Opinión

PITOL
]Efemérides y saldos[

 

Y en la tramoya del relato, en el substrato del idioma estará, por supuesto, la instantánea visión de la letrina de Tiflis, pero sin hacer mención de ella en la novela. Alguien, su marido, o tal vez su contrincante, o varios de sus amigos, se referirán a ella como la Divina Garza.

Sergio Pitol.

 

De este espléndido “equívoco” brota lo fantástico: un fantástico tocado con sordina, tal vez, pero no por eso menos engañoso y alarmante, que propone en clave moderna el trascendental dilema a los barrocos: si es el sueño un producto de la vida o si no es la vida un producto del sueño.

 Antonio Tabucchi

 

ALEJANDRO GARCÍA 

El viaje (México, 2015, 2ª edición corregida y aumentada, Era, 145 pp.) de Sergio Pitol, cuya edición original es del año 2000, narra el viaje que el autor hace a la Unión Soviética entre el 19 de mayo y el 3 de junio de 1986. La invitación original fue expedida por la Asociación de Escritores de Georgia, pero se le retiene algunos días entre Moscú y Leningrado y, cuando cree que tendrá que regresarse a Praga, donde ocupa un cargo diplomático, por fin llega a la tierra de José Stalin, pero Georgia es también uno de los baluartes de los cambios emprendidos por Gorbachov a través de la Perestroika y la Glasnost.

   En su cáscara, este libro es una experiencia territorial e histórica, pues la Unión Soviética camina a su desintegración y se palpan las diferencias entre una rigidez pendiente del pasado burocrático en Moscú y una agitación renovadora que viene de años en Georgia. Lo percibe alguien que es diplomático de México en Checoslovaquia, país que supo de los modos de control y agresión del comunismo en la Guerra Fría. Pitol es además escritor, su obra está entrando en periodo de madurez. Es traductor y ama a la literatura rusa. Puede ver su lugar en el mundo literario y opinar sobre el pasado que no le es ajeno.

   El autor va más a las repercusiones de los cambios y de las resistencias a éstos que a enfatizarlos en su superficie. Sólo lo hace como escritor o como hombre de cultura. Estos ámbitos son los suyos. Percibe la efervescencia en Moscú, la sórdida manera de actuar de escritores e intelectuales al servicio de un régimen que ha decidido cambiar desde arriba. En Moscú hay esos vicios, pero se siente el inminente cambio. En Leningrado, la misma arquitectura de un solo molde da monotonía a muchas de las prácticas humanas. El patrimonio de la humanidad en museos y su mismo pasado zarista habrá de recomponerse en la siguiente década.

   Quizás al vivir en Praga, su cercanía con Marienbad y Karlsbad, los dos balnearios donde solían vacacionar las cortes del zar de Rusia, del Rey de Prusia y del emperador de Austria, entidades históricas en suspenso después de la primera guerra mundial, le provea el mutismo necesario para no afiliarse a las causas y en cambio le proporcione el ojo necesario para producir obras en donde se combinen los extremos de la comedia humana. Para Pitol el mal es el gran personaje de la literatura, aunque al final parezca perder. Su viaje geográfico tendrá una dosis de sueño y de mezclas que le mandarán a producir su tercera novela del ciclo de El Carnaval.  

   Un poco antes El viaje es en buena medida un retrato de Marina Tsvietáieva. En el primer retrato predominan los grandes trazos de sus viajes por Europa, anclada para siempre, al final, en la Unión Soviética, entrampada también por su estancia en campo de concentración y por la de su esposo e hija; incapaz de tomar distancia de su hijo, un niño y joven al que tratará de dar todo, a pesar de sus condiciones adversas. Y un corazón y una mente que, según el segundo trazo, está con los románticos y está contra la historia que se debate en sangre y en una tarea compartimental que contradice su afán de libertad. De allí que Tsvietáieva piense más en las guardias blancas que en el ejército rojo, de allí su caída en prisión y su posterior suicidio. Será su hija la que, pese a casi una década de prisión, conserve y ordene los escritos de esta escritora que parece más tocada por el mal que por el bien, por el castigo de un crimen que no cometió. Mas Tsvietáieva escribe, produce, combina, como lo hará Pitol al final de este viaje.

