Opinión

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LUIS ROJAS CÁRDENAS

 

A los festejos del Centenario de la Revolución, les debemos el saneamiento de la Plaza de la República en Ciudad de México (aunque nunca sabremos si estas obras dejaron riquezas mal habidas a burócratas y empresarios como la Estela de luz).  Antes de su remodelación, la plaza estaba convertida en un muladar. Aun cuando, enfrente se yerguen las oficinas de la Procuraduría General de la República, cruzar bajo el Monumento a la Revolución era una aventura de alto riesgo. Se necesitaba valor y arrojo, para pasar por allí. Indigentes, hampones y todo tipo de malvivientes,  eran los dueños de la plaza, las manos de los pedigüeños bloqueaban el paso del ingenuo que se atrevía a transitar bajo el monumental adefesio revolucionario. Los mausoleos de los héroes de la Revolución estaban convertidos en mingitorios. No faltaba quien honrase a Madero, Cárdenas o Villa con un espumoso chorro de orines sobre sus tumbas.

En la explanada de la Plaza de la República, a unos pasos de donde asesinaron a Francisco Ruiz Massieu, en el mismo sitio donde cantó Britey Spears; y exactamente donde Luis Donaldo Colosio pronunció el histórico discurso que levantó ámpula poco antes de su muerte, se armó la réplica de cartón piedra de la Capilla Sixtina. 

Los gobernantes y empresarios que actúan como un binomio indisoluble en la capital del país, convertidos en dueños del destino de los habitantes de Ciudad de México, se empeñan en enseñar a los chilangos a vivir de pura ilusión en medio de falsificaciones, gobiernan con la política de panem et circenses o del atole con el dedo.  Como si la ciudad fuera un enorme set cinematográfico, primero crearon los verificentros para hacer creer que en la ciudad flota aire en lugar de mierda, luego fabricaron playas ficticias en los deportivos, que son una especie de Acapulco en la azotea, luego su visión glaciar produjo las pistas de hielo sobre la plancha del Zócalo capitalino. Ahora, le tocó su turno a la cultura y se construyó la Capilla Sixtina destinada para quienes sabemos que nunca vamos a acudir al Vaticano a mirarla y admirarla. 

El gran acierto que representa la apertura de la Capilla Sixtina es, sin duda que, gracias a su instalación en esta plaza, sólo mientras se mantenga en este lugar la réplica no veremos el cuchitril que hacen los maestros con sus plantones. Es difícil imaginar cómo le hacen los mentores de la CNTE para sobrevivir en medio de tanta insalubridad, pues con habitual frecuencia convierten en chiquero revolucionario este sitio.

El espectáculo de visitar el clon de la Capilla Sixtina, desde antes de entrar se convierte en un dantesco suplicio, ¿será para estimular la imaginación y aumentar la impresión cuando llegue el momento de ver el Juicio Final? Es inexplicable la razón para hacer que los visitantes estén formados inmóviles con media hora de anticipación. Esta medida hace pensar que existe la intención de provocar cansancio en los concurrentes. 

El peor momento que se vive en este espectáculo cultural, se da al ingresar a la primera sala: un galerón oscuro en el que se presenta un video introductorio sobre Miguel Ángel Buonarroti. ¿Por qué lo hacen obligatorio?, ¿por qué no se lo ahorran al visitante?, ¿por qué mejor no lo ponen a disposición de todo el mundo en YouTube, para que lo vea quien así lo desee? ¿Por qué no ponen las pantallas en el exterior, para que los visitantes lo vean mientras esperan su turno de ingreso? Qué caso tiene encerrar a quinientos entusiasmados en un espacio insuficiente, donde el calor es sofocante, con ventiladores inútiles que ni mínimamente logran amortiguar la sensación de asfixia y no sirven ni como decoración. Quinientos individuos e individuas sudorosos y sudorosas viven por quince minutos una sensación peor que la de viajar en el Metro a las tres de la tarde. Así ha de ser el infierno: en la penumbra niños berrinchudos o fastidiados lloran, agrios hedores de sobacos, patas y pedos se mezclan en el ambiente, mientras en las pantallas se ve a Miguel Ángel trazando la Creación. No quiero ni imaginar la forma en que los organizadores manejarían una estampida humana provocada por la crisis de un siniestro. Seguramente la tragedia de la discoteca New's Divine se quedaría corta.

En todo momento, con una insistencia hostigosa, por las bocinas se emiten prohibiciones: “Prohibido tomar fotos, prohibido tomar video, prohibido sentarse en las bancas, prohibido tocar los lienzos”, poco faltó para que prohibieran respirar. ¿Qué les quita una foto sin flash desde un celular a una reproducción? ¿La selfie entorpece el manejo de los visitantes?

Los murales están en penumbra la mayor parte del tiempo de la visita. Los reflectores se mueven vertiginosos al ritmo de la explicación que brota de las bocinas. ¿Quién les dijo a los organizadores que de esa forma se pueden apreciar los murales?, para eso se necesita tiempo suficiente,  y conste que no estoy diciendo que se permita tenderse en el suelo boca arriba (lo que sería deseable) para disfrutar cada detalle. La estadía mejoraría considerablemente con el único hecho de mantener las luces prendidas de forma permanente, en lugar de su estúpido jueguito de reflectores más cansado que si la emisión de luz fuera estroboscópica.

Luego del recorrido, más que salir con la sensación de haber estado en la Capilla Sixtina, los visitantes salen con la convicción de que estuvieron a punto de transformarse en reses, pues los vigilantes actúan como arrieros, nada más les faltan sus punzones eléctricos para un mejor manejo del ganado.

En lugar de hacer de la Capilla Sixtina un espectáculo itinerante, mejor lo deberían dejar fijo para que el flujo de visitantes y el tiempo de contemplación se amplíen, como sucede con el muralote de Siqueiros en el Polyforum que, a pesar de ser más grande (en tamaño) que el de la Capilla Sixtina, pocos lo visitan. De esta forma, se evitarían las aglomeraciones multitudinarias y se le escatimaría espacio al movimiento magisterial que hace tanto cochinero en esa plaza.

En resumen, visitar la reproducción de la Capilla Sixtina, gracias a la falta de creatividad y empatía de los organizadores, es como tratar de admirar un trabajo de filigrana trazado en las alas de un avión que cruza el cielo a toda velocidad. De esta forma, lo único que se logra apreciar es la estela de humo blanco que dejan las turbinas.

No sé si después de la visita a la Capilla Sixtina la gente sale con un grado de cultura más elevado, de lo que estoy seguro es que más de uno sale con tortícolis, pero esa es otra historia.

 

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