Cultura

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]Efemérides y saldos[

El sentido inmediato de la historia de los peces no es más que el hecho de que las realidades más obvias, ubicuas e importantes son, a menudo, las que más cuestan de ver y las que más cuestan de explicar.

Como frase en sí misma, por supuesto, esto no es más que una perogrullada; y, sin embargo, el hecho es que en las trincheras donde tiene lugar la lucha diaria de la existencia adulta las perogrulladas pueden tener una importancia vital.

O eso es lo que os quiero sugerir en esta seca y encantadora mañana.

David Foster Wallace.

Pero una cosa que me dejó muy clara, cuando lo hablamos, fue que deseaba tener la oportunidad de llevar una vida más corriente, con menos placer obsesivo y placer normal. Fue una decisión surgida de su amor por Karen, de su afán por producir textos nuevos y más maduros, y de haber vislumbrado un futuro distinto. Fue por su parte un intento extraordinariamente  aterrador y valiente, porque Dave rebosaba amor, pero también miedo; accedía con demasiada facilidad a esas profundidades de la tristeza infinita.

Jonathan Franzen.

 

ALEJANDRO GARCÍA

Éste es un libro canalla. Arruina el bolsillo de sus compradores o por lo menos lo intenta. Abusa de los lectores amantes de los libros objeto y de los fieles seguidores de la escritura de David Foster Wallace (1962-2008). Es un discurso que el célebre autor de la escoba del sistema (1987) y La broma infinita (1996) dirigió a los egresados de Humanidades de la Universidad de Canyon, en Ohio, un día del año 2005.

   Esto es agua (Barcelona, 2015, 3ª edición, Random House, 143 pp.) consta de algo así como 4635 palabras. No sé si el autor lo escribió en tarjetas, el caso es que el discurso se lee a razón de párrafo por página, con excepción de uno que abarca dos. Una buena cantidad es de una sola línea y unas cuantos se reducen a un Etcétera. Uno piensa en el sentido editorial, aunque habrá quien encuentre en cada segmento un momento de reposo o de búsqueda propia, tanto de la parte, como su inserción en el todo.

   Debo confesar a estas alturas que, si tuviera necesidad de él, volvería a comprar el libro, pues padezco de varias de las debilidades señaladas al principio, pero sobre todo porque una de las claves para leerlo está en una desocupación de los hábitos de pensar el mundo y de nombrarlo o aún más de hacerlo nuestro a partir de la palabra. Y éste es el tema del mensaje dirigido a los jóvenes, primero cómo decir algo diferente sin tener que pregonarlo desde la entrada, en una arrogante manera de señalar yo soy el que pienso por eso he venido a dirigirles este mensaje. No será tradicional, pero por allí irán envueltas la enseñanza y la diferencia.

   La primera idea que nos comparte es la profunda indiferencia para nombrar y definir la realidad. Las cosas están tan cerca, las usamos con tal frecuencia que terminamos por no saber qué son o cómo llamarlas o de qué manera hacer que sigan siendo nuestras. Yo me pregunto si cuando voy al supermercado eso que llaman leche de vaca es lo mismo que la leche de soya o de almendras sigue siendo lo mismo en el núcleo de la frase y si entonces el concepto de leche ha crecido, porque en mi infancia más se hablaba de leche de vaca, de chiva, de cabra, de burra, y por supuesto la leche maternal. David Foster Wallace cuenta el encuentro de dos peces jóvenes y un pez viejo y éste de pasada les pregunta “¿Cómo está el agua?”, lo que termina con la angustia de uno de los peces jóvenes al darse cuenta de que no sabe lo que es el agua, a pesar de que vive en ella, le envuelve la vista, lo toca y la  toca. Como bien nos señaló la lingüística del siglo veinte, pensar sobre el lenguaje y sobre los términos del lenguaje son cosas diferentes, pero las dos contribuyen a romper ese ajenamiento que señala Foster Wallace.