   Pitol ha contado mucho sobre su vida, lo ha escrito, y qué bueno. En El viaje tanto en Moscú como en Leningrado cuenta en alguna parte de su filiación con los formalistas rusos, de su aportación a los estudios literarios y de cómo escaparon a la persecución stalinista. Cuenta también de su encuentro con el libro sobre Rabelais y el carnaval de Mijail Bajtin. Tanto en la capital como en la ciudad de los zares despliega su erudición, su conocimiento de escritores, su papel en la sociedad que les tocó. Allí lo detienen, con benévolas triquiñuelas lo mantienen ocupado o turisteando.

   Al llegar a la capital de Georgia, donde se respira la parte vanguardista de los cambios y los escritores se han desafanado de la sospecha y el espionaje, se da un acontecimiento de epifanía: estando en una banquete con los escritores, ante la necesidad de ir al baño, le comentan que están cerrados los sanitarios del local que ocupan, pero uno de los contertulios le indica que hay un lugar propicio a unos pasos. Se trata de un gran baño público con pesados olores a orina y excremento, un lugar donde la convivencia se ha recuperado, como en el carnaval medieval y renacentista (así sea retratado en las obras). Se da la parte baja de la epifanía de Domar a la divina garza. 

   El viaje es un libro de difícil definición. Narra un viaje, pero en realidad son muchos. Es también un libro de sueños, lo dice Pitol, nunca había soñado tanto como en Rusia. Los sueños le dan claves para preguntarse por lo que sucede con él, con su vida, con su escritura, pero la vida misma da una serie de claves que permiten preguntarse si es la realidad o si es el sueño. Fueron los años en que el viejo sueño de la felicidad colectiva dejaba caer piedritas de colores para encontrar el camino a casa, pero resultaba que no se quería regresar a casa o que no estaba entre las posibilidades del sueño el regresar a casa.

   Pitol asume sus hitos, el libro es poética y declaración de fe:

   ¿De qué alquimia delirante habrán surgido los libros más perfectos que conozo: La cruzada de los niños, de Schwob; La metamorfosis, de Kafka; El Aleph, de Jorge Luis Borges; movimiento perpetuo, de Augusto Monterroso.

   Así que este es un libro de apariencia inofensiva en que un escritor va complicando el discurso y la palabra hasta llegar a un laberinto en que cada lector toma su propia ruta: la de la literatura, la de la libertad, la del carnaval, la del sueño, la del vivir a diario con cierto sopor porque las claves se han enrarecido y deben poner de nueva cuenta a consideración de mi capacidad interpretativa.

   En esta segunda edición El viaje se dice corregido y aumentado. En realidad se trata de una agregado entre las páginas 128 y 131 de un fragmento del libro Caoba de Boris Pilniak. El agregado vale la pena, porque forma parte de esa construcción creativa de Pitol. Aquí ya no sólo se escaló el libro publicado en 2000 sobre hechos de 1986, sino sobre un agregado en la edición de 2015. Sobresale entre la multitud de “Mendigos, peregrinos, plañideras, lisiados, trotamundos, adivinos, profetas, imbéciles, dementes, mentecatos, inocentes”, la historia de Iván Yákovlevich:

   En vida Iván Yákovlevich no retenía los excrementos. Se le escurrían bajo la sotana, escribe el historiador, y sus custodios tenían órdenes de derramar arena en el pavimento. Precisamente esa arena, bañada con la orina de Iván Yákovlevich era recogida y llevada a las casas de sus devotos. Esa arena tenía propiedades curativas. Cuando algún niño enfermaba del estómago, le proporcionaban media cucharadita dentro de la papilla y el niño sanaba.

   Desde Milton, parece tener razón Pitol, el mal aparece, sea el diablo o sea la fuerza enloquecedora, sea Luzbel o los poderes que se levantan contra el hombre para destruir sus propias obras. El mal arriba y abajo, el cerebro en juicio y el culo en desecho, la risa y el pedo, el beso y el placer.

   Desde hace tiempo Sergio Pitol se ha despedido de sus lectores. Efectúa un viaje de fin muy cercano, dejando paso a paso los referentes de espacio y tiempo, los nombres de las cosas, el ser aquí. Su obra es el viaje necesario, donde Dios y Satanás se dan la

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