Opinión

John Fowles]Efemérides y saldos[

 

Ya no pensaba ni en libros ni en gente que posaba. Todas aquellas cosas me daban asco porque sabía que a ella también le darían asco. En ella había algo tan bonito que te volvía bueno a ti también, y hasta podías ver que ella estaba acostumbrada a que sucediera eso.

John Fowles

 

ALEJANDRO GARCÍA

En 1963 apareció la novela El coleccionista, ópera prima de John Fowles (1928-2005). Dos años después William Wyler la llevó al cine. En español fue publicada por Orbis en 1973, por Libros Reno (Ediciones G.P., difundidos por Plaza & Janés) en 1974 y Círculo de lectores retomó esta versión, de Federico López Cruz, en 1992. Más recientemente, 1999, Cátedra lo incorporó a su colección Letras universales traducida por Susana Onega. El libro agrega una introducción de casi 70 páginas, muy ilustrativa para un lector estudioso del contexto de la obra y de la ubicación del autor. Yo he trabajado ahora la versión Sextopiso (Barcelona, 2012, 291 pp.), traducida por Andrés Barba. Su lectura es amable, creo que es la que permite una inmersión más placentera en este mundo alterno. Como es natural, acorde a los tiempos, sus reediciones retoman fuerza en los años de éxito de la película La mujer del teniente francés, basada en la novela homónima de Fowles. Al margen de las coyunturas, aquí tenemos a un autor imprescindible del siglo pasado.

  El coleccionista se ubica entre las novelas que se oponen a la temática existencialista, o más bien a la sensibilidad sartreana de la posguerra, pero que no tienen la aridez extrema de la nouveau roman, a la manera de Alain Robbe-Grillet y Nathalie Sarraute. De allí también su lejanía con la guerra fría y la lucha ideológica entre derecha e izquierda que marcó toda una época, casi podríamos decir que todo el siglo XX, y que seguramente le generó un costo. Las novelas mayores de Fowles tratan de ceremonias rituales, de mitos, de relaciones de poder y allí nos desvela una serie de preguntas sobre la condición humana y dialécticamente, nos retorna a una confrontación con la realidad en donde primero se deben desentrañar las claves nada fáciles y nada agradables.

  Frente a la vitalidad formal de la novela inglesa (Joyce, Woolf), frente a la propuesta temática (Huxley, Lawrence, Orwell, Lowry), podemos trazar una ruta de distinto filiación de John Fowles junto a Tolkien, Golding. Pese a sus momentos de venta masiva, suelen quedarse en autores de culto o en autores que el lector debe atravesar la cizaña de la lectura fácil para encontrar una propuesta profunda, tentadora o desasosegante.

  Fowles es contemporáneo de William Styron (1925), Gabriel García Márquez (1927), de Carlos Fuentes (1928) y de Milan Kundera (1929). Es decir, forma parte de todo un movimiento mundial que renovó la novela en sus países y en el mundo entero. En algunos casos se formaron del lado de la política después de haber destruido las estructuras fáciles de los géneros, en otros introdujeron temáticas renovadoras, transgresoras, que incluían una visión más fiel del sexo, de los jóvenes, de los movimientos marginales. En algunos de ellos pudo ser parte de su juicio lo políticamente correcto, en Fowles no. Sencillamente no se nota el límite, la marca a sí mismo impuesta.

  El coleccionista es la historia de un secuestro. En nuestra sociedad actual el civismo ha retornado para exigir que se veten ciertos tremas como la droga, las diversas prácticas sexuales, el asesinato como “una de las bellas artes” o los grandes temas tabú: asesinato, violación, incesto. El poder se ampara en la moral más fácil y retrógrada y pretende ocultar así las diversas fases de la conducta y el deseo humanos. Así que esta novela no es recomendable en principio para los buenos ciudadanos o para la formación cívica.

  Un joven retraído, Frederick Clegg, coleccionista de mariposas, obtiene un premio cuantioso y eso le permite secuestrar a la mujer que más le gusta, a la que desea tener, como a una mariposa, Miranda. Ésta, por su parte, es estudiante de artes, bella, brillante, graciosa, participativa en la construcción de una sociedad civil. Gracias a la narración del victimario es posible saber que no pierde la compostura, pareciera incluso un bello sucedáneo de El proceso kafkiano y esperar lo que decida el gran tribunal del secuestrador. No es tan sencillo.

  Pero la segunda parte es un diario que Miranda ha escrito en el cautiverio, allí cuenta sus visiones de lo que le sucede, pero sobre todo su atracción por G. P., el profesor de arte que la subyuga y es subyugado por ella. Es un hombre mayor que ella, atractivo, dominante, pero ella se le resiste, se le hace más digna de dominio. De modo que el contrapunto se da aquí entre Calibán y G. P., la alusión a La tempestad de Shakespeare es explícita.

  Hay muchas aplicaciones de la estructura, de las situaciones, de los personajes de El coleccionista. Sin ir muy lejos, se puede leer como una historia de amor o desamor, desde frecuencias distintas de la operación del cerebro humano. Frederick siente y razona de manera diferente a los otros; mas también Miranda así lo hace, sin que sea una anormal, aunque indudablemente su actuación es por causas sociales, está descontenta con el orden y por momentos parece que se resignara a recibir el castigo de otros en su secuestro. Pero también siente por instantes que algo fluye entre Frederick y ella, como fluye entre ella y G. P.; sin embargo, ha sido cancelado cualquier encuentro de cambio de situación (salto cualitativo), en uno por la violencia, en otro por la distancia. Claro, también ella pudo acostarse con su verdugo a cambio de la libertad. Frederick no cerró el círculo.

En El coleccionista está la dialéctica entre el amo y el esclavo de Hegel, el deseo como eje de la vida, la posesión del deseo del otro, la esclavización y el arrebato de la humanidad del otro, pero también el rescate de ésta a contracorriente, el deseo que se despoja y nunca queda como posesión de uno, las pequeñas victorias, los pequeños cumplimientos, los pequeños fulgores en el túnel oscuro de la existencia, en el camino de la especie.

  Y está también el síndrome de Estocolmo, la identificación con algunas de las cosas del otro, del victimario. De hecho, Miranda entra al escenario con desventaja, porque ella sabe que la libertad estás acotada, de modo que cuando se le niega, entiende que el otro viene de allá, del encierro y el buen trato, la devoción, cierta inocencia con la que es tratada la llevan a simpatizar, a borrar el momento del delito. El desenlace no permite siquiera el castigo ni la catarsis del lector, sólo esa moneda caliente en la razón, esa muesca para la actuación diario.

  Cuando estaba en la lectura de la novela de Fowles recordé esa estructura bipolar de La llave de Junichiro Tanizaki. Consulté y se publicó en 1956 y fue traducida al inglés en 1961. Me pregunto si nuestro autor conoció esta novela aparentemente tan ajena, pero tan críptica y misteriosa, tan desgastante porque opera sobre la razón, pero también sobre las entrañas más duras del hombre.

  Pertenezco a los seguidores de las novelas de John Fowles, de las que he podido leer, El mago, La mujer del teniente francés y Capricho que junto a El coleccionista forman un cuadrivio. Siempre me conmueven, me obligan a enfrentarme, a tomar camino, pero sobre todo me llevan a esa área de los interdictos. Y allí se sufre, no se sabe cuándo se deja de ser hombre o si en realidad se está asumiendo dicha condición desde la negación total de la moral.    

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