Opinión

Sabines]Efemérides y saldos[

Diosito, le sales debiendo a Jaime Sabines

 

ALEJANDRO GARCÍA

 

“Contribuciones para la edición del Canto general”. Yo tenía diecinueve años y pensé: “¡Hijo de su madre! Si Neruda, que es Neruda, está pidiendo limosna, ¿qué va a ser de mí como poeta?”. Desde entonces me dije: “¡A trabajar, Jaime, no hay más remedio porque de la poesía no vas a vivir nunca!” Con el tiempo entendí que era más bien una fantochada porque le sobraban editoriales y publicó sin problemas su Canto general. Cuando ya fue Premio Nobel, ¿qué le duró el dinero?

Palabras de Jaime Sabines recuperadas por Pilar Jiménez Trejo

 

Jaime Sabines (1926-1999) es más conocido por sus versos que por su personalidad (esto no es muy usual entre nosotros: Octavio Paz lo fue más por sus intervenciones en televisión que por su obra literaria).El público iba a oír leer al autor de “Los amorosos”, “Yo no lo sé de cierto”, “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”. Mucha gente ha leído, interpretado, actuado sus poemas bien como ejercicio de hacer oír la palabra poética que conmueve, bien por una necesidad de enamorar, de compartir angustias, de estrujar o acariciar la vida.

Quizás por eso entre los lectores comunes no sea tan necesaria la recuperación del poeta (un norteño de Nuevo León que me dijo de la manera más brutal: “Don Jaime, usted es el más alcahuete, ¡seis viejas han caído redonditas con sus poemas! O sea que mi poesía era la técnica amatoria de ese hombre. A 16 años de su muerte, aparece este libro Sabines. Apuntes autobiográficos firmado por Pilar Jiménez Trejo (Tusquets, 2014, 313 pp.), que al parecer es una versión corregida y aumentada de la de 2012 en CONACULTA-CECA Chiapas. Sólo reclamaría una mayor calidad y legibilidad en el material fotográfico.

En mi caso llegué a Sabines por el poema sobre la muerte de su padre. Hacía poco tiempo que había leído las coplas de Jorge Manrique. Me deslumbré a pesar de lo portentoso del poema de Manrique. Eran dos poemas intensos, crudos, donde el dolor se distribuye en cada verso y el ritmo del poema va pausando y acelerando el duelo, la irrecuperabilidad de la figura paterna en su presencia material.

Años después leí lo que Marco Antonio Campos publicó sobre Sabines y sobre el poema en cuestión. No se me cayeron la impresión inicial y certezas posteriores al releer los versos. Se hicieron más intensas, se dualizó entre el sentimiento y la razón. Sabines cuenta el poema en este libro y la versión coincide: el proceso de escritura, su origen desde el momento en que el Mayor supo de su padecimiento: “El Señor Cáncer, El Gran Pendejo”.

Cuando se habla de Sabines aún hay quien prioriza la postura ideológica de tal o cual autor. Se estima a Sabines, se le celebra, pero también se golpea su postura príista, su diputación en 1988, justo cuando la caída del sistema, la crítica al gobierno en Chiapas de su hermano Juan. Aquí Jaime Sabines habla de eso y lo hace con naturalidad y con argumentos. En 1965 fue a Cuba como jurado del Premio Casa de las Américas, allí conoció a Nicanor Parra y a Camilo José Cela, trajo de ese viaje una visión positiva de lo que pasaba en Cuba. Esta opinión no se sostuvo después, aunque continuó con un aprecio

por la figura de Fidel Castro. Todavía en 1968 se pone de lado de los estudiantes, aunque él se mantiene ajeno a los grupos intelectuales y su vida se sostiene de la venta de alimento para animales en una fábrica fundada por su hermano Juan y de la que Jaime y Jorge llegan a ser socios.

Al igual que la crítica en México ha tenido que avanzar sobre la poesía de autores católicos o religiosos, también tendrá que hacerlo sobre autores que recibieron el peso de cierta censura desde la izquierda, desde la burocracia intelectual por su militancia, en este caso política. Sabines formó parte de la fracción príista de la cámara de diputados de 1988, la que vivió el último informe de gobierno de De Lamadrid y el escándalo de interpelaciones y abandonos encabezado por Porfirio Muñoz Ledo. Las presiones lo hicieron más príista: Sabines, “Los amorosos son del PSUM” o “Qué lástima, maestro Sabines, que pertenezca usted al PRI”. Sabines reconoce las causas de la rebelión zapatista, pero critica duramente su accionar en Chiapas.

Además de responder a morbos e intereses específicos de lector, este libro es la opinión de un hombre que escribe una poesía que tiene numerosos y variados lectores y que tiene, tanto él como su poesía, un optimismo por la vida, así sea cantando a la muerte o al pesimismo. Éste es un libro sobre la trayectoria de un poeta mayor, quizás el que más escapa o se pone en la orilla del “tono crepuscular de la poesía mexicana”, el que mejor desestigmatiza las palabras y las recarga de energía y vida: ¡A la chingada las lágrimas!, dije/ y me puse a llorar.

Pilar Jiménez Trejo recoge las palabras del poeta, de ese juglar que de pronto repite y reempieza en el siguiente capítulo. Aquí está la vida de sus padres, la llegada desde Líbano del padre, previo paso por Cuba, su entrada al ejército mexicano y su participación del lado carrancista lo que lo llevará a ser sentenciado a muerte y a huir. Su regreso a México, su casamiento y la formación de sus tres hijos.

Después vendrá el camino de Jaime, sus idas y venidas a la capital, su estancia en la Facultad de Filosofía y Letras de Mascarones, su amistad con Emilio Carballido, con Rosario Castellanos, la beca que le niega el Centro Mexicano de Escritores que sirve de pretexto para irse a Chiapas a vender telas. La directora del CME podrá decir ufana que Sabines prefirió las telas y su terruño a la poesía y así sentirá justificada la negación del apoyo.

La trayectoria de Sabines es ciertamente atípica. Habla de su amistad con Rulfo, de su juego de ajedrez con Arreola, pero confiesa su distancia con Fuentes y duda sobre la gran calidad poética de Paz, pero no regatea su gloria como ensayista. El caso es que los lectores terminan por entronizar a un poeta de cierta marginalidad, lo convierten en figura, a él que de niño y joven se sirvió de la declamación y de la oratoria para ser figura pública.

Sabines habla de sus libros, del mutismo y la crítica resistente de sus amigos ante Tararura; de esa palabra inventada Yuria que será poemario y después el nombre de su rancho, el cual cambiará por su estancia definitiva en la ciudad de México.

Yo lector agradezco a Pilar Jiménez Trejo este libro, ya que me permite acercarme a ese poeta que como hombre se enfrenta a los enigmas de la vida y con el poder de su palabra y de su sensibilidad me ha mostrado el mundo y la vida. Termino con una cita de Sabines, de Jiménez Trejo, que me ha encantado:

Llegaba la octava, la novena o la décima operación, y me decía, bueno, si le debía algo a alguien, ya lo pagué; pero si me operan veinte veces y veinte veces estás en el quirófano, entonces uno piensa: “Ya me sales debiendo, diosito”. Ese fue el momento en que nos entendimos y nos perdonamos”.

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