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SALVADOR MENDIOLA*

 

Cada quien sus recuerdos y el retumbe de la memoria. Cada quien su Gabriel García Márquez, cada quien su modo de tratar con sus escritos y con su sombra y persona; una leyenda. Un mito enorme, un mito --lo confieso-- genial. Sin duda, hoy día es el escritor hispanoamericano más conocido y leído de la Tierra.

Atendiendo el buen consejo del poeta Arturo Trejo Villafuerte, nunca le dije ni le diré "Gabo", no lo traté de ese modo, pocas veces le vi en persona. Siempre será García Márquez para mí, del mismo modo que digo Shakespeare y Cervantes; siempre será un escritor, unos textos, un autor al que he leído con pasión y cuidado. Un ser decisivo para mi ser quien soy en y para mí, mi ser la conciencia que esto escribe, la conciencia de un escritor, de un poeta, el ser quien yo soy y seré en definitiva: un escritor. Como él, como García Márquez, mi modelo, mi angustia ante la influencia de su escritura.

Lógico en un naco pobretario como yo, lo conocí y empecé a leer por la forma como Jacobo Zabludovsky hablaba en su noticiero de CIEN AÑOS DE SOLEDAD, el libro de García Márquez, una de las novelas que me han acompañado toda mi vida de lector. Un texto que leí de corridito, en cosa de una noche entera, allá en 1967; mas no en la primera edición, aunque no recuerdo si era la tercera o la cuarta. Mi madre, la Niña Mejía, me dio el dinero para que yo fuera y lo comprara en la Librería Zaplana que estuvo en la esquina de Pedro Antonio de los Santos y Vicente Eguía, la frontera entre Tacubaya y la San Miguel Chapultepec, un mundo que hoy forma parte sustancial de mi propio Macondo de la adolescencia. La Niña y yo nos llenamos de curiosidad ante los comentarios favorables de Zabludovsky, leí la novela primera y luego le advertí que estaba llena de sexo e irregularidades éticas, que era un relato "fuerte", pero que decía así las verdades de esta vida humana siempre breve, siempre fantástica, siempre absurda. Así le leí en voz alta varios pasajes del libro, mientras ella cocinaba, y le gustó mucho cómo se oía, como estaba escrita. Comenzando, súper lógico, por el Incipit: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo..." Hasta llegar, exaltado, a la lectura para ella del genial enunciado final: "...porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."

Fue mi iniciación en la mitología de Macondo y García Márquez.

Unos años después, Óscar Betanzos, en su curso de historia económica de América Latina, nos propuso analizar esa historia económica en la narración recién publicada de EL OTOÑO DE PATRIARCA, contrastándolo con EL RECURSO DEL MÉTODO de Alejo Carpentier y YO, EL SUPREMO de Augusto Roa Bastos, contrastadas, a su vez, las tres novelas con LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ de Carlos Fuentes, PEDRO PÁRAMO de Juan Rulfo, EL SEÑOR PRESIDENTE de Miguel Ángel Asturias y TIRANO BANDERAS de Valle Inclán. El resultado me dejó con Roa Bastos, pues Otaola me hizo leer al mismo tiempo varias novelas de William Faulkner, para comprender el paradigma de la novela del lenguaje meta-psicologico del siglo pasado. Y por tal puente di con Onetti y su Santa María, mi favorito. Para saltar a la escritura de la novela del lenguaje desde la misma novela del lenguaje en tanto tal, según, por ejemplo, José Lezama Lima, Severo Sarduy y Néstor Sánchez.

La narrativa de García Márquez, el realismo fantástico, es un modo de hacer prosa poética comprometida, muy comprometida con el lenguaje en tanto expresión trascendental del pensar subjetivo. El mito de Macondo lo envuelve todo con un discurso hispanoamericano en libertad de expresión, que recurre a lo fantástico y surreal para hacer llegar desde el futuro nuevos pensamientos y sentimientos, donde el lenguaje no es eco o recuerdo del tiempo pasado. Donde el lenguaje es ventana abierta hacia el porvenir, donde sólo nuestra libre conciencia llega.

Cuando apareció, leí hipnotizado su CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA, otra vez leí su escrito en alta voz, ahora para recibirla y comprenderla junto con la escritora Hortensia Moreno. Su prosa nos llenó de orgullo y sana envidia. Eso es contar una historia con sólo las palabras exactas, sin paja y sin dejar de hacer saber con cada signo de escritura.

Confieso que ya no pude leer completa la novela EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA, lo mismo me sucedió con sus siguientes publicaciones. Me interesaban otros juegos y riesgos de escritura, ya su siempre lúcida prosa no me capturó la imaginación novelera y novelista. Pero no dejó de agradarme su escritura.

Hace poco lo vi emerger poderoso en el sistema narrativo base del cine de Shuji Terayama. Un efecto lejano, internacional, de su eficaz escritura.

Si se le puede criticar su amistad con el dictador Fidel Castro, se le puede juzgar como la de Borges con Pinochet, un punto oscuro de su existencia personal, una paradójica contradicción ética. El ser escritor a nadie le vuelve infalible.

Me pareció genial su defensa de la libre ortografía ante las surreales academias de la lengua. Un día, tomando ron con José Buil y Gustavo García, los tres llegamos a la conclusión de que sería mejor escribir sobre la obra de García Márquez hasta que él cumpliera íntegro el camino de la vida. Releerlo y reinterpretarlo cuando diera su salto real a la fama definitiva, la que le da vida eterna al gran escritor que será de aquí en adelante, sí, como Cervantes, como Sor Juana, como Macedonio Fernández, como puede la escritura hispanoamericana, igual en prosa que en poesía. Me encantará conocer lo que hoy puede comentar Pepe Buil aquí mismo, pues la opinión de Gustavo García nos quedará para ser supuesta desde lejos.

Vaya, esta nota de adiós sin adiós para y sobre García Márquez.

*Catedrático de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, UNAM. Es ateo, escéptico y materialista. Se considera un anarconihilista compulsivo.

 

 

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