Opinión

001]Efemérides y saldos[

 

Todos acababan en cajas de un metro treinta. Para que cupieran, había que fracturar nucas, serrar pies y partir tobillos. En resumen se procedía con los cuerpos de los soldados como si fueran mercancías que pudieran trocearse. El informe entraba en consideraciones técnicas particularmente morbosas, al explicar que “careciendo de conocimientos anatómicos e instrumentos apropiados, los trabajadores se ven obligados a romper los huesos con el filo de la pala o colocándolos bajo una piedra plana y golpeándolos con el talón, cuando no con el pico…”.

Pierre Lemaitre

 

 ALEJANDRO GARCÍA

 

Nos vemos allá arriba (Salamandra, Barcelona, 2014, 443 pp.) de Pierre Lemaitre se ha convertido en un fenómeno editorial en Francia, lo que en parte ha ocultado, qué bueno, su intención coyuntural ante la conmemoración de la centuria de la Primera Guerra Mundial. Lleva vendidos más de 500 mil ejemplares y ha obtenido el premio Goncourt 2013. En España y México ha aparecido casi simultáneamente a Vestido de novia (Alfaguara) que comentaré próximamente.

  Y lo primero que el lector le agradece al autor es la posibilidad de dejarse llevar por el vértigo del texto. Es difícil escaparse al encanto de esta historia terrible, antiheroica, desmitificadora. Los soldados Albert Maillard y Édouard Péricourt esperan el armisticio, el regreso a casa. Será cosa de días. El teniente d’Aulnay-Pradelle teme el regreso: no ha hecho lo suficiente para negociar su futuro. Debe apresurarse, de modo que organiza una jornada donde sus soldados son heridos por la espalda. Esto encenderá el espíritu patriótico en retirada.

  Sólo que Maillard se da cuenta de que no han sido los “boches” los tiradores, sino el fuego propio. Pradelle a su vez se entera de que su pequeño teatro tiene un testigo incómodo, de allí que aviente a Albert a un agujero enfangado de más de dos metros de hondo, ya después vendrá a rematarlo. No será necesario porque un obús llenará el enorme hueco y Albert habrá de pasar momentos agónicos frente a la cabeza de un caballo que en su descomposición y fetidez le dará algún oxígeno extra.

  Salvo que el tal Pradelle es un hombre realmente inquietante, nadie sabe de qué va. Confirma el dicho de que el auténtico peligro para el soldado no es el enemigo, sino los mandos.

  Édouard está herido de una pierna, en medio del fuego, y descubre una punta de bayoneta que habla de que alguien está atrapado, cubierto por el movimiento de tierra después de la explosión. Prácticamente con las uñas rescata a su compañero, pero recibe un proyectil en plena cara que le destruye la mandíbula y sólo le dejará los dientes superiores y una macabra masa de carne donde con un agujero en el centro que es el inicio del esófago.

  El cuadro se invierte: Albert habrá de cuidar de Édouard, surtirlo de morfina, conseguirle una nueva identidad cuando se niega a regresar a la lujosa casa paterna. Y Albert tendrá que cuidarse de Pradelle que lo vigila y lo cazará sin misericordia si está a su alcance.

  Albert, antes de partir con su cruz a cuestas, ha enviado una carta al padre de Édouard donde da cuenta de su alegría, su fin heroico en el combate y le anexa su libreta de dibujos. Sólo que Madeleine, la hermana de Édouard viene en busca de los restos de su hermano y Pradelle se entera de la sustitución y de la trama que ahora ha inventado Albert. Esto tendrá consecuencias, pues Pradelle terminará como esposo de la rica —y ahora única— heredera.

  Durante la segunda parte los mismos 3 protagonistas irán por su cuota. Pradelle se ampara en el poder de su suegro y consigue el traslado de los cadáveres de los caídos en la guerra a cementerios cercanos a sus lugares de origen. Eso le podrá garantizar hasta cinco millones de francos de ganancia, pues se dará cuenta de que si los ataúdes miden 130 centímetros serán más baratos. Ya después podrán darse combinaciones de su parte o de los hombres que implementan la exhumación e inhumación de los soldados desconocidos: ataúdes con tierra, restos de huesos que más o menos dan el equivalente de un cadáver, alemanes por franceses, cambios de nombres, lo importante es la ganancia.

  Édouard y Albert a su vez inventan una empresa y ofrecen el levantamiento de monumentos sobre los cuerpos que regresan a tierra amiga. La idea es ofrecer el servicio y escaparse con el adelanto. Obtienen más de un millón de francos y el mismo padre de Édouard patrocinará un monumento especial por un valor de 200 mil.

  Con aquella suma el Recuerdo Patriótico podía enorgullecerse de haber estafado 1,111,000 francos. A Albert, todos aquellos “1” seguidos le parecían bonitos.

  No puede haber final feliz. Quizás sólo me parezca excesivo el que el padre, una vez descubierto los dos delitos, una vez que deja en caída libre a Pradelle y va en busca (sin saberlo) de su hijo, lo atropelle, pero tal vez a estas alturas ya Pierre Lemaitre puede hacer lo que se le dé la gana con el lector.

  Quisiera relacionar Nos vemos allá arriba con cuatro aspectos interesantes, producto de su lectura.

  El primero se refiere a la relación de este libro con la novela de guerra. La que se dio entre 1914 y 1918 tuvo numerosos ejemplos de brillantez sobre todo en la generación perdida (La paga de los soldados, el regreso incómodo) y en esa novela extraordinaria sobre el mutilado de guerra de Dalton Trumbo, Johnny cogió su fusil. De allí que se abra, con este siglo de distancia, una nueva discusión que tiene que ver con las culpas de las civilizaciones, con las carnicerías de los poderosos a costa de los pobres y los jóvenes.

  El segundo se refiere justamente al papel de la guerra, no sólo ya de la primera, sino de la segunda y de las que han venido después y el papel de la literatura en la develación de las grandes traiciones y la revisión y examen de la tarea humana, de la búsqueda de justicia, equidad, libertad. La Segunda Guerra Mundial oculta aún informaciones y requiere de una perspectiva múltiple después del muro propagandístico y la guerra fría. Lemaitre da un ejemplo de cómo regresar a lo que se creía juzgado.

  El tercero se refiere a esa mercantilización propia del capitalismo. Si se gana se puede hacer negocio tanto como si se pierde. Se lucra con la vida y con la muerte, lo importante es buscar la veta propicia. Aquí el único incorruptible es Merlin, el funcionario probo que por lo mismo apesta, el extraño ser que es capaz de pegar 100 mil francos en su informe para demostrar que ha sido objeto de soborno, los demás en su alegría o en su llanto están dispuestos a negociar.

  El cuarto aspecto se refiere a la inevitable relación con la novelística de Patrick Modiano. Lemaitre es más festivo, más constructor de una historia o de una anécdota, más forjador de personajes. Modiano es la antítesis del capitalista, pero también la antítesis del mediocre existencialista, es más un texto inacabado, infinito, personajes que son energías perdidas en no sé sabe dónde ni cuándo, pero será mejor decir que en todos lados y siempre. Lemaitre trata con esos personajes, pero los hace relevantes, los deja levantar por un instante el vuelo.

 

 

   

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