Opinión

thumbnail Joseph Conrad]Efemérides y saldos[

Acaso no me habían contado en todos los tonos de envidia y admiración que había recolectado, cambiado, timado o robado más marfil que todos los demás agentes juntos. Pero eso no era lo importante. Lo importante era que se trataba de una persona superdotada y que, de entre todos sus dones, el que sobresalía, el que proporcionaba la sensación de una presencia real era su capacidad de hablar, sus palabras, el don de la expresión, sus dotes de oratoria, su poder de exaltar y hechizar, de revelar su palpitante flujo de luz o de mostrar aquel engañoso flujo que surgía del corazón de una oscuridad impenetrable.

Joseph Conrad

Marlow, que antes de viajar al África odiaba la mentira, a su regreso no vacila en mentir a la prometida de Kurtz, a la que engaña diciéndole que las últimas palabras de éste fueron el nombre de ella, cuando en verdad, exclamó: “¡Ah, el horror! ¡El horror!”. ¿Fue una mentira piadosa para consolar a una mujer que sufría? Sí, también. Pero fue sobre todo la aceptación de que hay verdades tan intolerables en la vida que justifican las mentiras. Es decir, las ficciones; es decir, la literatura.

Mario Vargas Llosa

   

ALEJANDRO GARCÍA

 

El viaje se realiza y se cuenta, se vive para contarlo. El crecimiento permite enfrentar de mejor manera la vida. Es más, el viaje no es algo extraordinario, es el riesgo de todos los días, si ha producido o no un cambio o un brinco o una renuncia, se verá más tarde, si es que se vuelve del último, si es que no se pierde el marinero en uno más. El viaje es la búsqueda de víctimas y mercancías —si aquellas se incluyen como éstas, se les pone precio, no hay problema, hay manera de justificar la esclavitud y otros tráficos—, es la posibilidad de construir imperios y agrandarlos. Es mucho menos la pérdida de identidad y el desarraigo del esclavo, del migrante.

   El corazón de las tinieblas se publica en 1902, 183 y 176 años después de Las aventuras de Robinson Crusoe y Los viajes de Gulliver, los dos modelos de viaje de la narrativa moderna: el naufragio y la construcción de una sociedad modelo con el individuo como centro y el viaje como sátira, como mundo al revés: el “otro” es mejor que el hombre. En el viaje de los enciclopedistas franceses se dan los dos modelos, frecuentemente en el recinto epistolar: se está en la tierra y en oriente el “otro” es examinado a la luz de sus prácticas que resultan más sabias que las de la sociedad de que proviene el testigo.

   Los viajes de Joseph Conrad o de sus novelas y personajes distan mucho de ser lo uno o lo otro. En parte porque las simplificaciones y etiquetas truenan apenas se intentan aplicar. En parte también porque sus libros son intratables, hay una historia que sólo se esboza o que incluso cuando se cuenta con todo detalle se nos escapa, se hace más densa, se carga de significados y sentidos. A menudo uno como lector las deja, sordo a sus murmullos, temeroso de esas cabezas que farfullan en las entrañas del Río Congo.

   El libro es hermoso, con una ilustración en donde predominan los rojos, negros y verdes, acordes con la temática y se funde con una edificación, que va del morado al amarfilado y que más parece una gran nave en uno de los márgenes del río. Si bien en rústica, trae solapas y 8 guardas de color vino que sirven de cobijo al contenido. Llama la atención que Mirlo y Tinta viva sean inconsistentes en su presencia en la identificación del libro y que los derechos de edición estén reservados para Editores Mexicanos Unidos. Alguna estrategia comercial está detrás de todo esto. Lo hacen otras editoriales como Planeta o Random House. Lo importante es que el libro esté lejos de la modestia editorial de EMU y que su precio sea bastante accesible. Si bien un poco ajustada la caja a los márgenes laterales, el tamaño de la tipografía es bastante benévolo y ayuda a la hora del enrarecimiento de los actos de los personajes.

   El corazón de las tinieblas (México, Sello Editorial Mirlo, Tinta viva, 113 pp.) es totalmente situacional. El capitán Marlow aprovecha el que su goleta Nellie no podrá salir del Támesis a mar abierto y se dedica a contar la historia de Kurz, quien se interna en el Rio Congo al frente de una expedición. El grupo de interlocutores irá menguando conforme avanza la noche y tal vez tan sólo quedará el narrador de esa historia. Estamos ya en un mismo punto de partida y de llegada, varados, al ritmo de la palabra de Marlow. Éste tendrá que ir a investigar lo que ha sucedido con el mejor de los hombres en el núcleo de la selva. Irá desde el continente europeo, bordeará África, avanzará los cientos de kilómetros entre el Océano Atlántico y la capital del Congo, pasará antes por zona de rápidos donde tendrá que recurrir a otra forma de transporte y ya en la ciudad de punto de arranque tendrá que esperar o más bien tendrá que reparar la nave que lo internará en el río.

