Opinión
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JUAN TORRES LÓPEZ

 

Expertos de la Organización Mundial de la Salud han denunciado numerosas veces que hay muchos pueblos, sobre todo en el Sudeste asiático, en donde el 90% de su población solo tiene un riñón porque el otro lo ha vendido a tramas organizadas para que sea trasplantado a personas pudientes de los países ricos.

Esa misma organización estima que uno de cada 10 trasplantes realizados en el mundo se hace con órganos obtenidos ilegalmente, generalmente mediante coacción y engaños de todo tipo y siempre aprovechándose de la miseria de quien los ofrece.

La escasez de donantes en algunos países ricos, como especialmente Israel, lleva a que muchas personas estén dispuestas a gastarse entre 150.000 y 200.000 dólares por un riñón por el que muchas veces no se llega a pagar ni 2.000 dólares a quien lo vende.

Un tráfico criminal que no se ha podido frenar ni a pesar del endurecimiento de la ley de ese país, que incluso ha llegado a prohibir que las aseguradoras se hagan cargo de trasplantes fuera de Israel. O a pesar de que alguna gran empresa sanitaria como Netcare Ltd. se haya declarado culpable por permitir trasplantes con riñones comprados en Brasil o Rumania en sus hospitales. Se conocen los estados que están mayormente implicados en este tráfico y es lógico pensar que no se puede llevar a cabo sin la colaboración de hospitales y cirujanos, pero ni aún así se erradica semejante vergüenza y las policías de todo el mundo, a pesar de tener éxitos parciales, resultan impotentes.

Es un negocio global más con el que ocurre más o menos lo mismo que con el dedicado a traficar con personas. No parece que haya manera de evitarlo.

En España entran cada año entre 40.000 y 50.000 personas y 500.000 en Europa (la inmensa mayoría mujeres jóvenes y también muchos niños) para ser esclavizadas sexual o laboralmente.

Un negocio de compra y venta de personas que la Defensora del Pueblo estima que en España mueve unos 1.825 millones de euros anuales y que en todo el mundo se ha convertido en la actividad clandestina más rentable después del tráfico de armas y por delante de la distribución de drogas.

Impresiona comprobar que en la época en que quedan grabados todos y cada uno de nuestros mensajes de correo o telefónicos, cuando los gobiernos pueden escuchar cualquier cosa que decimos y cuando se puede localizar de qué granja proviene una gota de leche o yema de huevo no sea posible acabar con estos crímenes horrendos.

Qué mundo tan triste el nuestro, en donde el comercio, la mercancía y el beneficio, el egoísmo y la búsqueda sin escrúpulos de la propia satisfacción pueden más que cualquier otra fuerza política o moral.

 

Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias

Catedrático de Economía por la Universidad de Sevilla

Twitter: @juantorreslopez

 

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