Opinión

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]Efemérides y saldos[

 

Los policías que mataron a puñaladas a Arroyo eran también ejemplos de criminales convertidos en policías. Guerrero no se atrevió a sugerir —ni siquiera a insinuar— que el propio Díaz pudiera reunir esas condiciones, pero el espectro de la criminalidad se aparecía en muchas representaciones de Díaz desde ese momento en adelante.

Claudio Lomnitz.

Su razón de ser, su función, su “servicio”, consiste exclusivamente en desplazar la relación de fuerzas, de las fuerzas  que ya existen; y en desplazarla no mucho, por cierto; en desplazarla en el sentido de “ese cambiar todo para que no cambie nada” que el príncipe de Lampedusa adopta como lema de la historia siciliano y que hoy podemos adoptar por lema de historia italiana.

Eduardo Sciascia

 

ALEJANDRO GARCÍA

 

El primer linchamiento de México (México, 2015, El Colegio de México/ Columbia University, 88 pp.) de Claudio Lomnitz es un breviario muy interesante para los estudiosos de las humanidades y para los lectores interesados más en las preguntas que en las respuestas, en los caminos que en los hechos finales aparentemente contundentes. Tiene interés también para los lectores de ficciones y para los fraguadores de mundos alternos. Y representa una oportunidad para conocer al régimen porfirista en uno de sus numerosos pliegues.

   El punto de partida para el autor es el atentado que sufrió Porfirio Díaz, la mañana del 16 de septiembre de 1997, al pasear por la Alameda de la ciudad de México, a manos de Arnulfo Arroyo. Díaz iba acompañado por el general Mena, Ministro de Comunicaciones, y por el general Berriozábal, Ministro de Guerra. El presidente no sufrió daño alguno e incluso impidió que algunos viandantes dañaran al victimario. Arroyo fue trasladado a la cárcel. Después se supo que Arroyo había actuado desarmado. Durante la noche del 17, un grupo de embozados se introdujo en la prisión y linchó a Arroyo. El día 18, fueron hechos prisioneros 21 individuos encontrados en las cercanías de Belén. El 21 el Congreso llamó a cuentas al ministro del Interior Manuel González Cosío y, poco después quitaron el fuero y pidieron la renuncia al Jefe de la Policía Javier Velázquez. Éste y media docena de sus hombres fueron aprehendidos y acusados del asesinato de Arroyo. Confesaron haberse disfrazado y embozado y haber realizado el linchamiento. El 24 de septiembre, Velázquez, supuestamente, se suicidó con una pistola que él mismo había introducido. El resto de los acusados fueron sentenciados, 10 de ellos a pena de muerte. Las penas fueron conmutadas. Cabrera y Villavicencio, quienes después reaparecerían en las fuerzas policiales, purgaron pena de seis años. 

   Hacía poco tiempo que Díaz había declarado como muestra de civilización el que en México no hubiera linchamientos. Lomnitz agrega un elemento especial que en apariencia no tendría participación directa en los hechos, pero sí en su rumbo. Es el caso de la aparición del periodismo de corte americano con El Imparcial. Con esto se iniciaba la demolición de un ejercicio de los hombres de estado e intelectuales y la erección de cuerpos de reporteros de corte amarillista. El Imparcial llegó a tirar 82,000 ejemplares, cuando los otros si acaso sobrepasaron los 10,000. Pero, además, El Imparcial recibía subsidio del régimen porfirista, beneficio que monopolizó, convirtiéndose en irrebatible rival dentro de la prensa. Los otros periódicos tuvieron que rascarse con sus propias uñas.

   Uno de los cauces y constructores del relato fue precisamente El Imparcial. Él le dio el tiente de novela policiaca, pero también el que provocó reacciones que permitieron entender que se trataba de diversos cauces o, más bien, de un cauce susceptible de diversas interpretaciones. Y entonces fue que las fases diversas dirigían las sospechas a diferentes responsables del atentado, más allá de Arroyo, y de un cariz muy diferente. 

   He dicho ya que Díaz se interpuso entre los testigos y Arroyo y las fuerzas del orden que lo sometieron, que allí mismo impidió que la multitud obrara por su propia cuenta. Después, cuando se linchó al frustrado magnicida, El Imparcial no se tentó al corazón para responsabilizar al pueblo en esa acción bárbara. Los otros periódicos reaccionaron tarde, pero los ánimos se calentaron en la calle y se llegó a decir de la quema de ejemplares del periódico, lo que fue desmentido desde sus páginas impresas. Otros periódicos publicaron texto e imágenes en donde se hablaba de una mano anónima o de que Arroyo no podía responder a sí mismo solamente. ¿Esa mano era abajo, en medio o de lo más alto?

