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SALVADOR MENDIOLA*



Me gusta ver deportes por televisión. Los deportes son un tema de gran valor para la puesta en práctica de la(s) ciencia(s) de la comunicación, imposible explicar por qué sin escribir todo un tratado filosófico. Pero predomina el espectáculo como principal interés. Sólo veo los deportes por tv. No tengo pensado ir al estadio, mucho menos practicar un deporte. Lo que me fascina y atrae es la imagen televisiva del espectáculo deportivo, su efecto virtual; algo erótico y perverso; divertido. Me interesa detectar y tratar de interpretar lo raro, lo queer. Lo anormal que pasa como normal. Eso que deshace o desvirtúa el orden simbólico “patriarcapitalista”. Donde lo que es un juego de machos muy machos manifiesta ser lo contrario o lo más diferente, lo que no es exactamente de machos bien machos.

Entonces, de lo más divertido y queer que he podido encontrar en los deportes televisivos está este gesto que denomino aquí con el neologismo “gayareta”.

Ocurre en todos los deportes. Son los gestos de júbilo extremo y planeado con que quien anota un gol o punto lo celebra. Es un gesto raro, interesante; al mismo tiempo está dentro y fuera del juego; un gesto hecho específicamente para la sociedad del espectáculo, para la mirada de l@s espectadores. Un gesto con alto valor psicosemiótico.

El término “gayareta” juega con todas sus im-posibilidades etimológicas. Es una palabra valija, contiene lo valioso en su interior. Tiene algo de las raíces de “gay”, “gallo”, “reta”, “arte” y también de “arethé” en griego; y lo que se agregue. Conecta con la danza del macho para conquistar a la hembra en el rito por el encuentro sexual.

Es un gesto gay, porque muestra impudicia, exhibicionismo y descuido, traición al macho solemne; un gesto de más, que se pasa y deviene lo contrario: afeminado, raro, rarito, como ponerse a bailar en vez de marchar. Un gesto de macho coqueto para la mirada de otro macho; un gesto, en tal caso, pro-sodomita. Pero un gesto masculino, viril, de macho. Un baile de apareamiento, la danza de la parte positiva de una relación sexual. Como la de un gallo que afirma su situación en el gallinero. Mas, en este caso, oh rareza: un gallo atrayendo otros gallos, los de la porra, los del público, los de su equipo. Luego entonces, con este gesto se reta al contrario, se le hace ver su situación desvalida, por haberse dejado meter un gol.

Ya lo de “arethé” es algo más complejo, pues conecta, por ejemplo, con Sócrates y Platón, muy en especial con el diálogo titulado Menón. Allí se habla y filosofa sobre la virtud (en griego “arethé”), un don especial, saber vivir en forma correcta, saber ser una persona virtuosa, correcta, consigo mismo y con los otros. Cuestión que discurre como estructura real de la gayareta, o sea, como sostén de su sentido en primeridad de signo, según Charles Sanders Peirce. Es una manifestación de la virtud del deportista, algo así como su perfume, su aroma… su incienso.

Un gesto de autoafirmación. Vale igual para la persona que lo realiza que para su equipo, aunque predomina lo estrictamente personal. Es una acción de individualismo posesivo, pues de esta forma la persona se apropia visiblemente de su éxito, lo confirma y reafirma, lo vuelve sobresignificativo. Exhibicionismo machista, de principio, que generalmente desemboca en algo relativamente contrario, diferente, mujeril.

Es una acción queer. Se pierde la compostura, se exagera. Es un gesto muy ambiguo. Dentro y fuera de la norma, dentro y fuera del orden simbólico. Según la competencia, es correcto: pero según el juego limpio, es incorrecto. Agrada a quienes siguen al equipo, desagrada al equipo contario y quienes le siguen. Ocurre dentro del tiempo de juego; pero está afuera del juego.

Quizá su mayor rareza está en su forma de actuar ante la victoria. Pues una gayareta celebra una victoria real, evidente, la anotación de un gol, el gozo y orgullo de haberlo conseguido. Pero también es una victoria efímera, momentánea, en muchos casos pírrica. El gusto de una victoria instantánea. Un gesto donde se festeja más a la persona que anota el gol que al gol mismo, luego entonces: un raro gesto narcisista de exhibicionismo afeminado.

 

*Catedrático de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, UNAM. Es ateo, escéptico y materialista. Se considera un anarconihilista compulsivo.

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