JOSÉ LUIS ROZALÉN
Leer un libro es volver a nacer, es el camino para apropiarnos de un mundo y de una visión del hombre que entrarán a formar parte de nosotros mismos. En palabras de Álvaro Mutis, una lectura disfrutada con riqueza y plenitud “es la conquista más plena que puede hacer un ser humano en su vida. Un placer que viene de lo más hondo del alma y que ha de quedarse allí intacto y disponible para siempre”.
Leer es el arte de volver a encontrar la vida en los libros y, gracias a ellos, comprender mejor nuestra existencia. La lectura de un libro es un diálogo en el que el libro habla y el alma contesta.
Parte de nuestros males están relacionados con la pérdida de hábito de lectura de las familias y en los programas educativos. Nuestra sociedad, equivocada, no ve ventajas en la lectura.
Maryanne Wolf, psicolingüista de la Universidad de Tufts, teme que se establezca la lectura rápida y digital. Está cortocircuitando nuestro cerebro hasta el punto de dificultar la lectura profunda y crítica. Muchos jóvenes de hoy son incapaces de leer de manera sosegada y gozosa, excitados por cientos de estímulos cambiantes.
Escribe Javier Marías, miembro de la Real Academia Española (RAE) que hemos sufrido una regresión, una huida hacia el mínimo esfuerzo a partir de los años 90. La lectura nos sirve “para convivir sin fanatismos, simplezas ni encontronazos, para comprender en todas sus dimensiones la abigarrada complejidad del vivir”.
No obstante, si se les pregunta, también hay jóvenes que leen y disfrutan con ello. Para Eva, una joven estudiante, es muy importante: “No puedo leer a diario tanto como quisiera por el cansancio, pero no hay nada mejor que dormirte después de leer. Un libro te ilusiona, te hace pensar, reflexionar, tener más empatía con los demás, comprender que hay gente diferente, mundos que, aunque te son ajenos, también son reales y te ayudan a entender y a respetar a los demás”.
Ana María, otra estudiante, afirma que la lectura la enriquece muchísimo. “Somos lo que escuchamos, lo que vemos, lo que pensamos, lo que leemos. La lectura me transporta a otros mundos, a otras vidas, conoces otras maneras de pensar y ser, te vuelves más imaginativa. En definitiva, aprendes a vivir. Además, al leer enriqueces tu capacidad expresiva. Me gusta la novela, y siempre suelo tener un libro encima de la mesita de noche”.
Apunta Pilar que los niños sí tienen interés, pero luego, cuando se hacen adolescentes y jóvenes, lo pierden y les atraen más las redes sociales. Me quedo admirada del desconocimiento total que tiene muchos de ellos de la historia o de la geografía. Los jóvenes necesitan satisfacción inmediata, rápida y breve y eso los libros no lo proporcionan.
Si se escucha a estos jóvenes todavía hay esperanza. Tal vez el desprecio de la lectura, el alejamiento de la inmensa mayoría de la buena ficción literaria, se debe al deterioro del sistema educativo, al deterioro cultural generalizado, al abandono de las bibliotecas, al nulo ejemplo de muchos padres que nunca leen… Queda el optimismo en que se haga ver a nuestros jóvenes y a nuestra sociedad que leer produce un inmenso placer, y que no tiene por qué haber una oposición radical entre los actuales medios audiovisuales y la lectura de libros: pueden, y deben, ser complementarios.
Me parecen hermosísimas y verdaderas las palabras de Jorge Luis Borges: “Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua, sin pájaros. Yo soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.”
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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