Opinión

eurosPORFIRIO MUÑOZ LEDO

 

El esfuerzo integracionista de Europa a partir de la decisión de seis países que, en sucesivas ampliaciones ha llegado a veintinueve y abarcado un mayor número de campos políticos, jurídicos, económicos y sociales, llegó a convertirse en modelo de la unidad supranacional entre los Estados. Muchos nos dedicamos durante años a conocer sus instituciones y formas de funcionamiento.

Poco después de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, la motivación que lo impulsó fue asegurar una paz perdurable en el continente que había sufrido las más numerosas confrontaciones bélicas de la historia. También, incrementar el poder de Europa en un mundo bipolar sometido a las tensiones de la Guerra Fría. Fueron olvidados agravios y deudas, particularmente de Alemania, lo que generó una masiva contribución a la paz y al crecimiento.

La primacía de los derechos humanos, la libre circulación de las personas, la búsqueda de un progreso compartido a través de transferencias de recursos a los países más pobres y el intento de homologar instituciones conforme a estándares civilizatorios otorgaron un rostro prometedor a la Unión Europea. A pesar de ello, nunca lograron establecer una Constitución y, en el Tratado de Lisboa (2007), sólo se codificaron los acuerdos parciales precedentes.

Las oleadas de migrantes foráneos por el aumento exponencial de la desigualdad, los conflictos étnicos y religiosos y el renacimiento de los nacionalismos y regionalismos plantearon severos retos y condujeron al endurecimiento de las políticas de apertura. El advenimiento del neoliberalismo y el fortalecimiento de la zona euro, erosionaron los programas sociales y trasladaron las decisiones fundamentales al Banco Central Europeo y, su mentor, el Fondo Monetario Internacional. Qué distante suena hoy el lema de campaña de François Hollande: “Ésta es una lucha de la República contra las finanzas”, cuando hoy Francia es un jubiloso instrumentador de la Troika.

A los países de otras regiones que celebran acuerdos con la Unión se les impone una “cláusula democrática” que, en el caso de México, es afortunadamente recíproca aunque no hayamos hecho uso de esa prerrogativa. El referéndum de Grecia evidencia la barrera que se levanta, mediante coerciones financieras, al ejercicio pleno de la democracia en las naciones europeas; caso semejante al de países como el nuestro desde que vendieron su alma a través de las cartas de intención con el FMI. La socialdemocracia europea ha sido compatible con la Unión porque redujo gradualmente sus exigencias y practicó lo que he llamado el “neoliberalismo light”. Ninguna formación partidaria que enfrentara realmente las decisiones de las entidades financieras y los intereses de los grandes países tenía posibilidad de llegar al poder.

Esa regla no escrita fue rota por el triunfo electoral de la coalición de izquierda Syriza en Grecia y por la rotunda respuesta popular que mandata soberanamente a su gobierno no aceptar las condiciones de austeridad impuestas por la UE. Ha renacido el espíritu de la ciudad griega de la antigüedad cuyas decisiones eran tomadas en la plaza pública.

Los resultados finales de esta rebeldía dependerán de la firmeza y madurez del gobierno de Tsipras, así como de su capacidad de inducir nuevas políticas, compatibles con la integración europea y con el principio de cohesión social que dio origen a la organización. Lo más trascendente de esta experiencia consiste en la posibilidad de ensayar distintas orientaciones económicas y concepciones ideológicas dentro de la Unión.

La eurozona tiene que reconocer que se trata de una responsabilidad conjunta y que sus políticas han lesionado las economías griega, portuguesa y española en razón de los dictados de una tecnoburocracia al servicio de la hegemonía regional y de los organismos financieros internacionales. Piketty afirma: “a Grecia se le pide que ponga una pistola en su cabeza y jale el gatillo. Tristemente la bala no solamente eliminará su futuro en Europa, sino que el daño colateral matará a la eurozona como un faro de esperanza, democracia y prosperidad”.

El éxito de la negociación demostraría que es posible una Unión auténticamente plural donde cuenten las decisiones nacionales y la visión de la izquierda. Grecia nos ofrece una lección única sobre las vías de acción política para recuperar objetivos comunitarios y salvaguardar la dignidad y el bienestar de los países.      

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