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]Efemérides y saldos[

Mi punto de partida había sido la sensación de un niño que miraba una ventana cubierta de vaho. Ahora llegamos a lo que diferencia la melancolía de la amargura. Nos aproximamos no a la melancolía que siente una persona individualmente, sino a ese sentimiento oscuro compartido por millones, a la amargura. Estoy intentando hablar de la amargura de toda una ciudad, de Estambul. 

Orhan Pamuk

 

ALEJANDRO GARCÍA 

Bizancio, Constantinopla, Estambul, capital del Imperio Romano de Oriente, del Imperio Otomano, cabecera del temible y legendario turco, ciudad más importante de la República de Turquía. Estambul es el punto de unión o separación de Oriente y Occidente, ella misma está dividida por el Bósforo (Garganta) que separa Europa de Asia, subdividida en su parte europea por el Cuerno de Oro, franja acuática entre la ciudad mítica de los sultanes y la ciudad terrenal, plena de contradicciones y claroscuros. Allí se trenza la aventura humana de alrededor de 16 centurias. Y está la vida de sus habitantes, ajenos a la historia, peleando por la sobrevivencia y padeciendo o gozando el asedio del pasado.

  Estambul. Ciudad y recuerdos es también un libro de Orhan Pamuk (Turquía, 2003, México, 2006, Mondadori, 436 pp.). El autor mezcla hábilmente las dimensiones individual y colectiva. En la primera cuenta su vida desde los iniciales recuerdos infantiles hasta la veintena, cuando deja los estudios de arquitectura y la práctica de la pintura para convertirse en escritor. En la segunda narra la vida en Estambul de la década de los 50 a la de los 70 del siglo XX.

  Orhan es nieto de un hombre rico que deja una cuantiosa fortuna a sus dos hijos y a su viuda, fortuna que los vástagos son casi incapaces de acabarse a pesar de los malos negocios que siempre emprenden. El niño vivirá en el edificio Pamuk, donde se congrega la familia entera en diversos pisos. Allí se desplegarán sus actos en medio del silencio de los padres, la ausencia de él, de ella o de los dos, las partidas en compañía de la madre. El niño podrá caminar por las calles de Estambul, percibir el silencio, la decadencia, oír los rumores, saber de los incendios de los grandes edificios que cambiarán la vista de la ciudad. Desde un balcón, con vista al Bósforo, de un edificio construido por su abuelo, el niño podrá contar la cantidad de barcos que atraviesan el Bósforo y lo mismo descubrirá el paso nocturno de los buques guerreros soviéticos que saldrá en compañía de su tío, hermano y primos a contemplar el choque entre dos gigantescos barcos (uno de ellos un petrolero) que iluminarán el mar y pondrán en peligro aquella zona.

  El mundo del recuerdo es en blanco y negro, de allí que el libro vaya acompañado de fotografías con esta característica. Es el mundo del autor, pero también es el mundo que despliega ante sus ojos, carentes de brillo, de futuro, abrumador por la historia y por el fracaso de siglos. Estambul es la ciudad que ve el paso de los hombres, que contempla la llegada de una y otra generación que la transforman de una ciudad de un millón de habitantes en medio siglo a 10 millones dos décadas y media después.

  Estambul es también el depósito de dos Orhan, el que cuenta, el que vive en el edificio Pamuk o asiste a los paulatinos desencuentros de sus padres o recibe verdaderas palizas de su hermano y otro que se le escapa, que él imagina, que el procrea y hace deambular por la decadente Estambul, por la ciudad de la tristeza y de la amargura.

  Pamuk hace un completísimo recuento de los que han visto su ciudad, los mismo de la aportación de cuatro fidelísimos turcos, que de los curiosos artistas occidentales que vinieron al Oriente en busca de algo. Los primeros son el poeta Yahya Kemal, el historiador Re?at Ekrem Koçu, el memorialista Abdülhak ?inasi Hisar y el novelista Ahmet Hamdi Tampinar. Entre los segundos la lista es larga: El pintor Melling, los escritores Loti, Nerval, Gautier, Flaubert.

  Estambul es la ciudad que Pamuk conoce en su momento de mayor desamparo, con numerosos testimonios de su grandeza y con un paulatino desaparecer de esos edificios. La arquitectura otomana, mezcla de madera y materiales más duraderos será pasto del fuego y pretexto para los procesos de una industria de la construcción utilitaria y más con la mira hacia Occidente. Nada queda del Imperio Otomano, a quien algunos autores (Juan Goytisolo, por ejemplo, señalan como inicio de su decadencia en la lejana Batalla de Lepanto).

  Orhan Pamuk observa esa ciudad que no se permite reflexionar, que no se permite sonreír, que es víctima de la amargura y que a lo más produce habitantes melancólicos. Pero dentro de ese panorama desolador, no sólo Pamuk rescata, también lo han hecho esas sensibilidades, tal vez no menos melancólicas, y tal vez más conscientes del papel de esa ciudad que brilla dentro de sus claroscuros.

  Una de las más notables virtudes de ese hermosísimo libro, ejemplo de militancia por la ciudad es el seguimiento de los espacios y de los personajes que no están ni dentro de la historia ni dentro de la Estambul turística y que reconversa con algunos ejemplos de vida que se han tornado lugares comunes para los moralistas, morbosos o amantes de las oscuridades.

  En esta concatenación que a pesar de asumirse como blanco y negro, resulta riquísina en tonalidades y polifónica por la presentación múltiple y compleja de una ciudad, atraen más mi tención tres elementos:

  La Enciclopedia de Estambul de Re?at Ekrem Koçu, extraordinaria saga de sucedidos en la urbe y que a pesar de sus decena de volúmenes apenas llegó a la letra h. Allí encontramos el pulso de otro espacio, el olor de gente, las preocupaciones y obsesiones (sexuales, por ejemplo) del compilador, pero más que nada la vista de una ciudad que en su contradicción frente a Occidente y frente al mundo del progreso encuentra la verdadera vida, dura y flexible a la vez.

  El segundo es el fotógrafo Ara Güler, quien ha hecho de su oficio un culto a la ciudad, a la ciudad presente y a la arrebatada, a la mítica y a la material, a la luminosa y a la oscura. Me ha inquietado la portada de la edición española y mexicana. Es una foto que se incluye en el libro, en donde a veces uno extraña los pies de fotografía, pero que hacen que el diálogo con el libro sea más azaroso. En la foto se ven los dos alminaretes de una mezquita (?), pero en una visión de la fotografía casi al final del libro se observa que en realidad son tres.

  Aquí llego al tercer elemento. En algunas entrevistas se ve a Pamuk detrás de una mezquita, señalando un punto cercano desde donde veía el Bósforo. No sé si la fotografía que menciono más bien se ubique en El Cuerno de oro, por la distancia así parece, pero la fotografía presenta esa doble argumentación de Pamuk entre dos realidades o dos colores o dos situaciones que en realidad es una tercera  o una visión siempre más compleja.

  Pamuk ha representado para Estambul esa mirada que la rescata toda, a la ciudad, en sus grandezas y miserias, en su amargura que parece destruir y en su melancolía que parece levantar frente al cacaraquiento tono de la historia. Pamuk lo logra y toda ciudad añorará una visión parecida. En Ameérica lo han hecho directamente los novelistas: Fuentes para México, Donoso para Santiago, Borges (poeta) y Sabato para Buenos Aires, Vargas Llosa para Lima.

  Pero Estambul quedará como un libro entrañable y Pamuk como un ciudadano que en sus calles supo detectar lo mejor, lo universal, del hombre.

 

 

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