Opinión

Boris Pasteenak]Efemérides y saldos[

 

Al llorar por Lara, lloraba también por el lejano verano en Meliuzéyev, cuando la revolución era un dios descendido del cielo a la tierra, el dios de aquel verano, y cada uno enloquecía a su manera, y la vida de cada uno existía por sí misma, y no de manera demostrativa e ilustrativa, para confirmar la justeza de la política suprema.

Borís Pasternak

 

ALEJANDRO GARCÍA 

 

Amparado en la solidaridad o en lo absoluto de valores y principios, uno suele comprar pleitos ajenos. La guerra fría polarizó el mundo, enfrentó a las dos grandes potencias de la posguerra, pero también enfrentó no sólo a los grupos al interior de los países, enfrentó al crítico, al individuo moderno, consigo mismo y los llevó a valorar de una u otra forma la supremacía de los fines o de los medios, otra manera de sacrificarse en la tierra para gozar del paraíso eterno. Los escritores mexicanos vivieron esa polarización de manera clara en 1971 a propósito del caso Padilla. Ése fue el pretexto para reconfigurar la actitud del gremio frente al mundo.

  Que compramos un pleito ajeno, incluso los que llegamos después del 71 parece obvio. La polémica Sartre-Camus en Francia o latinoamericana entre Cortázar, Collazos y Vargas Llosa es una prueba de las polémicas y de las posturas que llegaron a maniatar la escritura o la lectura. Ahora lo podemos decir con cierto relajamiento. Y esto tiene que ver lo mismo con la visión de una Cuba que se exigía fuera defendida a cualquier precio o la actitud ante el México de la Revolución de 1910 y los regímenes de ella emanados y que casi por consigna tuvieron que levantarse con actos más o menos espectaculares en pro de su legitimación.

  Desde el lado izquierdo de la cancha o del campo literario o de la lectura, tuvimos que privarnos de muchas obras o leerlas de acuerdo a ese catecismo jacobino, en mi caso, inculcado en la mente y que justificaba en nombre de la especie. Éramos hombres duros que no bailaban, para recordar a Mailer, aunque en el fondo evocáramos la ausencia de noviazgo de manita sudada.

  Entre las obras estigmatizadas, descalificadas, incriminadoras ocupa un lugar importante El doctor Zhivago de Boris Pasternak, ahora coeditado en México por Galaxia Gutenberg Círculo de Lectores y Colofón (2013, 749 pp). El primer acierto radica en su facilidad de lectura. He tenido por lo menos un par de ediciones que además del prejuicio y del atentado cultural que ya he dicho nos entregaban versiones apretadas, de tipología pequeña que impidieron una travesía exitosa.

  De cualquier manera se filtraban los destellos de la obra, por un lado, y los anzuelos de la contraparte, la sección dura bien del mundo liberal, bien del mundo de la frivolidad del paradigma burgués. Obras elogiadas o atacadas sin lectura de por medio. De allí que es un menudo entuerto el que han tenido que librar las obras de autores como Pasternak (Solzhenitzyn, ni siquiera se presta al melodramatismo). De la facilidad del descontón: reaccionario, creo que ya me ocupé.

  La imagen de un amor imposible por el mundo comunista, levemente edulcorado por un destino trágico y por cierta voluntad de los personajes se imponía reforzado por el tema de Lara y la imagen de Omar Sharif y Julie Christie, plenitud del cine de Hollywood. La novela es mucho más que esto, por eso conviene leerla o releerla. Muchos no le dimos el beneficio de la duda y nos quedamos a lo más con estos lugares comunes que se incorporaron al juicio prejuicioso como verdades definitivas.

  En la novela es muy claro que los personajes, a excepción de Zhivago, se dispersan dentro de la acción, se pierden dentro de ese océano de acontecimientos, de vidas, de tiempos. Allí hay un canto a la naturaleza y al hombre y el poeta se admira frente a esto, se impresiona, pero sobre todo quiere tener la calma y el reposo para escribir, para reflexionar y para vivir acorde a sus propios pulsos. El poeta se impresiona, a veces se solidariza, pero se aísla, quiere ser de otra manera, detener ese tiempo que se arrebata y lo mete a sucesos que no puede controlar, a veces ni siquiera interpretar. Pasternak prolonga la calidad de la novela rusa de Dostoievski y Tolstoi, cierra el gran siglo de oro de esta literatura. No es que vea al pasado, es que el mundo puesto a revisión por los dos colosos ha conocido su futuro y la odisea del hombre ha tenido el precio del fracaso y la fiscalización, la caída de la libertad, mas el escenario sigue siendo grandioso, aún en este ocaso en que el hombre, buscando lo mejor, construye lo peor. Y es apenas el inicio.

  En el proceso de endiosamiento del sistema estalinista y su secuela deshieladora de Kruschev era imposible admitir esta obra que sigue una ruta precisa y a modo (personajes conocidos entre sí son suficientes para reproducir en micro lo que para la narrativa es inasible en macro) en un periodo muy breve. La obra sólo se refiere a la época del leninismo y a la lucha que se da por el poder, bolcheviques contra mencheviques, tras la muerte del líder. No va más allá, no ataca a Stalin, no defiende a Trostski. O lo hace en ínfima parte. La escritura corresponde a la década de los 50 y es en el 57 en que la obra aparece en versión italiana, antes que la edición rusa. El Premio Nobel otorgado en 1958 es visto como premio a la libertad o a la traición sin ocuparse mucho del mérito literario. Es la guerra fría.

  Los personajes de esta novela están condenados a ser juguete de las totalidades, de la guerra, del cambio, pero no tienen oportunidad de consumar sus propios deseos e inclinaciones. Zhivago es tal vez el único que acaricia momentos definitivos, plenos, que se da la oportunidad de desafiar ese rumbo. No es el caso de su esposa, ni de Lara, ni del marido de ésta que se encierra en un tren a huir, a combatir, a desafiar a los grupos y ponerse a la altura de las ejecuciones una vez que Lara ya no le pertenece.

  ¿Cómo reaccionar conscientemente ante un mundo que pregona moverse sobre principios y en nombre de éstos sacrifica al que designa enemigo. La única certeza es que los principios dependen de los hombres que dirigen; pero en la base de la pirámide, en la oscuridad el mundo de la conciencia se ha tornado simple sobrevivencia, nada más defender la vida y esperar que la rueda de fortuna no sea adversa.

  Así ha ocurrido varias veces en la historia. Lo que fue concebido de un modo noble y elevado se convierte en materia tosca. Así Grecia se transformó en Roma, así la ilustración rusa se convirtió en la revolución rusa. Acuérdate de aquel verso de Blok: “Nosotros, hijos de los terribles años de Rusia”, y verás enseguida la diferencia entre las épocas. Cuando Blok decía esto había que comprenderlo en sentido metafórico, figurado. Los hijos no eran hijos, sino criaturas, intelectuales, y los horrores no eran horribles, sino providenciales, apocalípticos, y son cosas muy diferentes. Pero ahora todo lo que era metafórico se ha vuelto literal. Los hijos son hijos y los horrores, horribles. Ésta es la diferencia.

 

 

 

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