Opinión

samplertodalavida 160408155220 thumbnail 4]Efemérides y saldos[

Siempre me has gustado de declamador, Serrano. Siempre me has gustado, carajo. Y ahora que estamos juntos más. No me quiero contener, no me inhibas. ¿Cómo decía? “Si el humo fincara, si retornara el viento”. Dilo, Serrano: “Si usted, una vez más, volviera a ser usted”. Tú has vuelto a ser el que nunca fuiste conmigo Serrano. ¿Qué vamos a tomar?

Héctor Aguilar Camín.

 

ALEJANDRO GARCÍA

 

Héctor Aguilar Camín se reveló como un excelente narrador con el breve libro de cuentos Con el filtro azul (Premià, 1979). Allí se encontraba a un narrador, poderoso, capaz de construir personajes y ambientes profundos, en donde se respiraba lo mismo la asfixia que una dulzona presencia arrulladora y seductora, la añoranza de mujeres inaprehensibles. Hacía apenas dos años de la aparición de La frontera nómada en la editorial siglo XXI, de su aporte a la demolición de la Revolución Mexicana como mítico génesis del régimen priista y, sobre todo, el encuentro con una historia que además de bien argumentada y bien construida, estaba muy bien escrita, a la manera de los mejores exponentes de los “Annales” y de la Escuela de Krankfurt, en lo que a la filosofía se refiere.

   Los siguientes años Aguilar Camín ha dado a luz dos novelas que habrá que releer con sumo cuidado (lo que también deberá hacerse con toda su obra literaria): Morir en el golfo (1985) y La Guerra de Galio (1991). En ellas predomina un elemento político que llega a provocar adhesiones de lectores importantes, como silencios incómodos o comentarios que postulan el sacrificio de una función literaria de dos aristas: una proveniente de las lecturas intrínsecas, del estructuralismo y posteriores y otra que sospecha que la celebrada innovación de sus estudios históricos no se ve acompañada en la literatura por la perspicacia y el desvelamiento, mucho menos por el riesgo de profetizar o adelantar el futuro, sino que se acompaña del uso de ciertos esquemas que funcionan para lectores muy diversos, pero no necesariamente para quienes señalan rumbo en literatura.

   El caso parecido es el de Carlos Fuentes en “Los años con Laura Díaz” (1999), que presenta una visión histórica que era fresca a principios de los 60, pero que al momento de la aparición de esta novela ya mostraba los nuevos encajes y las reparticiones del poder. En el caso de Aguilar Camín le estorba un poco el esquema de la percepción de “La Quina”, de Julio Scherer y el caso Excelsior y La guerrilla sobre todo frente a obras como Los periodistas (1978) y Guerra en el Paraíso (1991). De cualquier manera la obra de Aguilar Camín, también puesta a prueba por el carácter lúdico-político del libro de carácter histórico “Saldos de la Revolución”, no se veía capaz de ser leído como “Z” de Vassilis Vassilikós o como la obra de Leonardo Sciascia. De modo que ahora que las coyunturas históricas son otras, bien vale enfrentarse a la aventura narrativa de este narrador de primera.

   Toda la vida (Random House, México, 2016, 134 pp.) novela breve de Héctor Aguilar Camín, muestra los mismos ingredientes de su producción novelística anterior: el poder político, ahora sin referentes tan explícitos y por lo mismo obligados a mantenerse por sí mismos, y la existencia de dos mundos que se encuentran y se desencuentran casi siempre. Son el mundo de Serrano, periodista, escritor de la Colonia del Valle, quien en la década de los 70, en pleno echeverrismo conoce a Liliana (Montoya), en la colonia San Rafael, dos años menos que él y es adoptado por su familia, pues su madre encuentra en él los rasgos fundamentales de un  hijo fallecido. Liliana, bella y atractiva, estudiante de Ciencias Políticas, establecerá una relación sexual y amorosa con Serrano:

   “Una tarde llego a la casa, de enorme cocina y largos corredores y encuentro a Liliana lavando sus calzones en el fregadero. Es un jueves de Semana Santa. Su madre se ha ido a Morelia con el resto de la familia, Liliana se ha negado a ir y está sola en la casa. Dice: —No tengo mudas. Mira. Se alza la falda para que vea. Sus muslos y su vientre son morenos, el pelo de su pubis negro, casi azul. No olvidaré ese cuerpo y ese pelo. Ni ellos a mí”, pero nunca podrá culminar con la permanencia, por lo que Liliana terminará como amante del Pato Vértiz, hombre 20 años mayor que ella, poderoso, director alguna vez de la Escuela de Derecho de la UNAM, funcionario público, protector de subalternos que terminan protegiéndolo. Se trata de los burócratas priistas, después del 68, dentro de la UNAM.

