Opinión

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CYNTHIA HIJAR JUÁREZ*

Cimacnoticias

 

Del conjunto de hombres misóginos hay un subconjunto cuya violencia ha sido tan estilizada que pasa desapercibida incluso por muchas feministas. Y lo malo de esa violencia estilizada es que hace que el problema de la misoginia escale al intentar taladrar no sólo la integridad física sino el espíritu y los recursos de las feministas que tienen que cruzarse con ellos en el camino.

El antropólogo que publica en su muro una postal violeta con la leyenda “los hombres feministas follan mejor”. Comparte la cuenta del hotel, del bar, de la gasolina. Comparte todo excepto los orgasmos.

El revolucionario que habla con melancolía de la lucha obrera y de las mujeres desaparecidas. Alguna vez pensó en matar a su esposa porque ésta decidió dejarlo, ahora sólo la odia en la lejanía mientras alecciona sobre marxismo a su novia diez o veinte años menor que él.

El artista sonoro sensible que se queja en clases de que la pieza coreográfica que vio este fin de semana le parecía machista y misógina. Le ofreció 500 pesos a una chica de su escuela para que golpeara a otra que no accedió a ser su novia.

El autoproclamado líder joven revolucionario que critica los feminismos porque, según él, son burgueses. Manda a sus camaradas a la asamblea feminista a defender que él y otros hombres deben marchar al frente y asistir a las asambleas donde se toman decisiones acerca de la organización de mujeres en su Ciudad. Si puede aleccionar a los obreros, ¿por qué no lo va a hacer con las mujeres?

El amigo que te da consejos sobre el amor y siempre está para escuchar, el chico bueno en el que puedes confiar. Se mete a tu cama en la noche después de la borrachera y te toca sin tu consentimiento.

El médico que asiste a dar conferencias sobre cáncer de mama el 8 de marzo y que, en la cena con sus amigas y amigos, opina sobre el aborto y sus graves consecuencias en el cuerpo de las mujeres sin tener una idea de lo que dice, traicionando su responsabilidad y ética profesional y justificando su propia violencia obstétrica.

El documentalista que anuncia en redes sociales que a la hora de las reuniones feministas de su novia él se calla y escucha. Cuando se pone borracho dice que no compra cuerpos de mujeres porque los consigue gratis.

La organización de vanguardia que se anuncia como incluyente y ejemplar. Las compañeras nuevas en esta organización lavan los trastes mientras aprenden sobre marxismo y se deconstruyen para ser dignas del amor libre de los compañeros que siempre toman la palabra y conocen mucho de métodos de organización.

El poeta poliamoroso que dice que es feminista porque le excita que las mujeres se defiendan. Evalúa desde parámetros de belleza gordofóbicos o racistas el cuerpo de una ex pareja suya, desde un lugar de cobardía y autoafirmación patética.

¿Y cuál es el problema? Las cosas cambian de a poco. Alguna vez leí a uno de estos muchachos diciendo que él se asumía feminista porque así podía intercambiar unos privilegios por otros. No señalar estos actos de misoginia como lo que son tiene como consecuencia inmediata la desarticulación en las organizaciones de mujeres.

Y no sólo eso, el problema escala. ¿Y por qué no puedo opinar? Nos dicen molestos cuando increpamos sus opiniones lanzadas desde el privilegio. Porque el problema escala y tu opinión está llena de misoginia camuflada. Hoy me dices que mi tono de voz te violenta cuando tomo la palabra para decir que no estoy de acuerdo contigo, mañana diriges una campaña de odio contra una compañera y te siguen mil muchachitos misóginos. Es una historia que se repite todos los días en la vida de las mujeres que nos asumimos como feministas.

¿Y por qué no puedo asesorar desde mi puesto de consultor a un grupo de mujeres indígenas que fueron violadas por militares? Fui funcionario en el Estado cuando su caso llegó a la Corte Interamericana de DH y aunque esas mujeres ya no requieren mi acompañamiento dado que no fui útil en el proceso, ahora puedo tener mi ONG y hacer mucho en el municipio. No puedes porque el problema escala. A golpes de silencio y corrupción. Mañana hostigas al gobierno para que te otorgue un contrato de creación de un centro comunitario de atención a la violencia con los recursos asignados a las mujeres indígenas, y te dedicas a decirles cómo es que debe gastarse ese dinero.

El problema escala, pero a nadie se le ocurre decir que es un problema mientras se acceda a los privilegios del hombre. Si eres hombre puedes ejercer ese poder, y si eres mujer puedes acceder a los privilegios de tu novio, que puede hacerte el favor de tratarte como persona de vez en cuando y hacerte mimos como la esclava emocional y política que necesita su liderazgo, el ego tóxico que constituye la masculinidad hegemónica.

El problema escala. Pero a quien lo señala se le tacha de hembrista. Vamos, si es un buen muchacho, recoge su plato después de cenar y te trae a la casa. Vamos, si la chica a la que quería que golpearan ni se queja, ¿por qué tú sí te vas a quejar? Porque el problema escala, el machismo muta, los machos cambian de discurso y de palabras, se roban nuestros análisis y consiguen, con ello, seguir siendo el chico bueno que merece todo y a cambio puede mandar golpear a alguien, matar a su esposa, aprovecharse de los recursos destinados a las mujeres, justificar sus agresiones sexuales, consumir cuerpos, consumir espíritu, consumir fuerza política.

El problema escala y el problema se llama misoginia; sutil o explícita, sigue siendo misoginia, sigue matándonos a diario, sigue haciéndonos sentir mal con nuestros cuerpos, sigue haciéndonos competir con otras mujeres, sigue haciéndonos confiar de nosotras mismas, de nuestra capacidad de organización política.

No lo tomen como consejo, pero si están cerca de un Nacho Progre, lo mejor es cuidar los recursos propios como el amor, el autocuidado, los fideicomisos, las convocatorias, las becas, el capital cultural, el discurso feminista o la capacidad de autodefensa y sobre todo, recordar que no hay por qué tener miedo, sólo estamos recuperando lo que por tantos siglos nos ha sido despojado. Y por cierto, los compañeros realmente solidarios lo entienden tan bien que no necesitan robarse el discurso de sus compañeras.

*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.

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