Opinión

Harper Lee2]Efemérides y saldos[

 

Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a sus trinos para que los disfrutemos. No se comen nada de los jardines de la gente, no hacen nido en los depósitos de maíz, lo único que hacen es cantar con todo su corazón para nosotros. Por eso es pecado matar a un ruiseñor.

 Harper Lee

 

 

ALEJANDRO GARCÍA

 

Ante la aparición de Ve y pon un centinela después de 55 años de silencio, con la natural  polémica en torno a si se trata de una secuela o bien de una versión previa de la obra prima y magna de la autora; si autorizó la obra en momentos de plena lucidez o de debilidad mental o si fue aprovechamiento de los editores tras la muerte de su hermana, quien había cuidado de sus decisiones autorales. Ya he reseñado las bondades de Ven y pon un centinela, por lo que dejo claro que es muy bueno que haya aparecido.

  En todo caso, la lectura y no el escándalo o el morbo me llevan de nuevo Matar a un ruiseñor (Harper Collins Español, Tennessee, 2015, 322) después de 35 años de mi primer lectura. Hay una línea de coincidencias: se trata de la vida de Jean Louise Finch, hija del abogado Atticus Finch. En una ella tiene 7 años como punto de partida y vive allí, en la otra tiene 26 años y viene de visita desde Nueva York. El padre ha defendido a un negro acusado falsamente de violación y perdido el caso en el primero, y el padre es ahora un defensor de su entorno, con cierto ribete de mimesis con algunos prejuicios, pero a la vez entiende como defensa de su identidad a esos territorios en el segundo. Jem es un actor en el primero y ha muerto en el segundo. La más extraña variante es la de Charles Baker Harris, Dill, en el primero y Henry Clinton, Hank, en el segundo, porque se supone que éste ha acompañado a Jean Louise y a Jem desde la infancia, pero no coincide con los datos de Dill. Total que los contrastes se prestan para leer de manera independiente las dos novelas. Por lo pronoto me ocuparé de Matar a un ruiseñor¸ novela que tuvo su versión fílmica y que es hoy en día un texto que se sigue leyendo.

  Huérfanos de madre, Jean Louise y Jem crecen con una educación sabia y respetuosa de su padre, Atticus. Suele no intervenir mucho, sólo lo justo. Suele también estar más enterado de los pasos y las emociones de sus hijos de lo que estos sospechan. La niña es explosiva y temperamental, el niño es fuerte y ha bebido la prudencia del padre, la prioridad de interpretar sus circunstancias. Pero son niños, ella es rebelde a ir a la escuela, el niño es ya un protagonista de la institución. De modo que ella tendrá que someterse y aprender de esa vida. Pero son niños y tienen miedos e inventan obstáculos y mundos, como el de la residencia Radley, donde viven encerrados y proyectan miedo a los niños del barrio. Con la llegada en los veranos de Dill, aumentará el juego y el desafío por esa casa, sin tener en claro que allí también los vigilan y los protegen. Jamás lo dirán, pues son prácticamente mudos.

  El centro de la novela es la defensa que Atticus emprende de Tom Robinson, un negro que es acusado de violar a una chica blanca. Durante el juicio, la defensa logra acorralar a los testigos, sobre todos a la chica y a su padre y logra evidenciar que el negro ha sido tentado por la chica, siempre maltratada, cargada de actividades, pilar de la casa y receptora de las violencias de su progenitor. Pero el jurado será incapaz de reconocer esto. Sólo quedará la certeza en el pueblo de que ese defensor ha logrado ventilar las cosas, pero no es capaz de revertir los grandes dictados de la comunidad, que vienen lo mismo desde los tiempos de avance de los colonos, de la Guerra de Secesión o de la incubada mezcla de todo esto en la realidad de los años de la gran Depresión (1935).

  Antes del juicio, hay una memorable escena en que los blancos, bebidos, fanatizados, pobres, plenos de prejuicios e instintos destructores, van en busca del negro para lincharlo. Los espera Atticus, pues el sheriff ha sido enviado a otro lugar, para distraerlo, para no comprometerlo, para que no termine todo en una agresión de blancos contra blanco. La situación se salva gracias a que Jean Louise reconoce al padre de uno de sus compañeros, a quien ha invitado alguna vez a almorzar, al anterarse de que ese niño nunca lleva que comer a la escuela.

  -¿No me recuerda, señor Cunningham? Soy Jean Louise Finch. Usted nos regaló nueces una vez, ¿recuerda?-comencé a sentir la frustración que experimentas cuando un conocido no quiere reconocerte.

   -Voy a la escuela con Walter ? -comencé otra vez? Es su hijo, ¿verdad? ¿No es cierto, señor?

    El señor Cunnigham fue movido a asentir ligeramente con la cabeza. Si me conocía, después de todo.

  -Está en mi clase -dije-, y le va bastante bien. Es un buen muchacho, realmente un buen muchacho. Una vez lo invitamos a comer.

  El hombre se hace desentendido al principio, pero ante la requisitoria de la niña, ordena a los hombres que se retiren.

  Una vez perdido el caso, el negro es sentenciado a muerte, pero al intentar escapar de la prisión es muerto a tiros. En la novela se respira la certeza de que tanto Atticus es nombrado por la comunidad (por el juez) para ejercer un papel de limpieza, como que todo ha sido escenificado (el acribillamiento) para que aquello no llegue a la silla eléctrica.

  El desenlace de la novela tiene que ver con la amenaza de Ewell, el padre ofendido. Ya ha dado su merecido al negro, no sólo del lado de la condena judicial, sino al encontrar la muerte en la bala de los guardias. Ya ha dado un susto importante al juez de la causa. Sólo le falta a quien lo ha puesto ante la comunidad como un bribón, como una prueba de que no se premia a los Ewell, sino a los principios que rigen en la sociedad sureña. Ése es Atticus.

  Después de una escenificación escolar, los niños son atacados en la oscuridad. Ella, descalza, disfrazada, recibe el ataque. Jem pelea. Se oyen voces e impera la violencia y la incertidumbre. La niña tiene fuerzas para salir al camino una vez que alguien la ha salvado del agresor. Por delante, alguien lleva a su hermano, lo carga y lo entrega en su casa, en su cama. Jem está en coma, fracturado del brazo. A sus 13 años. Quien lo ha salvado es Boo Radley, el gran temor lo ha protegido. Pero en el escenario de los hechos ha quedado Ewell con un cuchillo clavado en su garganta. Está muerto. Atticus quiere limpiar el caso y su nombre y el nombre de su hijo, habrá juicio, que no se diga que se trata de ocultar un crimen. El Sheriff tiene otra idea, se la propone, se la impone.

  Jem quedará con un brazo más corto que el otro, la niña crecerá y decidirá si une al Sur o se va a otra parte. Atticus tendrá que seguir siendo el estandarte de la dignidad y de la búsqueda de salidas. El Sur ha hablado en la novela con sus grandezas y ruindades, con sus tragedias y comedias, con esos personajes que crecen y muchas de las veces en ese proceso mueren o fracasan, pero en muchas otras logran dar el brinco.

  Si en Matar un ruiseñor es la dignidad en esos momentos de crisis la que impone, en Ve y pon un centinela son las diversas capas históricas las que se manifiestan periódicamente, las que surgen y resurgen, conceptos como la dignidad y la justicia. En Matar un ruiseñor es en plena crisis de todo el país, el modelo vencedor se tambalea; en Ve y pon un centinela el mundo es otro, la lucha hacia afuera se impone, el Sur desaparece en la homogeneidad.

 

 

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