   El siguiente asunto, una vez que nos ha señalado la importancia de ver e interactuar con lo que nos rodea, el autor va a los entramados, a lo que llama configuración natural por defecto. Y explica, un poco antes el caso de un ateo y un creyente en dios que discuten si el hecho de que dos esquimales hayan aparecido después de que el ateo se hubiera hincado y pedido la ayuda divina es cosa de un encuentro natural o un auxilio divino. Entre esas opciones enmarca muchas de las decisiones en la vida, sin saber de dónde vienen o ponerse a pensar si son naturales, justas, suficientes. El mundo se acomoda de acuerdo a estos principios explicativos y estos suelen llegar a entrar en conflicto de manera polar o bien en numerosas interacciones propias de la convivencia donde como el mundo se ha detenido en nuestro nombrar y en su vitalidad en nuestro interior parece que el caos amenazara con devorarnos.

   De allí que se suela decir que las Humanidades nos enseñan a pensar. Esto suena a que hay un privilegiado sector de enseñantes de cómo hacer uso de nuestro pensamiento cuando éste en realidad saca adelante las cosas de la vida sin necesidad de las Humanidades o poniendo en el cerebro ejemplos y verdades de Pero Grullo.

   Pues bien, la labor de las Humanidades está más bien en qué pensar o cómo pensar. De acuerdo a la visión heredada simplemente se ejecutan patrones de comportamiento, cuando la realidad se ha modificado o se ha pensado de cosas y maneras diferentes. Imagino al primer hombre que vio que el sol variaba de posición y dijo es al revés, el mundo es el que se mueve y pudo hacerlo desde una posición de cabeza o cuando se discutía sobre el avance de la peste negra o cuando estaba sumido en el más profundo sueño. Lo importante es que se escapaba al orden natural impuesto, que obviamente no es natural, y pensaba desde otro posición, desde otras palabras, desde otros ejemplos.

   Si bien se puede intelectualizar una pregunta o un proceso indagatorio, el proceso mismo es de abstracción a la fuerza, la mayor parte de nuestra vida la pasamos frente a situaciones ordinarias que determinan nuestro hacer y nuestro actuar. Como el ir de compras al supermercado o como hacer la cola para sacar dinero del cajero automático. ¿Se debe allí anular el pensamiento porque no está a la altura de la reflexión? De ninguna manera, porque el ir al supermercado tiene que ver con nuestra condición social o con la sociedad misma (de Walmart a los tradicionales mercados mexicanos o de la India), porque los móviles y sueños de cada persona pueden tener razones y fines diferentes o porque nos angustia que la diferencia se pierde y la cara se somete a la igualdad o a cierta presencia de la muerte en vida.

   No es señalando al resto como el mundo sometido, en pos del dinero y las comodidades materiales que se resuelve el destino de las Humanidades, es inyectando esa carga de vitalidad, de cuestión, de enfoque que permite que la vida regrese con sus misterios y sus bondades en un proceso que empieza por re-sentir, por re-vivir, por interactuar.

   Pero estoy negando a David Foster Wallace al desocupar al lector y, en su caso, a los egresados de Kenyon. Mi vigor argumentativo o reseñístico corre el peligro de cargar o recargar esos sectores ya precargados, de allí que es necesario volver a ese pasar los sentidos y el pensamiento por los objetos materiales y no materiales que nos rodean, pensarlos, variar su esencia y su funcionalidad, su fin de acuerdo a, por ejemplo, la doctrina o el bastidor y una probabilidad loca o ilógica o totalmente desestructurada.   

   Jonathan Franzen, él mismo orador ante una generación (2011) en Kenyon, cuenta cómo David Foster Wallace quiso variar su estructura interna, cotejarla con el entramado impuesto, ponerla a prueba. Tomó decisiones determinantes que resultaron irreversibles.

   Lo único que es cierto con C mayúscula es que uno tiene la oportunidad de decidir cómo va a intentar ver las cosas.

   Bien, sostengo, es la libertad que entraña la verdadera educación, el aprender a ser equilibrado: que puedes decidir conscientemente qué tiene sentido y qué no lo tiene.

   Desde el control, pudo elaborar por lo menos tres novelas muy importantes en la literatura norteamericana y mundial (la tercera, El rey pálido, 2011, inconclusa). Desde el cambio tuvo que pelear por encontrar nuevos caminos. Allí se le fue la vida, en la búsqueda de la sencillez y la dulzura.

 

 

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