   La novela arranca a medio camino, si es que hay camino, la noche de la muerte de Olivares. En el sepelio Serrano coincide con Felo Fernández y con el Pato y recuerda a Liliana. Desde allí irá hacia atrás y hacia adelante, desde 1972 en que la toma sexualmente en el fregadero, hasta pasado el año 2000 en que decide sacarla del hospital psiquiátrico para vivir juntos.

   Serrano y Liliana se encuentran varias veces, pero él siempre escapa de ella, a pesar de la atracción, de la locura que la revitaliza y que a él por lo general terminan poniéndolo fuera de combate, alejándolo por una golpiza del hermano incestuoso o mandándolo al hospital por una cuchillada de un vecino de tertulia que primero le pide y después le exige a ella que le cante.

   En el filo de la novela se mueve, repta una extraña historia que dice que a la hermana de Liliana, Dorotea, hay un individuo que la somete, la acosa y la violenta. Se trata de un hondureño, “Catracho”, Clotaldo. Liliana dice, los dos están borrachísimos, es  que ella lo ha mandado matar (primera versión). Después hay variaciones: que lo ha visto muerto y que incluso lo ha movido con un pie para comprobarlo (segunda versión) y que ella misma ha dirigido la operación (tercera versión).

   Serrano se dedica a corroborar alguna de las versiones, se hace ayudar de sus amigos gobiernistas, pero también de sus nexos periodísticos. Se puede concluir que el hondureño murió, pero no en febrero de 1978, como ella había dicho, sino en 1979 y que ha sido un pasón en un interrogatorio, después de que un delincuente cayera a manos de los policías y el evento ocurriera en la casa de ese otro personaje. De todas maneras hubo visita de una mujer a ver el cuerpo del occiso e iba acompañada por un hombre mayor que ella. El desliz o la frivolidad de llevar a la muchacha ante el cadáver le costará al otro una carrera política por la vía de la diputación. Sufrirá el chantaje y en un momento dado también él podrá dar un golpe. Nada que le signifique promoción o regreso al mundo de la política.

   Dorotea, quien tiene un hijo genio y un esposo en buena posición económica, niega la existencia del novio juvenil y por lo tanto lo que viene después. ¿Es afán de conservar su status? ¿Es deseo de sepultar un pasado indeseable? ¿Es la versión correcta de una vida que no se vivió como Liliana le ha hecho creer a Serrano.

   Lo que parece claro es que cada vez que se encuentran Liliana y Serrano saltan chispas. Desde joven, ella le decía que se casara con ella, que la llevara de vacaciones. Él nunca podía. La ruta de Serrano, ese personaje que va en busca de Huitzilac para escribir un libro sobre el hecho histórico y que porta el apellido de la víctima de la historia, parece ser también la víctima de las pinzas no visibles de la vida, de la negación de la felicidad, del encuentro de cuerpos y gozos que ni siquiera se puede detener a llamarlos así. Seguirá en su caminar sin rumbo, con los recuerdos, con las distancias de los círculos del poder, con la escritura que no alcanza a salvarlo. Un enigma los une y los separa.

   Desde luego soy yo, pero no sé si es ella. Mejor: quién sabe, quiénes somos los que nos hacemos gestos a la distancia de quince metros que hay entre  el sendero donde está Liliana y la alambrada donde estoy yo.

   ¿Qué tanto la cuestión política siega la buena ventura de esta novela de Aguilar Camín? Eso lo resolverá el lector. La técnica de diáspora y de reencuentro de fragmentos le da una dificultad que poco a poco se estrella con la dureza de la versión de los oscuros rincones policíacos, pero el drama del no encuentro, de esa mujer hermosa y loca, termina por pedir una lectura donde la levedad se imponga sobre el peso.

 

 

 

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