Opinión

radicPORFIRIO MUÑOZ LEDO

 

Hace cinco años publiqué un libro que provocó algunos sobresaltos. Su nombre: “La vía radical para refundar la República”. Después de lo que hemos vivido en el país, de lo que se dice y escucha sobre nuestra realidad en instituciones académicas, organismos internacionales, universidades, foros y personalidades de todo el mundo, las afirmaciones de entonces constituyen poco menos que una crónica cotidiana.

Se ha caído en la cuenta de que los males que aquejan al país son mucho más desgarradores que una sucesión de errores políticos o un pésimo desempeño económico. Hay una extendida conciencia en el sentido de que nuestra crisis resulta de un extravío del rumbo patrio y precipita como en cadena la decadencia de los distintos órdenes de la existencia colectiva.

El fenómeno que enfrentamos es consecuencia de un ciclo histórico que dura más de 25 años y que en su tiempo fue asumido alegremente por nuestros gobernantes a despecho de los reclamos de una mayoría social que estaba buscando nuevos horizontes para el país. El voto público fue defraudado y las esperanzas sociales se esfumaron. Aceptamos la gradual disolución de la soberanía y el traspaso de decisiones fundamentales hacia el exterior.

Las dramáticas consecuencias de ese proceso fueron el incremento de la miseria, la invencible corrupción, la evaporación del salario, la insultante concentración de la riqueza y la escandalosa criminalidad. La tragedia recurrente en la que nos vemos envueltos, no solamente ofende y arrebata la esperanza de un país hambriento, sino que trasciende a la opinión pública internacional hasta conformar la imagen de un país que con frecuencia parece irresoluble y que obliga a comentarios al igual severos que circunstanciales, como ha ocurrido respecto a otras desgracias nacionales.

Resultan entonces absurdas las críticas oficialistas emitidas, por ejemplo, hacia los eurodiputados en las que advierten que “la justicia mexicana es lenta, selectiva y no protege a los familiares de la victimas”. Ignoran además que nuestra asociación con la Unión Europea incluye específicamente la “Cláusula democrática”. También la protesta diplomática dirigida al jefe del Estado Vaticano, por haber formulado votos para la no “mexicanización” de su país, cuando ésa ha sido a través del tiempo una redundancia admitida para calificar la situación de una nación. Nuestros propios artistas, como Alejandro González Iñárritu, aprovechan valientemente escenarios universales para afirmar su deseo de una profunda transformación de México.

Estos climas de opinión, sumados unos a otros, tienen que conducir a un replanteamiento de la realidad nacional. Cuando hablamos de una vía radical estamos diciendo que los problemas ya nos son remendables, ni con pactos ni con parches, sino que se hace necesaria una intensa movilización de la conciencias, poner de pie a la sociedad para reclamar el futuro que le pertenece.

Todos los regímenes acaban por colapsarse y las revoluciones no son el único camino para removerlos. Es indiscutible que el ciclo de la transición ya concluyó y que sus resultados fueron catastróficos. Tratar de prolongarlo o maquillarlo sería una aberración. La promesa democrática se tornó en fase terminal del ciclo neoliberal. Lo que ganamos en pluralismo, lo pagamos en impotencia, en parcelación del despotismo, en dispersión de los abusos y en metástasis de la corrupción. Hemos asistido a la disolución en cadena de la moral pública que erosiona el concepto de identidad nacional y nos arrebata el porvenir.

Estamos inmersos en una crisis del Estado-nación en su acepción más amplia: como conjunción de gobierno, territorio y pueblo. La pérdida de jurisdicción sobre comarcas enteras anula la soberanía interna y degrada la externa. La imparable migración desangra a un tiempo que desdobla al país. Todo ello contribuye a calificar, sin ambigüedades, un Estado fallido.

Basta revisar los fenómenos de protesta social de los últimos años, los cambios de régimen político en América Latina, la Primavera Árabe y muy recientemente el movimiento Podemos en España y Syriza en Grecia para entender que nos encaminamos a una nueva morfología social y a una relación de poderes distinta. El régimen representativo está derrotado, es hora de liberar las energías sociales. Es hora de refundación.  

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