Opinión

Valeria Luiselli]Efemérides y saldos[

Algunos periódicos anuncian la llegada de los niños indocumentados como se anunciaría una plaga bíblica. ¡Cuidado! ¡Las langostas! Cubrirán la faz de la tierra hasta que no quede exento ni un milímetro —estos amenazantes niños y niñas de piel tostada de ojos rasgados y cabellera de obsidiana. Caerán del cielo, sobre nuestros coches, sobre nuestros techos, en nuestros jardines recién podados. Caerán sobre nuestras cabezas. Invadirán nuestras escuelas, nuestras iglesias, nuestros domingos. Traerán consigo su caos, sus enfermedades contagiosas, su mugre bajo las uñas, su oscuridad.

Valeria Luiselli.

 

ALEJANDRO GARCÍA

 

Quienes alguna vez nos sorprendimos con La cruzada de los niños deMarcel Schwob, esa inolvidable pieza sobre las luchas entre bien y mal, inocencia y maldad: infancia perdida; quienes lloramos con el cuento mensual “De los Apeninos a los Andes” de Corazón. Diario de un niño de Edmundo de Amicis, antecedente, testimonio, de la migración infantil, todavía de la prioridad de la aventura individual; quienes vimos en la novelística de Charles Dickens la serie de garfios sobre los que se tenderían las pieles de niños y jóvenes antes de ser rearmadas para servir al sistema o nos quedamos sorprendidos cuando Michel Foucault nos mostró que los hábitos del cuerpo y sus extensiones tenían que ver con una máquina voluntaria, sometida, de optimización de esfuerzos, dignos de ese sorbedor de llantos de Monster Inc.(en donde, después se sabe, lo mismo se logra con las risas y así ya ni llorar desconsoladamente es acto libre); quienes algunas vez nos enteramos con el nudo en la garganta que el flujo de migrantes se compone de seres humanos de todas las edades y que hay un tosco afluente que viene desde Centro América y, aunque no es su destino final, recibe desde el Suchiate hasta el Bravo, en nuestro país, todo tipo de maltratos y vejaciones, muertes en bloque, en donde —cosa terrible—, La Bestia llega a ser blanco fijo, y al interior de esta corriente, se desliza una de menores de edad, podemos encontrar en este libro de Valeria Luiselli Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas) (México, 2016. Sexto piso, 103 pp.) ese pasillo ante el que se encontró el personaje de América de Kafka, un pasillo con un sinnúmero de puertas a cual más en el terreno del absurdo.

   El pasillo y las puertas son nítidas en este libro; lo que está detrás de éstas y su significado, no. A los niños que llegan a los Estados Unidos les conviene más ser atrapados por la policía fronteriza o por alguna otra autoridad, que correr el riesgo de buscar ellos solos a sus padres. Al parecer, el gran terror ha quedado atrás. La razón es que aunque deberían ser deportados automáticamente, como los adultos o como, sí sucede, los niños mexicanos, tienen una serie de leyes que los protegen. He allí la paradoja de la legislación norteamericana y he allí la reacción ante ella de sus ciudadanos. Donald Trump ha capitalizado todo ese silencio o esa violencia subterránea ante lo que consideran darle a los migrantes lo que ellos, nativos o migrantes de x generación no tienen.

   La autora, celebrada narradora, es también migrante y parte de su búsqueda de la obtención de la Green Card o permiso de residencia permanente, lo que la lleva a realizar en familia un viaje terrestre de Nueva York a Arizona, que le permitirá conocer diversas facetas del país vecino, no sólo geográficas, sino de esos misterios de por qué a su pareja le otorgan el permiso y a ella no. Tendrá que entrar a una disputa legal. Será sólo el principio, pues topará con una realidad muy diferente en su desempeño como traductora de niños centroamericanos migrantes. Bien visto, su viaje lo mismo puede ser kafkiano que una entrada al corazón de las tinieblas donde el terror puro impera. Lo será también para el lector, pues el libro cumple dos de esas funciones de la literatura que desde los formalistas rusos quedaron retadoras: la desautomatización, de la realidad en este caso, y la obra de arte como construcción de un artificio. Aquí no sólo se trata de la obra que leemos, sino de la estrategia para poner a salvo el futuro de los niños. Las respuestas de esos infantes y el mundo que ocultan y/o desvelan es el hueso duro de roer de este libro. Se aplica un cuestionario de 40 preguntas en la Corte Federal de Inmigración, en Nueva York.

   La idea es encontrar un “caso”, “materia”, para que los niños puedan ser rescatados del mundo de violencia del que vienen y quedarse a vivir en Estados Unidos. Ellos lo dicen más o menos como “Todo es mejor aquí, con todos sus sinsabores, que de donde vengo”. El lugar común es una madre que se desplaza de Honduras, El Salvador, Guatemala en busca del “Sueño Americano”. Ahorra o se endeuda y manda por sus niños. Estos, acompañados por un coyote, cruzan la frontera Sur de México y buscan La Bestia, llegan a la frontera y si el cruce es exitoso pueden llegar al lugar donde están los padres o los familiares. Si los atrapa la Migra, podrán hacer contacto con aquellos, ser depositados al cuidado de adultos una vez que vence el plazo para permanecer en “La Hielera”, contestar el cuestionario, traducido, y llevar a la corte su caso. La autora desliza, sólo como un leve signo, que el mundo de algunos de esos niños comienza a estar lejos de la mejor cara del capitalismo o del país huésped.