   Allí viene lo sustancioso del estudio de Lomnitz, cómo un mismo suceso puede variar en su interpretación y llevar a responsables diferentes. En este caso, a la autoría individual incontrovertible, sobrevino la responsabilidad en el peladaje, en el bandidaje, en el pueblo; después vino la reacción popular, la presión legislativa y el suicidio de Velázquez, la responsabilidad pasaba a las fuerzas del orden. Un nuevo matiz: la línea entre policías y delincuentes es muy tenue, frecuentemente intercambian posiciones. No sólo por la leva o por las razias, sino porque el estado contrato policías, luego los despide, de modo que estos se pasan a las fuerzas del desorden y es aquí donde el Estado coopta a sus defensores.

        Villavicencio se jactaba con Flores Magón de haber cometido más de 300 homicidios extrajudiciales de prisioneros de Belén bajo órdenes de Díaz.

        D. Manuel Doblado fue el primero que introdujo el sistema de convertir al bandido en gendarme, cuando fue Gobernador de Guanajuato; que el ejército actualmente está formado en parte por el contingente de criminales que periódicamente entregan los Estados; la policía federal de los caminos originalmente, al principio, no fue sino un enganche de salteadores indultados… (citado por Lomnitz)

   Mas ¿de quién dependían las fuerzas del orden? De Secretarios de Estado, del aparato de gobierno. Y de quién dependía ese aparato, del que para entonces era reconocido como Dictador, Porfirio Díaz. Si en la superficie el culto y la reverencia eran abrumadores, en el subsuelo se alimentaban y crecían los resentimientos. De modo que se pasa de un linchamiento de hombres incultos o de un grupo de anarquistas que quiere tambalear la fortaleza de la Nación y se llega a la manipulación desde el punto más alto del poder, la víctima que deviene victimaria. ¿Qué pretendía Díaz? Sin duda, fortalecer lo que ya era fuerte, pues no cabe la posibilidad de una diversión macabra.

   Si se tratara de un antecedente de las luchas por la liberación, sin duda hubo que esperar casi 15 años para que el tirano se fuera a morir a París. Si se trata de una maniobra del poder para reacomodarse, como es el caso de la pugna entre grupos interiores, sin duda tuvo éxito, pero no es tan relevante en términos históricos, porque todos iban bajo el jorongo de Díaz. Si se trata de un semi-dios que mueve caprichosamente sus fichas, pudo resistir casi tres lustros antes de encontrar la flecha que le destrozará el talón.

   Decía en las líneas iniciales que este libro es de interés para sectores diversos de estudiosos y lectores. Es un magnífico ejemplo de cómo se puede ejercitar la operación hermenéutica sobre los hechos consumados. En acontecimientos tan sonoros como los magnicidios suelen quedar grandes dudas, de allí la virtud de la pregunta y de la conexión. Obvio es que en tiempos de tanto control como el filo de los siglos XIX y XX era difícil responsabilizar a Díaz, mas aún con todo su poder no pudo maniatar los descuadres, enyesarlos.

   El estudio de Lomnitz me lleva a diversos esfuerzos por aplicar métodos, muchos de ellos de carácter inmanente, a desentrañar o a reconectar los hechos. Me vienen a la mente dos: El caso Moro de Leonardo Sciascia y “Análisis semiótico de ‘El caso Aldo Moro’” de Alain Saudan, el primero un notable ejemplo de novelización de un hecho histórico y el segundo un riguroso (y casi barroco) desmenuzamiento desde las herramientas greimasianas.  

   A la distancia, parece infantil el montaje del atentado. Un borrachín desarmado intenta agredir a Porfirio Díaz. Eso desencadenará cárcel y asesinatos, lucha en los periódicos, búsqueda de culpables intelectuales, indagación de nuestro lugar en el concierto de las naciones y en la escala de la civilización. Es muy probable que la perspectiva permita ver a los que nos sucedan lo infantil de nuestros argumentos, lo frágil de nuestros montajes, lo melodramático de nuestros desencuentros, habrá que ver la cantidad de muertos que siembran esos actos vanos.

 

 

 

  

 

 

 

 

  

 

 

 

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