   Rodeado de misteriosos personajes, incapaces de darnos a conocer sus móviles, avanzará hasta el corazón del río o de la selva, de los hombres nativos o de Kurtz, pero allí se dará cuenta de que algo ha sucedido, de que el encontronazo de esos elementos ha producido una forma de terror ajena a las conocidas. Tal vez fue el río y su designio o la selva y su entraña inexpugnable, tal vez fue la desconfianza de los habitantes del lugar o por fin la asunción de un poder extraordinario por parte de un hombre que siempre fue visto como superior.

   Es esa situacionalidad la que le da, en parte, su carácter plenamente contemporáneo, escéptico, oscuro, sin lugar siquiera para el “ennui” de que hablaría muchos años después George Steiner. Los hombres esperan el límite del cansancio para dormir, sus respiraciones pierden rapidez, y en ese ir y venir de corazones, se traza, mediante la voz de Marlow el itinerario a las tinieblas, a su corazón, pero también es el viaje de Marlow, pues cuando él encuentra a Kurtz, éste hace mucho que ha borrado sus huellas y si deja un indicio para los que llegan (además del libro que lo ata a su misión pasada, no a la actual) no es para que sepan que él está allí, sino para señalar el inicio de la otra realidad, de la violencia pura. Recuérdese que son flechas las que caen sobre la tripulación, y una de ellas da al conductor, el mismo que rueda a los pies de Marlow. De no ser por esto, todo podría considerarse un juego, el juego de la sangre y de la muerte sin causa.

   Tuve la premonición de que bajo el sol enceguecedor de aquellas tierras, conocería a un demonio de mirada débil, blando y pretencioso, de una locura rapaz y despiadada. Varios meses después, más de mil kilómetros río adentro, descubriría que tan insidioso podía ser.

    Es inevitable recurrir a la película “Apocalipsis now” de Francis Ford Coppola (1979) y que se basa en la novela de Conrad. La película se filma en el momento de mayor crisis de la guerra de Vietnam, el recorrido por el río no es en África, por lo tanto tampoco es el Congo. Allí, por ejemplo, la escena de las flechas es la primera vez totalmente inofensiva, pero en la segunda se aprovecha la confianza adquirida tras el primer evento para enrolarlos en el tramo del terror. Eso los hunde. Sin embargo, el ir al corazón de las tinieblas no fue específico de Vietnam, en cada una de las conflagraciones hubo el recurso de ir más allá: el gas mostaza en la primera, los campos de exterminio en la segunda o el enterrar a su hermano, ya cadáver serio banquete para las hormigas, en un hoyo, para que no se le escapara, en un cuento de Augusto Roa Bastos que habla de las fratricidas guerras paraguayas (“El prisionero”). Conrad lo cuenta así:

   Esos “remates redondos” no eran ornamentales”, sino simbólicos; eran expresivos e inquietantes, enigmáticos y perturbadores, alimento para la mente y para los buitres, si hubiera habido alguno que surcara los cielos, pero sin duda para las hormigas que se aventuraran a subir por el palo. Aquellas cabezas clavadas sobre las estacas habrían sido más impresionantes si los rostros no hubieran estado volviéndose hacia la casa. Sólo unas, la primera, veía hacia mí.

   Allí radica su otro elemento de contemporaneidad. Conrad sabía de las ruindades del corazón humano, de la pérdida de los centros y los márgenes en la oscuridad y las tinieblas.

   El inicio del siglo XX ocultaba la gran disonancia de la novela con los sistemas políticos. No era evidente tras su lectura, el “ennui”. De modo que la tesitura de la novela de Conrad fuera sumamente extraña. Todavía habría lugar para las vanguardias y para el cuestionamiento de las categorías de espacio, tiempo y persona, para la importancia del lenguaje a fin de hacer notable el silencio. No sospechábamos que detrás, a los lados, en los profundo o en lo alto, alguna forma de terror avanzaba, hacía añicos la racionalidad, encabezada por notables hombres de su tiempo.

   De allí que su novela sea esto, la profecía de lo que había sido, era y sería. Cuando El corazón de las tinieblas termina, el silencio impera, Marlow volverá a los mares y su relato de ese laberinto demoníaco serás trasmitido a través de quien ya lo ha escuchado de principio a fin. En algún lugar del mundo las tinieblas roen, roen, roen, parecen farfullar algunas cabezas en las picas. 

 

 

 

 

 

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