Opinión

Muñoz Molina 1]Efemérides y saldos[

 

 

Le tocó la cara y el pelo como para reconocerlo, con una certeza que no lograba la mirada. Acaso no la conmovía la ternura, sino la certeza de una mutua orfandad.  Dos años más tarde, en Lisboa, durante una noche y un amanecer de invierno, Biralbo iba a aprender que eso era lo que los vincularía siempre, no el deseo ni la memoria, sino el abandono, sino la seguridad de estar solos y de no tener ni la disculpa del amor fracasado.

Antonio Muñoz Molina

 

El velo de la nostalgia /  cubrirá tu rostro / de linda princesa.

Lisboa antigua

 

ALEJANDRO GARCÍA 

 

El inicio de esta primavera todavía muy cargada de invierno (después un adelantado verano le arrebataría toda identidad) trajo a mi escritorio un par libros: Como la sombra que se va de Antonio Muñoz Molina y Los dos hoteles Francfort de David Leavitt. Allí estaba Lisboa, la ciudad helipuerto, la ciudad misterio, la ciudad tatuaje; allí estaba también el mundo de los nazis, la megalomaníaca aventura genocida en la era de la razón, que me ha seguido desde hace algunos años. Y ya entrado en partes de guerra estaba en mí una canción que solía escuchar y tararear, Lisboa antigua, en la casa de Benjamín Morquecho, su voz, con el acompañamiento al órgano de Lauro Arteaga, el mundo amable que se nos fue.

  El tercer libro exigió su presencia a partir de la lectura del primero: El invierno en Lisboa (primera edición de 1987. Para este comentario trabajo la de Barcelona, 1993, RBA, 187 pp.) de Antonio Muñoz Molina. Puedo decir a estas alturas, sin mentir, que Lisboa, sin duda, ha sido una fiesta.

  Ésta es en buena medida una novela negra, con ecos del mejor Raymond Chandler, una bella mujer (sabor), escindida entre el malo y el sensible, un botín y una especie de voyeur (el narrador) que hace las veces de detective. Más recientemente Benjamin Black (John Banville) hace un homenaje a Chandler y a Marlowe en La rubia de ojos negros. Aunque también el libro tiene una buena dosis de Juan Carlos Onetti. En algún lugar de Como la sombra que se va Muñoz Molina habla de la importancia de una entrevista con Onetti como una especie de rito de paso. Y qué decir de la técnica novelística del Faulkner de Absalón, Absalón, la entrevista o el diálogo como contenedor del todo. Agréguese a ese batidillo la emergencia de una voz poderosa, propia, en la narrativa española después de la muerte del caudillo.

  Se encuentra lo mismo la memoria que el olvido arrebatado a la bruma, la degustación de la historia, de lo amargo a lo dulce, de lo insípido al buqué, así se trate de la perdición de los personajes, de la violencia donde el crimen hace su trabajo. Se encuentra lo mismo el melodramatismo de un amor que no se alcanza, que siempre se fuga, que la caricatura de un casi Larsen en pos de una mujer no sexoservidora. Y está Lisboa, ciudad donde los personajes caminan, buscan, indagan y resuelven parte de su vida, espacio donde los músicos aprovechan el cobijo de la noche y de la oscuridad. Hay más ciudades, Madrid, San Sebastián, Berlín, Copenhague. Sólo Lisboa es canción, promesa, sueño contado, nunca amor pleno.

  El relato es el producto de las conversaciones entre un narrador sin nombre y el pianista Santiago Biralbo, al que trató en el Lady Bird de San Sebastián, propiedad de Floro (o Floral) Bloom. Se reencuentran años después en Madrid, con el Metropolitano como centro de diálogos, después de la actuación, copas de por medio, el narrador y Biralbo, ahora renombrado como Giacomo Dolphin reviven la relación amorosa que Biralbo sostuvo con Lucrecia, una hermosa rubia, casada con Bruce Malcolm, también llamado El Americano, “era corresponsal de un par de revistas de arte extranjeras y se dedicaba, me dijeron, a la exportación ilegal de pinturas y de objetos antiguos”, en pocas palabras un traficante de arte.

  Malcolm comprará algún cuadro a Biralbo en 1500 dólares, de los cuales sólo tendrá los 700 a la entrega, y el resto se diluirá, es la tarea cotidiana de trafique, de la especulación, del estraperlo. Es también el inicio de una relación que irá más allá de las copas, de la convivencia nocturna social, y de los celos. Lucrecia estará unida a los dos y a veces se irá con el marido para obtener respiro en esos ires y venires que pueden llegar a tener la vida por precio.

  El marido la cela, pero ella se las ingenia para pasar noches memorables con Santiago. Yo creo que a Malcolm, en el fondo, no le importaba que Lucrecia se acostara de vez en cuando conmigo. Por cualquier cosa el marido carga una pistola para defender su posesión y la vigila o la aleja cuando está a punto de dar un paso a la permanencia sin él. De allí que el encuentro entre los amantes llegue a ser pleno, pero sólo el estertor de una agonía irreversible. También aparecen Toussaints Morton y su secretaria, siempre dedicados a negocios turbios y lucrativos. Como sucede con las relaciones amistosas, en ese mundo al que todos concurren, a veces traen amables oportunidades o posibilitan algunas combinaciones para que los amantes se encuentren o se alían con el marido para lograr su ansiada ganancia.

  Lisboa es una canción, pero también es el posible espacio de la felicidad, así lo piensa Lucrecia, el anhelado punto de la libertad para ella y su amante. Tiempo después le dirán a Biralbo o Dolphin, esa mujer te quería, la forma en que te miraba mientras tu tocabas el piano era una indudable muestra de amor. Burma es también canción, es letra: es más, es un acertijo en Lisboa. Lucrecia le revela el secreto del cuadro de Cezanne, antes propiedad de dom Bernardo Ulhman Ramirez y cómo indagó en Burma, un mapa y las transformaciones de la ciudad. Era la añorada posesión de Malcolm y Toussaints. Ella llegará primero.

  Bill Swann es el músico. Es el arropo y la estabilidad de Biralbo. En esos bares de Jazz, de música intensamente intrapersonal Biralbo es parte del grupo. No lo será siempre, pero así como los otros personajes aportan al armado del rompecabezas, Swann sabe del amor entre los amantes y sabe de los riesgos, de las persecuciones y acompañamientos, del riesgo del fracaso y de la soledad. Bill Swann estará en un hospital y saldrá de él con la cuenta saldada por Lucrecia.

  De modo que el narrador se entera de lo sucedido entre lo que vio en San Sebastián, ese punto de intersección de pillos y mujeres hermosas en un bar de alta e intensa calidad musical y el presente en Madrid. Conoce las cartas de Lucrecia a Biralbo. Remienda esa parte de su memoria en que Santiago le dice que Lisboa habla de una ciudad que no conoce, que Lucrecia se fue sola y él se quedó en Madrid. Sabrá cómo Lisboa era respuesta para todos y salida para los amantes, así no se diera el amor eterno. Como Casablanca el hombre deja a la mujer que le ha entregado lo mejor y por fin ha dado el golpe de gracia al marido opresor (Biralbo le dará el definitivo en una trepidante persecución en un tren).

  ¿Por qué ahora se llama Giacomo Dolphin? 

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