Opinión

Leavitt]Efemérides y saldos[

 

Un psiquiatra me diría que la gente que se queja de pasar noches insomnes en realidad duermen, pero sueñan que están despiertos.

David Leavitt.

 

No volverás / Lisboa antigua y señorial / a ser morada feudal / de tu esplendor ideal...

Las fiestas / y los lucidos saraos, / y los pregones al amanecer / ya nunca volverán...

Lisboa antigua

 

 

ALEJANDRO GARCÍA

En 1940 Lisboa es Finisterre. Los nazis han entrado a París y se disponen a la ocupación de las dos terceras partes de Francia, complementadas por una tercera parte colaboracionista, empujando a resistentes, judíos, almas atribuladas y curiosas y turistas, a Portugal. España apenas les sirve de paso, no los retiene, no los cobija. Si es judío, alemán o no, lo mejor es acercarse a la orilla de aquel mundo con el temor de que Francisco Franco y el Estado Novo de Antonio de Oliveira Salazar abandonen la neutralidad. Algunos no lograrán su hazaña en pos de la libertad en la carrera transpeninsular, quedarán en el camino. Otros serán rebotados a Francia y allí correrán su propia suerte: esconderse, militar, mimetizarse, ser aprehendidos y/o fusilados, suicidarse.

  Los dos hoteles Francfort (Barcelona, 2015, Anagrama, 303 pp) de David Leavitt (Pittsburgh, 1961) narra ese momento en que dos parejas Julia y Pete Winter (el narrador) y Edward e Iris Freleng, esperan el abordaje en hoteles distintos con el mismo nombre. Han huido de las acciones punitivas alemanas y se encuentran en hospedajes que llevan el nombre de la misma ciudad teutona. Esto es producto de una riña entre hermanos, quienes tras la herencia paterna no se ponen de acuerdo y uno de ellos tendrá que establecer otra oferta de hospedaje con la misma designación. Cualquier inferencia de esto con la conflagración que ha llegado a atravesar Polonia y a la línea Maginot como cuchillo en mantequilla y a llegar a París con la facilidad con que quita un dulce a un niño, no es coincidencia.

  A resguardo por el momento, esperan el barco que los llevará a Estados Unidos, pues la mancha del peligro dictatorial avanza y si llegara a conseguir la alianza de Francisco Franco con el Eje, cosa probable, seguramente también alcanzaría a Portugal.

  En el Café Suiça Julia (de Nueva York) juega al solitario y Peter (de Indianapolis) por accidente tira las cartas al piso. En su afán por levantarlas, choca con un mesero, sus gafas caen al suelo y se deslizan hasta que son pisadas por el transeúnte Edward. El momento de suspensión de los actos cotidianos y su regreso a lo ordinario ha provocado un viraje en los acontecimientos: las cartas han movido el destino y Peter habrá de convertirse en un individuo que Edward guiará en un camino de luz y sombra. 

  Mientras las mujeres viven su propia soledad. Julia juega al solitario, se aísla, esgrime que no puede volver a Estados Unidos, que prometió no hacerlo y que su familia lo verá con burla y como fracaso, Iris tiene la opción de viajar a Inglaterra, tiene un pasaporte inglés que le permitiría viajar a Londres, mantenerse en Europa. Mas a ella parece preocuparle más la suerte de su perra Daisy.

  Julia se deja llevar por los otros tres, no es posible saber si mira más allá de ella misma. En cambio Iris sigue manteniendo un poder de maniobra en ese territorio en la orilla. Cubrirá las acciones, los paseos automovilísticos y huidas de Peter y Edward por la Lisboa antigua y señorial, según reza la canción.

  A Iris y a Edward los une una vida de aventura, de filo de navaja, les da lo mismo ir a un lado o a otro. Uno de sus secretos es que conforman al escritor Xavier Legrand, autor de éxito. Tienen dinero. En cambio Julia siempre ha querido vivir en París, alejarse de América, tener un departamento en la Ciudad Luz. Y Peter le ha cumplido el sueño, desde su papel de empleado de la General Motors. Tal vez, se pregunta él, con Julia no se trata de que lo quiera, sino de que le ha cumplido tan caro deseo. De modo que cuando la guerra se precipita, tienen que salir en su Buick, ir hacia el sur, cruzar Iberia y llorar en Portugal, ella; amar a un hombre, él.

  Los dos varones, mientras esperan el barco, el Manhattan, que los sacará de allí, encuentran una relación sexual satisfactoria y algo, sorprendente para el narrador, a veces a cubierto en algún prostíbulo, acogidos por la matrona, a veces en el auto o en lugares a cubierto de la curiosidad humana. Edward lleva la delantera al principio, después la búsqueda es mutua. Al final Pete queda solo: —Te amo —dije, sin saber muy bien si estaba mintiendo…, pues no había dicho su nombre. Habrá jornadas donde el olor sea borrado por el agua y el jabón y otras en que habrá que cubrirlo con otras esencias o bien ponerse a resguardo de la nariz de la pareja. Lisboa no se da abasto, es un espacio con gran cantidad de población flotante, muchas personas viven de día en cafés, restaurantes y bares y por la noche se tiran a dormir en la playa.

  Tras la inminente llegada del barco, Pete se da cuenta de que Iris y Edward son una pareja orgánica, viven, hacen cosas que los alejan o los ponen a prueba, pero jamás romperán su pacto de unidad. Si ingenuamente llega a pensar en una nueva vida, Edward lo vuelve a la realidad, al llegar a Nueva York marido y mujer iniciarán una gira de conferencias por la Unión Amerícana. Será el adiós.

  En cambio la disolución del vínculo entre Julia y Pete nunca se repara. Ellos no tienen el férreo pacto de los Freleng. Pete descubre que tiene que asumir que el deseo de Julia se quedó en París y que el cuerpo de Edward nunca le perteneció. De todo ellos, él queda más apabullado. Julia no irá a Nueva York. No pasará la vergüenza de la burla familiar. Tampoco vivirá.

  Y ahora, lo que le había dado se lo estaba quitando; y lo que le había daño era ni más ni menos que la libertad. Pero en la derrota —esa fue la sorpresa— Julia era muchos más espléndida de lo que había sido en la victoria, aquella victoria que le había asegurado yo quince años atrás cuando zarpamos del puerto de Nueva York para, muy probablemente, nunca más volver.

  A partir de la lectura de dos libros publicados en 1941 donde él aparece, Pete puede entender algunos de los silogismos del texto de que ha formado parte. El primero es una novela de Xavier Frelang escrita en clave de espías. El segundo es un libro familiar también en clave, escrito por un personaje que se desliza por los días de Lisboa y que Julia reconoce plenamente, de allí el ascenso de su crisis. Allí, en el libro, se revela el pasado de Julia, su renunciada maternidad y su viaje a París.

  El narrador no se detiene, también nos da el futuro de los otros personajes, la separación de los Frelang, su vida de desentrañamiento. Lisboa, pues, ha sido sólo un punto de paso, una detención antes de que el mar sea cruzado y los personajes sigan su rumbo, revelando misterios y soledades.

 

 

 

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