   A través de preguntas como

“¿Por qué viniste a los Estados Unidos?”,

 “¿Te ocurrió algo durante tu viaje a los Estados Unidos que te asustara o lastimara?”,

“¿Alguien te ha lastimado, amenazado o asustado desde que llegaste a los Estados Unidos?”,

“¿Estás feliz aquí?”,

“¿Han sido tus padres o hermanos víctimas de algún crimen desde que llegaron a los Estados Unidos?”,

“¿Tienes algún familiar cercano con quién vivir en los Estados Unidos?”,

“¿Alguna vez tuviste problemas con bandas del crimen organizado en tu país?”,

“¿Has tenido problemas con el gobierno de tu país alguna vez?”,

“¿Te daría miedo volver a tu país de origen?”

   La traductora se enfrenta a niños de poco léxico en español, asustados o pasmados, de escasa precisión en sus referentes espacio temporales. Con las respuestas se tiene que armar un relato, pero ese relato tiene que ser la base para una defensa legal, de acuerdo a la legislación norteamericana. De simple reproductor de medias palabras, el intérprete se va involucrando, adivinando gestos, llamando a la confianza, presionando el resorte para el recuerdo y la narración.  De allí que el traductor debe buscar la mayor información, vencer las resistencias del niño o niña, las renuencias del joven. Como señala Valeria Luselli, entre más terrible sea la historia, tiene más posibilidades de éxito en los tribunales.

   Cuenta el caso de un joven que fue perseguido y maltratado por una pandilla, golpes, tiros, amenazas, y levantó un acta ante autoridad competente y conservó su copia. Esto se convierte en un testimonio importantísimo a la hora de ir ante el juez y le permite conseguir a un buen grupo de abogados quienes tomarán el caso por un bono a cobrarse al final del proceso. Es este joven al que ya rondan la vida juvenil de los barrios norteamericanos. Los detractores de estos recursos dirán que el mismo muchacho ya está preparando su caso para quedarse adentro, presentándose como víctima.

   Así que si tienes violencia en casa en el país de origen, si tienes maltrato (quién no) en el viaje de frontera a frontera, si abusan de ti en los

   Estados Unidos y tienes manera de demostrarlo, será casi seguro que te quedarás a vivir en el nuevo país. Si, en cambio, los has sufrido pero no tienes manera de demostrarlo o, en muchos casos, de expresarlo suficientemente, de indagar en el recuerdo, de decodificar que muchos actos cotidianos son violencia pura, regresarás a tu país de origen, sin importar si el esfuerzo costó tres mil dólares para las niñas y cuatro mil para los niños, sólo por dejarte en las buenas manos de la Border Patrol. Si en el camino te quedaste, este tú es mera retórica y acaso llegues a ser en el mejor de los casos motivo de estadística, polvo en los caminos. El pensamiento ultraconservador y proteccionista podrá ver en esta labor del intérprete, la construcción de las versiones, la burla a las bondades de la ley. Y podrán elevar esa nueva versión de los norteamericanos como explotados por todos los pueblos del mundo, en especial México. Allí seguramente golpearán.

   Los niños son el futuro de la especie, de allí el énfasis en inculcar en ellos la reproducción de los sistemas, la crítica al fracaso. Conforme he iniciado la reseña de este libro me han venido a la mente los ejemplos con que inicié. Y hay muchos otros. Seguramente la migración de México a Estados Unidos obnubila mi percepción sobre muchas de las cabezas de este dragón. Kafka me dice que salvamos niños para condenarlos a una vida miserable, Conrad me susurra que en el duro corazón humano hay siempre un lugar para la práctica de un terror mayor. El consejo maternal y el buen cristiano me dice que hay lugar para la inocencia y para la paz. Miento, hay quienes creen en lo anterior más allá de mi madre y el misal. Pero es difícil moverse entre esas coordenadas donde lo vertical y horizontal ocultan la tercera dimensión.

   Entre octubre de 2013 y junio de 2014, la cifra total de menores detenidos en la frontera México-Estados Unidos alcanzó de pronto los 80 mil (…) Entre abril de 2014 y agosto de 2015 llegaron más de 102 mil menores.

   Los niños perdidos de Valeria Luiselli es un valioso testimonio del drama de la infancia en países que tienen que expulsarlos para, corriendo todos los riesgos, acceder a otros modos de vida. Procedentes de sociedades muy pobres, son enviados por sus padres a Estados Unidos o van en busca de ellos. Cruzan México, en el techo de un tren, y llegan a destino. Es la nueva Cruzada, es el nuevo viaje a los Andes, es el inicio de un litigio que les permitirá o no quedarse en el lugar que la lucha iniciará de nuevo. Mas su lucha con las tinieblas será permanente.

 

 

 

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