquista en España y el afrentoso golpe de estado de Pinochet.

Conductas como la seguida en este caso difuminan la frontera que nos separa de la Unión Americana y nos convierten de facto en un Estado asociado.

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